Al acabar la clase, la profesora quiere hablar conmigo. Me gusta mucho su asignatura y me da pena habérmela perdido. Explica Literatura Castellana e Hispanoamericana y nos adentra durante un curso en libros que yo jamás leería. Hablan raro, como hace muchos años se hablaba el castellano, y da pereza, pero luego se disfruta mucho leyéndolos. Creo que no olvidaré nunca la historia de «El curioso impertinente», del Quijote. No podía imaginar que un libro escrito hace más de cuatrocientos años fuera tan actual en lo que se refería al tema de la confianza. En Florencia, vivían dos caballeros ricos. Uno de ellos, Anselmo, decide poner a prueba a su mujer, Camila, porque quiere saber hasta dónde llega su fidelidad. Y, así, le pide a su mejor amigo, Lotario, que le dé ocasiones a su mujer para serle infiel y comprobar si era buena por temor o por falta de oportunidades. Me acuerdo de que tuvimos una conversación muy intensa con mi hermano y sus amigos un día que vinieron todos a cenar a casa. Rodrigo se atreve a provocar a su gente; esta es una de las cosas que más me gusta de él. Los dos habíamos estudiado esa historia en Literatura y decidimos leerla todos juntos en alto y discutir sobre ella entre cervezas y tapas. La velada duró hasta las ocho de la mañana. Acabamos cuando mi madre llegó de la guardia del hospital; es médica. Este era el tema de discusión, más o menos:
—El protagonista hizo muy bien en poner a prueba a su mujer para ver hasta qué punto le iba ser fiel. Así sabría su capacidad de amor aún en las condiciones más chungas —disparó Jorge.
—¿Y por qué quería ponerla a prueba? —preguntó Raquel.
—¿No te acuerdas de su frase? Vamos a leerla: «Deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades, y se acrisole y aquilate en el fuego de verse requerida y solicitada... ¡Oh, amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta obra de mi gusto...» —leyó Jorge.
—Menudo cabronazo —soltó Raquel.
—Espera, espera, que hay más, mira lo que le dice Anselmo: «Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura...». ¿Qué os parece este Anselmo? Creo que es un provocador y solo quería saber si su querida Camila es fiel de verdad o porque no tenía ocasión de no serlo. ¿Y por qué no?
—¿Y su amigo acepta? —preguntó Raquel.
—Pues, al principio, se ofende mucho y no lo acepta. Mira, leamos: «Mira, pues, ¡oh, Anselmo! al peligro que te expones al querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres resolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta esposa; advierte que lo que aventuras a ganar es poco y que lo que perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras para encarecerlo».
—¿Y? —volvió a preguntar Raquel.
—Pues Anselmo se muestra tan decidido que dice que, si no lo acepta, se lo pedirá a otra persona. Para evitar males mayores, Lotario dice que sí —explicó mi hermano.
—Tan típico: lo voy a hacer yo porque, total, si no, lo hará otro. Así podemos justificar que hagamos cosas que jamás nos plantearíamos. Con este rollo hemos llegado a las guerras más absurdas. —No recuerdo quién del grupo hizo este comentario, pero me pareció muy bueno.
—No nos vayamos del tema —pidió mi hermano—. La cuestión es si os parece aceptable lo que hace Anselmo.
—Un gilipollas este Anselmo —dijo Raquel—. Todo es un tema de supercontrol del otro, de pensar que tu pareja, marido o lo que sea es de tu propiedad y puedes jugar con él como desees. Imaginaos otra situación: voy a ver si mi pareja me quiere por el dinero. Le diré que estamos arruinados y nos cambiaremos a una casa más pequeña; después, a una pensión; más adelante, a una cueva y, al final, bajo un puente, y si sigue a mi lado, es porque me quiere y entonces le diré que todo es mentira.
—¿Quién desconfía de quién? —pregunté.
—Quizás la infidelidad ya la empieza a vivir Anselmo cuando desconfía de su mujer —aclaró mi hermano.
Esta fue una de tantas veladas. Para mí era un regalo que mi hermano me dejara estar con ellos. Además, le encantaba verme allí.
Vuelvo con la profesora de Literatura Castellana, Laura. Mantengo con ella una de las mejores conversaciones que he tenido con una profesora. Sin decírmelo, me dice que está de acuerdo conmigo y sin decírmelo, me dice que he sido muy valiente con mi intervención, y siempre se lo agradeceré:
—Judith, no puedes salir de clase sin permiso —me dice al principio.
—Ya lo sé, pero tenía una urgencia.
—¿Y por qué no me lo pediste?
Me quedo más de un minuto en silencio y al final me atrevo a decirle que también estoy muy enfadada. No quiero sacar el tema del grano, me da mucha vergüenza.
—Se ha puesto a prueba tu paciencia con algún comentario, ¿verdad?
—Sí, y no estaba preparada. Llegué tarde a clase por un problema esta mañana.
—Me recuerdas a la mujer de Anselmo, la de «El curioso impertinente», ¿te acuerdas? Hablamos de ella la semana pasada. También, de alguna manera, se la puso a prueba.
Un enorme alivio me invade el corazón. Mi profesora intuye que el asunto no es tan fácil y que se han puesto en juego de manera injusta cosas importantes que no se resuelven con una palmadita en la espalda, con una amonestación o con un «pedíos disculpas».
—Algo así. En este caso, creo, se puso a prueba mi inteligencia. Se me dijo algo con la supuesta intención de ayudar, pero el tono fue de burla total. No soy idiota y, para esto, prefiero que la gente cierre el pico —explico.
—¿Y lo cerraron? —pregunta Laura con mucho interés.
—No —aseguro con mucha rotundidad.
—Pues al final de la clase os vi a todos muy calladitos, con el pico muy cerrado —me dijo con cierta complicidad.
—Sí. La verdad es que no lo quise decir tan enfadada.
—Poner a prueba a la gente o provocar es lo que tiene, que las reacciones pueden ser inesperadas. Desde luego, demostraste inteligencia y valentía, solo que, la próxima vez, por favor, no te vayas al baño sin permiso. ¿Vale, Judith?
Nos reímos las dos con esta petición. Pensaba que iba a decirme algo mucho más trascendental.
—De acuerdo. Prometo no ir al baño después de un enfado. Lo siento, Laura.
—¿Te están gustando las rimas y leyendas de Bécquer?
—Algunas mucho, otras menos.
—Ya las comentaremos.
Magistral. Esta conversación con Laura la guardo como oro en mi corazón. De alguna forma, me confirma en la actitud de enfrentarme, de permitirme no estar de acuerdo con algo y decirlo. Para mí, empezar a decir las cosas es un viaje nuevo en mi vida. Antes me lo tragaba todo y me ayuda mucho que la profesora me asegure que estoy cogiendo una buena ruta, que empiezo bien el camino, porque gracias a ella me atrevo a alejarme cada vez más de mis propios miedos. Los primeros pasos siempre son difíciles.
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Impopulares - ¡A la venta en Amazon Kindle!
ContoEste libro va de los que nadie habla, de los que pasan desapercibidos en una clase, y por eso reciben caña, demasiada caña para ser callada. Somos los Impopulares, y compartimos nuestra historia, con sus luces y sombras, pero nuestra historia irrepe...