Capítulo 5: Desahogo

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—Hola, Diego, estás muy alto. Has cambiado mucho.

Se sienta a mi lado y empieza a hablar.

—Sí, hace tres meses que no nos vemos. Sé que desaparecí y quería explicártelo.

Yo no reaccioné a lo que me decía.

—¿Estás bien, Judith?

—¿Qué?

—¿Estás bien? Pareces un poco ida.

—No, no, es que todavía no me creo que esté hablando contigo.

—A lo mejor no soy yo, soy otra persona con mi aspecto y...

Diego empieza con sus bromas típicas, que nos suelen desconcertar y nos hacen reír. Suelto una carcajada que ayuda a destensarme. Por suerte, sigue siendo él.

—Perdona, pero pensaba que nunca más te vería. Pensaba que habíamos hecho algo mal y te habías enfadado y que ya no nos querrías ver, o que yo te hice enfadar con algo. Nos hemos estado comiendo la cabeza cada día.

—Aquí el único idiota fui yo —afirma con toda claridad y libertad.

Esta franqueza y fortaleza me fascina hasta el extremo. Cuando oigo esa frase me atraviesa un cálido escalofrío desde la piel hasta las entrañas y me abre el corazón todavía más. Coincide con una brisa fresca que me acaricia la cara. Estoy tan acostumbrada a que todo el mundo eche la culpa a todo el mundo o a que siempre se pongan como víctimas sin reconocer lo gilipollas que podemos ser todos en un momento dado que esta franqueza me hace temblar de verdad. De repente, me siento casi en otra dimensión, en otra realidad, la de la verdad sin miedo.

—He desaparecido porque fui un gilipollas y me ha costado tres meses encajarlo y dejar de torturarme.

—Ahhh —digo tímidamente.

—Te voy a contar todo lo que pasó, pero te voy a poner dos condiciones. La primera es que no hables hasta que acabe toda la historia. Me tienes que prometer que me vas a dejar contarte todo hasta el final sin interrumpir.

—De acuerdo. ¿Y lo segundo?

—Lo segundo es que como todavía me da mucho corte reconocer lo que pasó, te voy a pedir que te pongas de espaldas a mí. Yo te lo cuento, pero prefiero no verte la cara todavía.

—Pero si no me voy a reír —afirmo.

—Es que eres la primera persona fuera de mi familia a la que se lo voy a contar y todavía me da mucho palo.

Sigo su petición y me siento de espaldas a él. Diego empieza a narrar la historia:

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