Capítulo 8: La puerta grande

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Silencio sepulcral ante el inesperado cambio de guion. Pero ya es demasiado tarde, nadie se levanta. Todos permanecen quietos en sus asientos con los ojos clavados en la pantalla.

Y, acto seguido, sin que dé tiempo a reaccionar Juan proyecta el vídeo del abuso sufrido por Diego en casa de Sandra.

Las risas, las burlas, el alcohol y los porros llenan el salón de actos, pero sobre todo los gritos dolorosos de Diego: ¡Parad, coño, parad, por favor, parad!». Sus chillidos desesperados retumban en el corazón del público. Golpean la conciencia de los presentes, sacan al escenario la multitud de ocasiones en las que cada uno ha sido cómplice con el silencio o mirando a otro lado de situaciones injustas, de momentos de maltrato hacia los más vulnerables.

No os puedo describir las caras de Sandra, Gonzalo, Paula y Natalia. Están petrificados, totalmente petrificados. Es la primera vez que muestran el estado real de su corazón: miedo y vergüenza, una profunda e inaguantable vergüenza que espero puedan digerir.

El vídeo no dura más de cuatro minutos. Jaime intenta entrar en la cabina de proyección, pero Juan se ha encargado de cerrarla. Al acabar la proyección, el público se queda congelado, nadie sabe qué decir y menos aún cuando Juan, Marina y yo subimos al escenario. Diego se une, está también en el salón.

Nos ponemos en fila en silencio y nos damos las manos. Los miramos a todos fijamente durante un buen rato y Diego habla:

—Queridos compañeros. Sé que no soy un artista invitado, pero me he presentado sin avisar. Lo creía conveniente. Siento mi falta de modales. Hace unos meses dejé el instituto. Fue muy doloroso, pero hoy estoy aquí y es lo que cuenta.

Mientras habla el director sube al escenario y le dice algo al oído. Todo el mundo empieza a silbar y a chillar:

—¡Que hable, que hable! Déjalo, queremos oírlo hablar.

—No vengo a reivindicar nada, pero creo que necesitaba mostrar la razón por la que tuve que dejar el instituto, por la que me fui por la puerta de atrás sin decir nada. Estaba lleno de vergüenza y miedo. Solo sé que esto no hubiera ocurrido si no me hubiese importado tanto pensar que podría llegar a ser un impopular. Por eso me dejé llevar y no salí antes de esa casa. Por un momento quise ser triunfador, uno de los populares, y me puse a beber y a fumar como ellos. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba borracho y entonces abusaron de mí. Fueron unos capullos. Sí, lo reconozco, pero durante mucho tiempo también nosotros dejamos que el mal trato cogiera demasiado poder en el instituto. Un día nos reímos de una broma de mal gusto, otro día cerramos los ojos cuando vimos una humillación a un compañero solo, otro día dejamos de decir lo que pensamos porque no quedaba bien... y no hace falta que os diga más. Y, por eso, hoy nos ponemos nosotros, los impopulares, aquí, delante de vosotros. Gracias a todo lo ocurrido estamos cada vez más unidos y no nos aplasta lo que penséis de nosotros, y si nos afecta, nos levantamos unos a otros. No nos sentimos orgullosos, hemos hecho lo que creíamos que debíamos hacer. Nos sentimos en paz, que es todavía mejor. Judith, Juan, Marina y Fátima, gracias por acompañarme en el momento más humillante de mi vida. Un saludo a todos y ahora sí que me voy por la puerta grande. Adiós.

Un tímido aplauso arranca del público, luego le sigue otro y luego otro... y, al final, todo el auditorio se levanta y nos aplauden efusivamente. «Valientes», oímos. Empiezan a cantarnos, pero salimos del escenario a toda prisa por la puerta de atrás. A la salida nos espera mi hermano con un coche y nos alejamos del instituto. No queremos palmaditas ni halagos. Solo hemos querido mostrar la verdad de lo que le ocurrió, y lo hemos conseguido. Nos vamos a orillas del mar, y nos quedamos mirando el horizonte durante más de una hora en silencio. Queremos y necesitamos saborear todo lo ocurrido al son de las olas y mirando al infinito. Cada vaivén es como una caricia al alma. Y lloramos, nos abrazamos y reímos juntos.

No podría haber salido mejor. En su momento, tratamos la idea de proyectar el vídeo que grabó Sandra con su móvil. Lo propuso Diego y a todos nos pareció muy atrevido, pero él insistió y nos lanzamos. Decidimos fingir lo del matrimonio forzoso. Es verdad que es una posibilidad en la vida de Fátima, pero todavía no se lo han planteado. Pensamos que, de esta manera, la dejarían hablar para la clase y ahí podríamos proyectar el vídeo y que hablara Diego, pero nunca imaginamos que pudiéramos hacerlo delante de casi todo el instituto y que hasta la directiva y el Ayuntamiento nos escucharían. Cuando una ola sube hay que tomarla.

Años después, lo recuerdo todo con mucha nitidez. Estas vivencias se nos han quedado grabadas a fuego. Las cosas cambiaron mucho en el instituto ese curso. Cayó la monarquía absoluta y pudimos empezar a ser nosotros. Se abrió un proceso distinto. Fuimos dos veces a ver las estrellas y esta vez vino Juan con otros compañeros de clase. 

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