Capítulo 4: El verano más triste

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Fátima es una tía fuera de serie, de verdad. Vive con sus padres, dos hermanos mayores y una hermana de cuatro años. Otra, de veinticinco años, está casada y vive en Francia. Sus padres son de una zona rural del sur de Marruecos. Aunque Fátima nació aquí, cada verano va a su pueblo y su madre muchas veces pasa temporadas allí cuidando de sus propios padres. Estos viajes pueden durar tres meses y, normalmente, se lleva a su hija pequeña. Durante su ausencia, Fátima tiene que hacerlo todo en casa. Se levanta por las mañanas y deja preparado el desayuno a su padre y a sus dos hermanos. Tienen dieciocho y veintiún años y ninguno estudia ni trabaja, pero, por alguna razón difícil de comprender, le toca a Fátima, la más pequeña y la única que estudia, asumir estas tareas.

Al llegar a casa por la tarde tiene que preparar la cena para todos y dejar la cocina recogida. Nosotros enseguida sabemos cuándo su madre ha viajado a Marruecos porque se duerme en todas las clases, le cuesta mucho seguir el ritmo de los estudios y, además, casi no podemos contar con ella.

Fátima es una tía muy lista. Nos ha explicado lo difícil que es vivir esta realidad, pues, cuando cuestiona algo de sus propias tradiciones, la tratan como una traidora. Lo ha intentado de muchas maneras y ha aprendido que lo mejor que puede hacer por el momento es callarse y estudiar mucho. Parece que en su casa ni se plantean la remota posibilidad de que las cosas puedan ser distintas.

Es brillante, saca unas notas extraordinarias. De hecho, nos ayuda mucho a todos con las matemáticas y la química. Hasta hace un año venía con velo a clase, pero ha dejado de ponérselo. Nos dice a todos que ella es como Superman:

—¿Habéis visto la película, cuando el protagonista se quita el traje de ejecutivo y se pone el de Superman en el ascensor? Pues yo hago lo mismo. Salgo de casa con velo y al salir del ascensor ya no lo tengo. Soy como Superman, pero él se pone la capa y yo me quito el velo.

Nos hacen reír estos comentarios. Cuando salimos todos juntos, siempre nos vamos lejos del barrio. Nos gusta descubrir sitios nuevos y Fátima prefiere no ser vista sin velo por amigos de la familia. Tiene miedo de que la delaten, pues esto se viviría como un rechazo a su propia cultura. Siempre tiene miedo de que sean otras chicas de su cultura las que la vean. Me ha hecho pensar mucho esto. Cuando nos sentimos oprimidos y no sabemos o no queremos reaccionar como nos gustaría, nos puede provocar mucha envidia que otra persona haga lo que nosotros, en el fondo, anhelamos, y, en vez de apoyarla, podemos llegar a tratarla muy mal. El corazón humano tiene muchos rincones sucios de verdad, pero también otros limpios, espero.

Nos causa mucho respeto Fátima, a todos, por lo valiente que es y por lo mucho que quiere a su familia. Además, tiene sobrepeso, le gusta todo menos el deporte, y este es uno de los motivos de burla en nuestra clase, si bien con ella no se atreven demasiado; la ignoran más que la atacan. Por sus buenas notas, le suelen pedir apuntes y explicaciones en momentos de apuro.

Pues esta es Fátima, nada más y nada menos.

Y ahora llega el verano más triste de nuestra vida. Se acaban las clases y empieza el mes de julio. Le escribimos a Diego y sigue sin contestar. Nadie sabe nada de él. Hemos ido varias veces a su casa y siempre nos dicen que no está. Marina ha llegado a perseguirlo por la calle y él le ha pedido que lo dejara en paz. El grupo se marchita y durante semanas nos hemos reunido sin decirnos nada, sin contar un chiste. Nos sentimos apaleados y hundidos. Pasamos horas callados o haciendo conjeturas:

—El último mensaje que nos envió mostraba que no le apetecía nada ir a trabajar en grupo. Además, me acuerdo muy bien que nos dijo que casi lo habían obligado a ir a la reunión cuando no era necesario, pues podían trabajar cada uno por su cuenta —recuerdo.

—A lo mejor lo han obligado a irse del instituto. A lo mejor esa tarde se enteró de algo y lo han presionado —lanza Juan.

—Pero ¿qué podría ser? —me pregunto yo en alto.

—Lo que está claro es que debe ser algo muy fuerte porque Diego ha desaparecido. Debe de tener mucha vergüenza o sentirse muy culpable para no querer estar con nosotros —aclara Fátima.

—¿Y si le han contado alguna mentira de nosotros y se ha decepcionado tanto que ya no quiere saber nada? —planteo.

—Es una pena que no podamos hablar con él. Creo que podríamos ayudarle. Parece que hasta que no nos humillen a todos hasta jodernos la vida no pararán. Casi todos hemos caído ya. Solo faltas tú, Fátima —dice Juan.

—A lo mejor es la venganza que tenían preparada. Nico está muchas veces detrás moviendo hilos invisibles—responde ella.

—¿Y por qué se lo iban a hacer a Diego?

—Da igual quién sea de nosotros —aclara Fátima—. Simbolizamos algo que los incomoda mucho. No los admiramos y automáticamente nos convertimos en sus enemigos.

—¿Os acordáis cuando estudiamos los fanatismos? —pregunta Marina—. Se me quedó muy grabado que un fanático, sea del tipo que sea, cuando no se le da la razón, lo considera un ataque imperdonable y empieza a destruir al otro o a alguien que lo representa.

—Sí, son fanáticos de su ego —digo yo.

—Estamos jodidos... —remata Juan.

—De hecho, si lo miramos bien, estamos muy jodidos, como dice Juan, o sea, que lo han conseguido —dice Fátima.

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