Capítulo 6: Valiente

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El lunes siguiente empieza el curso de nuevo. Es un año difícil, segundo de Bachillerato, y estamos solos Juan y yo. Se echa mucho de menos a Diego y a Fátima. Marina ya ha acabado, es un año mayor. Estamos los dos en la misma clase y nos damos fuerzas. El primer día, para sorpresa de todos, aparece Nico. Creíamos que había dejado los estudios. Tiene una necesidad imperiosa de contar a todo el mundo su verano a toda costa; si no, le falta el aire y puede morir de asfixia. Va todo vestido de blanco con unas zapatillas de color naranja chillón y está muy moreno. Habla mucho más alto de lo necesario y mira sin parar a todos los lados de forma casi espasmódica. Mueve muchísimo la muñeca derecha hacia fuera mientras explica sus hazañas:

—Fue brutal, en Ibiza nos lo pasamos que te cagas. Nos invitaron a una fiesta de cumpleaños. En mi puta vida he disfrutado tanto. Pillamos un pedo de la hostia y, además, dormimos en el chaletazo de un colega.

Juan pasa por su lado y ni lo mira. Va tan despistado para salir de clase que le pisa una de las zapatillas naranja chillón, creo que es el único de la clase que no las ha visto. Por este tipo de cosas nos encanta Juan, es genuinamente genuino, siempre ajeno a lo que casi todo el mundo capta y valora. La cuestión es que no sé si es esta pequeña pisada o que Juan no le haya prestado ninguna atención a sus hazañas veraniegas por lo que Nico salta con mucha rabia:

—¿Qué pasa, tío?

Juan no se percata de nada. No entiende por qué le pregunta de una manera tan agresiva

—Nada.

—¿Tú eres tonto o te lo haces? Joder, me has pisado, capullo.

—Lo siento, Nico, no te he visto.

Aquí podría haber acabado todo, pero esta frase aparentemente inofensiva y neutra desata una cólera inexplicable en Nico ante todos los que estamos allí. Nunca lo hemos visto tan desencajado.

—¿Qué no me has visto? ¿Crees que soy gilipollas o un soplapollas? Estoy aquí en medio y me has visto desde hace un buen rato. En la clase hay un montón de espacio y tienes que pasar por mi lado para pisarme.

—Lo siento, tío. De verdad que no me he dado cuenta —insiste Juan.

—Los gilipollas como tú, que no se dan cuenta de nada y joden la vida, vais de mosquita muerta, parece que no os enteréis de nada. Eres un superbásico.

—¿Un super qué?

Esta frase desata todavía más ira en Nico. Piensa que le está tomando el pelo.

—Tú te crees muy listo —le increpa con la cara ardiente y las venas del cuello a punto de estallar.

Juan parece no captar la intensidad y gravedad de la escena y, en vez de callarse, vuelve con una de sus preguntas:

—¿Qué es lo básico que quieres que haga? No te he entendido.

Nico se le acerca y yo me interpongo. No puedo seguir quieta ante lo que está ocurriendo.

—Nico, Juan solo te ha pisado y ha sido sin querer.

—Cállate, pepona, a ti nadie te ha preguntado —me increpa Nico.

Y, de repente, aparece un Juan irreconocible. En otras circunstancias hubiera bajado la cabeza, pero parece que el plan de los impopulares, intentar hacer algo justo, nos inyectaba a todos un chute de confianza. No sé cómo explicarlo mejor, pero las buenas decisiones van abriendo canales desconocidos dentro de nosotros por donde empiezan a aparecer nuevas formas de pensar y actuar.

—Quizás lo que te ha jodido es que no te haya visto. Eso es lo que te ha jodido, que no te haya ni mirado, que no me hayas llamado la atención ni lo más mínimo, y no que te haya pisado. Porque lo que no soportas es no ser visto y de ahí tu permanente ansia de éxito.

Se hace un silencio en la clase. Nico tiene la cara desencajada

—Te sientes un mierda si nadie te mira porque no te aguantas ni tú mismo —acaba sentenciando Juan.

Más silencio... Y Juan y yo salimos de clase con las piernas temblando. Vamos a dar un paseo en la hora del patio.

—Joder, nunca te había visto tan valiente.

—Si es que no le había hecho nada, se puso a gritar el muy gilipollas cada vez más. Y luego empezó a decirme no sé qué de básico. Me perdí en la conversación y mientras lo miraba me di cuenta de que eso era lo que le jodía: que no le había hecho nada, ni siquiera mirarlo.

—Básico, Juan. Es un insulto. Se usa para las personas que solo se preocupan de lo básico: dormir, comer, tener relaciones... y que, además, son como muy simples.

—Joder, ¿pues qué es más básico de buscar tan desesperadamente la atención de los demás? Él es un ultrabásico.

Nos reímos un rato con esta ocurrencia y se nos pasa bastante la tensión acumulada. Cuando volvemos a clase, Nico ya no está. Nunca olvidaré la mirada de tantos compañeros cuando entramos después de este careo. Nos miran con mucha simpatía y admiración, pero, a la vez, parece que tuvieran el cuerpo atado con candados y la boca cerrada con celofán. Solo Mónica y Laura se nos acercan para preguntarnos con la boca pequeña cómo estamos. Al menos se atreven y calientan un poco nuestro corazón. El resto se quedan con las ganas, ganas que se comen y que lamentarán después. Cuando uno se traga las ganas de decir algo auténtico, cada vez cuesta más soltarlo y uno se vuelve más opaco y congelado, ya no sabe ni lo que siente, joder. ¿Por qué no nos enseñan estas cosas en clase? Al final, se te va la vida en ellas y no en las derivadas de segundo orden ni en la Revolución francesa.

Esta entrada de curso nos sirve para que al menos el primer mes nos dejen tranquilos. Incluso hemos empezado a tener más contacto con otros compañeros de clase siempre que la monarquía absoluta no está presente controlando.

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