Capítulo 3: La trampa

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Ha pasado un mes de esto. Tenemos que hacer un trabajo en grupo. Por un cruce de planetas inverosímil, al pobre Diego le ha tocado hacerlo con la reina, Gonzalo, Jaime y Mario, todos de la corte real. Parece que lo hubieran amañado. Diego quiere juntarse con ellos el mínimo tiempo, o sea, trabajar cada uno por su parte y solo tener alguna reunión al final. Pero el grupo insiste para verse:

Gonzalo: Nos tenemos k ver para trabajo.

Diego: Mejor trabajar cada uno por nuestra cuenta y solo si es necesario nos vemos.

Mario: Mejor vernos ya.

Diego: Hoy tengo baloncesto.

Jaime: ¿mañana?

Diego: Voy al club de astronomía.

Sandra: ¿Te gusta ver las estrellas y no quieres vernos?

Diego: No es eso.

Sandra: Parece que nos tengas no sé qué.

Diego: También curro, ando mal de pelas y no tengo mucho tiempo. Vosotros os veis y yo os envío mi parte del trabajo.

Sandra: Si no nos reunimos esta semana, yo hablaré con el profesor.

Total, el viernes por la tarde quedan en casa de Gonzalo. Diego va con muy pocas ganas. Tiene una cena con el equipo de baloncesto y se la está perdiendo. No sabe por qué han quedado tan tarde para un trabajo en grupo. Nos manda un wasap:

Diego: Si en tres horas no recibís ningún mensaje mío, llamad a la policía, por favor 😉

Jaime y Mario beben cerveza en el salón de la casa de Gonzalo. También están Paula, Lucía y Natalia, aunque ellas no son parte del grupo de trabajo.

—Hola, Diego, te estábamos esperando. ¿Quieres una cerveza? —le pregunta Jaime.

Diego no quiere una cerveza, pero sabe que esa invitación significa mucho. Por una parte, le están preguntando «¿nos aceptas?». Si la rechaza, sentirán que los rechaza a ellos. Por otra parte, quieren ponerlo a prueba con el alcohol. Sabe que es una encerrona.

—Bueno, ¿empezamos ya el trabajo? Tengo un poco de prisa —dice Diego.

—No, tenemos que esperar —ordena Jaime.

—¿A qué?

—A que Gonzalo y Sandra acaben de follar. Están aprovechando la casa vacía para echarse un buen polvo en el jacuzzi de sus padres.

Diego se siente muy incómodo con este comentario, pero no se atreve a decir nada. El resto se ríe y sigue con sus bromas.

—¿No querrás que les cortemos el buen rollo porque tú tengas prisa? —pregunta Paula.

—¿No podríamos haber quedado otro día y dejarlos tranquilos? —pregunta Diego, conteniendo el enfado.

—Tranquilo, chico, que son unos campeones y lo resuelven pronto —dice Mario.

Diego se está poniendo cada vez más nervioso. Por unos milisegundos cruciales, piensa en largarse. Le dan ganas de levantarse y gritarles: «¿Sois gilipollas o qué os pasa? ¿No me podíais haber dicho que esto era una encerrona? ¿Sabéis que yo mañana a las ocho estoy ayudando a mi padre en el bar?». Pero el miedo lo retiene, no es capaz de obedecer a lo que el cuerpo le grita: «Lárgate de aquí, te han tomado el pelo y te van a hacer perder el tiempo». Una mano invisible llamada miedo lo inmoviliza, dejándole la cabeza sin ningún pensamiento; simplemente, no puede pensar. Estos momentos son cruciales en la vida de un adolescente: hacer lo que de verdad te pide el corazón o sucumbir al miedo de lo que los demás opinan. Todos tarde o temprano, todos pasamos por una situación así. Diego lamenta no tener fuerzas para largarse. En su lugar, lleno de rabia y con la cabeza ofuscada, coge otra cerveza y luego otra y luego otra y luego otra...

Mario empieza a liarse un porro.

—Vamos a compartirlo como buenos hermanos. Diego, ¿te gusta el chocolate?

—No, me sienta mal. Oye, ¿no podríamos empezar ya el trabajo?

—¿No te parece este un buen trabajo en grupo, Diego? Lo vas a flipar. —Es la voz de Sandra, de fondo, que sale con Gonzalo de una habitación.

—Seguro que fumarlo te sentará muy bien. Vamos a hacerlo en grupo, nos abrirá la mente para el trabajo

Pero, en vez de pasarse los porros, inhalan el humo y lo exhalan en la boca de la persona de al lado. Mario se lo pasa a Paula, Paula a Jaime, Jaime a Lucía y Lucía se lo pasa a Diego y Diego, a Natalia. Diego no sabe cuánto tiempo ha transcurrido ya, ha perdido la cuenta de las cervezas y las caladas. Se le empiezan a desdibujar las imágenes; le parece ver a Paula subida a la cintura de Mario, que ya no lleva camiseta. Al poco rato, desaparecen.

En la ronda del último porro, Natalia se sube la falda, se sienta encima de Diego y le mete un morreo violento, después le da una calada y exhala todo el humo con mucha intensidad, no se separa de él. Cuando Diego saca todo el humo está aturdido, casi no puede respirar ni pensar. Natalia le vuelve a meter otro morreo sin dejar que se mueva. Es como si le hubieran metido una babosa en la boca. Además, empieza, a sentir unas manos frías por la barriga y el pecho, parecen culebras que lo inmovilizan y que, a la vez, le desabrochan el pantalón. Las luces son cada vez más tenues y la música muy fuerte. Diego siente asco, verdadero asco, quiere moverse, pero otros brazos lo cogen por detrás y lo sujetan. Son los de Gonzalo. Ve su cara y la de Sandra detrás de él riéndose a carcajadas:

—Y ya verás qué trabajo te van a hacer —dice Sandra. Jaime y Lucía también ríen.

—Venga, Natalia, a por él, campeona, que el tipo está de muy buen ver y seguro que todavía no ha follado con nadie —dice alguien.

Las culebras le quitan las zapatillas y le bajan los pantalones. Diego quiere irse, pero los brazos de Gonzalo lo retienen con mucha fuerza. Además, Sandra le pone una botella en la boca. Al querer hablar, traga. Es whisky, sin duda. Sandra lo está grabando todo con su propio móvil. Diego empieza a chillar con todas sus fuerzas:

—¡¡Soltadme, soltadme, joder!! ¡Soltadme!

Lo tienen que sujetar entre varios. Siguen riendo. Esta humillación, por alguna misteriosa razón, les encanta.

—Ahora te tranquilizarás con la mamadita que te haré —le oye decir a Natalia mientras le baja los calzoncillos, siente la babosa en su pene y, de golpe, una arcada monumental le sobreviene. Vomita encima de Natalia y salpica al resto. Bendito vómito, nunca lo hubiera imaginado.

Todos empiezan a quejarse.

—Joder, qué asco Eres un guarro, tío.

Se le queda grabada esta frase: «eres un guarro, tío». Mientras están ocupados en limpiarse, Diego se viste rápidamente, coge su bolsa con los libros y le arranca a Sandra su móvil de la mano para salir pitando. Diego no sabe cómo acaba la noche, pero les deja el regalo que merecen: un vómito espantoso en el pelo de Natalia y en la cara del resto, un vómito que delata la vergüenza de lo que han hecho.

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