Tres días después de la escena con Nico, decidimos viajar a Menorca. Esta vez vamos al bar, pues nos sentimos un poco chof sin Fátima. Estamos Marina, Juan, Diego y yo alrededor de unas tapas
—Joder, me contaron algunos de clase lo que pasó con Nico. Juan, te saliste, estuviste de escándalo —dice Marina.
—Y dale otra vez, Marina. Puede que fuera un momento liberador, pero te prometo que, si lo llegó a pensar dos veces, no lo hago. Me da miedo la venganza, sabemos cómo pueden llegar a humillar, y yo estoy un poco cagado.
—No sé por qué nos fastidian tanto —intervine—, por qué no nos dejan vivir en paz. ¿Por qué les provocamos tanta rabia?
—Porque somos diferentes —dice Juan.
—No seas tan convencional, eso es un tópico. Todos somos diferentes. Hay algo más que eso, no es solo cuestión de diferencia —aclara Marina.
—Yo estoy con ella. Es como si solo nuestra presencia fuera una provocación, y está más allá de los clichés de ser de un color o de otro, de una nacionalidad, de una orientación... Les molesta mucho algo que no hacemos —dice Diego.
—¿Y qué es? —pregunto.
—No vamos a sus fiestas —dice Diego.
—Porque no nos invitan —digo.
—A Juan lo invitaron —dice Marina con sorna.
Nos reímos todos, incluido Juan, que ya ha pasado su calvario personal y, afortunadamente, se puede reír de sí mismo.
—¿Os acordáis de la clase del mito de Platón, el de la caverna? —pregunta Diego.
—Sí, fue muy buena. Me quedé mucho tiempo pensando —añado.
—Yo creo que hay algo de esto —dice Diego.
—¿Ah, sí? ¿Vivimos en una cueva sin luz y no nos dejan salir? —pregunta Juan en tono de sorna.
—Sí, hay algo así, tío. El hecho de querer ver la luz, de querer hacer cosas distintas, de salir del sótano, parece que los cuestiona porque, en el fondo, ellos también querían, pero no se atreven y siguen con sus mismos rollos de siempre bajo tierra.
—Sí, tío, estoy contigo. Cuánto cuesta ser auténtico. ¿Me prometéis que, si alguna vez dejo de serlo, si alguna vez me convierto en algo que sabéis que en el fondo yo no quiero, me lo diréis? —pregunta Marina.
—Te lo prometemos y yo también os pido lo mismo —le aseguro.
Ese día, entre tapas de calamares y pinchos de tortilla, hacemos una promesa de lealtad y es que nos diríamos siempre, aun a riesgo de perder la amistad, si alguno de nosotros estaba dejando de ser auténtico.
A medida que pasan los días, los compañeros empiezan a notar la ausencia de Fátima. Mónica nos pregunta por ella y le contamos lo que hemos acordado según nuestro plan: que ya no puede seguir estudiando porque está en su país, ya que pronto tendrá dieciocho años y se casará. La noticia corre como la pólvora por todo el instituto y al día siguiente todos nos preguntan si hablamos con ella, cómo está, si quiere casarse... Hasta se acercan Sandra y Gonzalo. Con una mirada elevada y un tono recriminatorio, Sandra nos pregunta:
—¿Es verdad que Fátima está en su país y no puede seguir estudiando porque se va a casar?
—Sí, así es, no puede volver —dice Juan.
—Joder. ¿Y vosotros, que sois sus amigos, no vais a hacer nada? —nos increpa.
—Hablamos mucho con ella y le pasamos apuntes —aclaro.
La nariz se le eleva todavía más, el tono suena todavía más recriminatorio, su boca se abre de forma exagerada para hacer mucho énfasis en la pronunciación y, además, se le une un movimiento espasmódico del cuello de lado a lado.
—¿Pero no vais a luchar por sus —ahora dobla con brusquedad el cuello a la izquierda— derechos?
A mí se me va la atención a esos movimientos y a su marcada pronunciación de las zetas. No sé qué pregunta y digo la primera chorrada:
—No, no quiere estudiar Derecho.
—Seguro, si no puede ni acabar Bachillerato, seguro que no va a estudiar Derecho —dice Gonzalo en tono sarcástico—, pero esta no era la pregunta.
—Joder, tíos, tenemos que hacer algo por sus derechos porque a estos parece que les importe una mierda —afirma Sandra en voz alta.
Se acercan más compañeros de clase a nuestra conversación.
—Sí que nos importa, y mucho. Es nuestra amiga —intento aclarar.
—¿Pues por qué estáis tan paralizados, joder, si tanto os importa?
—No estamos paralizados. Hablamos con ella cada día y...
—¿Pero por qué no organizáis una manifestación, un día en defensa de los derechos en el propio instituto? Joder, no se os ocurre una mierda.
—Le pasamos los apuntes cada día....
Cuando digo esto ya no me escuchan, comienzan a hablar entre ellos y solo pesco algunas frases sueltas:
—Hablamos con el director.
—Derechos y respeto, ante todo.
—Bien por la compañera.
—Reivindiquemos.
—Son gilipollas.
Cada vez me siento más lejana de ellos. Hablan de Fátima, mi buena amiga Fátima, con la que comparto tanta vida y a la que conozco tanto. Soy la única de la clase que ha entrado en su casa, la única que ha comido en su mesa y la única que ha ido con ella a la mezquita.
Miro a los miembros de la monarquía. Me provocan risa por dentro. Ahora les interesa una de nosotros y quieren luchar por su causa, abanderar sus derechos... y, cómo no, ponerse las medallas de héroes. En fin. Salgo de clase y me voy a casa orgullosa de mí misma y en silencio.
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Impopulares - ¡A la venta en Amazon Kindle!
ContoEste libro va de los que nadie habla, de los que pasan desapercibidos en una clase, y por eso reciben caña, demasiada caña para ser callada. Somos los Impopulares, y compartimos nuestra historia, con sus luces y sombras, pero nuestra historia irrepe...