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           ACABABA DE AMANECER en Invernalia, y yo me encontraba frente a la ventana observando los colores anaranjados que se mostraban al borde de la colina, asomando sobre los altos pinos que flanqueaban el lugar. Me encontraba completamente fascinada con las vistas, únicamente me despegué de la ventana cuando tres doncellas cargadas de enormes cubos cargando agua hirviendo entraron en mi habitación. Las observé preparar el baño, introduciendo en el agua esencias de vainilla, traída desde el Valle de Arryn. Metí la mano en el agua y, al instante, me arrepentí. La bañera todavía emanaba el vapor del agua, y casi me quemo la mano. Por lo que decidí volver a la ventana y seguir custodiando las vistas. Poco tiempo después comenzó a haber movimiento en la colina y, poco después, apareció toda una comitiva de caballeros, soldados y abanderados. Y, absorta por la imagen, me quedé observando. Cuando ya estuvieron más cerca distinguí el sigilo de los Arryn ondeando en las banderas de los abanderados. Y, entusiasmada, volví a acercarme a la bañera e introduje mi mano. Se había templado, por lo que decidí bañarme largo y tendido junto al fuego de la chimenea. Lavé mi pelo tranquilamente y dejé que las esencias se pegaran a mi piel.

Cuando terminé, me puse un vestido de un pálido lavanda. El vestido era grueso, y sus mangas ceñidas a mis muñecas. Me puse un suelto cinturón, el cual eran círculos plateados unidos entre sí, cayendo en mi cadera. Luego hice llamar a Alys, mi doncella, quien estiló mi cabello. Dejó mi rizada melena libre, pero recogió los mechones que cubrían mi rostro, y los trenzó hasta recogerlos en mi coronilla en un estilo norteño muy cuidado. Luego me ayudó a ponerme unos pendientes de plata, un hilo plateado que guardaba unos círculos plateados pequeños y discretos, pero que acentuaban mis pálidos ojos azules. Una vez lista, me coloqué una larga capa negra de tela raída, y abandoné la habitación deseando que mi ropa fuera suficiente para soportar el gélido frío que me aguardaba al cruzar las puertas del castillo.

Me dirigí hacia el gran salón, pero antes de poder dar dos pasos fuera del castillo, me tropecé y caí de culo sobre la nieve. Me quejé fuertemente, y llevé mi mano hacia mi cadera, intentando apartar el dolor que se había posado en ella. Cerré los ojos con fuerza y bajé la cabeza.

— Disculpe, mi señora – Escuché —, no la había visto.

     Eso me hizo levantar la cabeza de inmediato. De pie, delante de mí, había un joven de cabellos castaños, con su pelo largo y suelto. Su cara era de rasgos duros, y tenía unos ojos grises que se distinguirían a la legua de distancia. Tenía una nariz menuda, y unos gruesos labios masculinos. Me quedé en completo silencio observándole. Era el hombre más apuesto en el que mis ojos se hubieran posado. Y era, claramente, un Stark.

— ¿Se encuentra bien? – Me preguntó de nuevo, esta vez poniéndose en cuclillas frente a mí, observándome con preocupación.

— Sí, no ha sido nada – Respondí volviendo en mí, negando ligeramente con mi cabeza. Esbocé una pequeña risa, que contagió una sonrisa en su rostro —, me ha asustado caerme al suelo de golpe.

       Él rió suavemente, y una sonrisa nerviosa se posó en mi rostro.

— Me disculpo de nuevo por eso – Me dijo entonces.

       Mis oídos degustaron su grave voz con anhelo, deseando que pronunciara una nueva palabra. Él se puso de pie, y me ofreció su mano, enfundada en un guante de cuero marrón. Yo, gustosa, tomé su mano. Y, como si pesara menos que una pluma, me alzó del suelo sin el más mínimo esfuerzo. Me quedé de pie frente a él, sin el más mínimo aliento en mí.

— Gracias, mi Señor – Le dije amable, esbozando una nueva sonrisa.

        Solté su mano casi incómoda por el tiempo que había permanecido en silencio, sosteniendo su mano mientras le observaba. Al instante me arrepentí de haberla soltado, pues su enorme mano emanaba un calor sofocante. De pronto, fue como si volviera a sentir todo el frío de Invernalia.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora