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                  AGUARDABA IMPACIENTE EN la puerta del paritorio del castillo. Mi madre se encontraba al otro lado de la puerta, lo sabía por los gritos que soltaba. Gimoteaba y lloraba como si la más afilada de las espadas la estuviera abriendo por la mitad. Me encontraba sola, sentada en una de las cuatro sillas aterciopeladas que se encontraban contra la pared del gélido pasillo. Parecía que la vida abandonara ese oscuro lugar; era infinitamente más gélido que el resto del castillo, y parecía guardar malos augurios en él. Estaba inquieta y expectante, moviendo mis pies de un lado para otro, aguardando que de un momento a otro la puerta se abriera y algo sucediera. Pero no parecía ser así. Lo único que me pudo distraer de mis punzantes nervios fueron los ruidos que unos tacones causaban al otro lado del pasillo. Alcé mi rostro lentamente, únicamente para ver a mi hermana observarme con soberbia en sus ojos.

— ¿Nerviosa, bastarda? – Preguntó con su rostro inmóvil y una voz pausada y cruel — ¿Otro hermano pelirrojo que confirme que no eres una de nosotros?

Agaché la mirada, devolviéndola a mis manos inquietas. Aunque todo lo que podía ver era la tela roja y blanca de mi vestido, moviéndose tras mis manos, escondiendo unos pies inquietos. Catelyn no se movió del sitio, esperaba una respuesta por mi parte, respuesta la cual no obtendría. En su lugar, apreté mis manos duramente y mordí mi labio, intentando esconder una respuesta. Poco después, tras ella, apareció Lysa, quien se sentó indiferente a mi lado. Obviando mi existencia. Muy digno.

De golpe, como si estar las tres juntas fuera una maldición, los gritos y llanto cesaron. Todo se quedó en un absoluto silencio inquietante. Alcé mi mirada de nuevo hacia Catelyn, quien miraba ahora a la puerta con temor en sus ojos. Lysa estaba exactamente igual. Y, de pronto, la puerta de vieja madera se abrió de golpe y fue padre quien abandonó el paritorio. Se encontraba cabizbajo y sus labios dibujaban ahora una curva triste y dolida. Alzó la mirada poco después, y pasó sus ojos a nosotras. Primero miró a Lysa, después a Catelyn y su última mirada me la dirigió a mí. Pude ver que sus ojos estaban brillantes, ocultando unas crecientes lágrimas, y que su mirada estaba cansada. Entendimos lo que había pasado, y nos mantuvimos todos inmóviles. Padre suspiró y, tras ello, se marchó del lugar rápidamente. Catelyn fue tras él, y Lysa despareció tras ellos. Yo me encontraba confundida, y noté cómo unas lágrimas comenzaban a rodar mejilla abajo. Y triste, asustada, y confusa, y nerviosa, me alcé de la silla y entré en la habitación. Había mucho movimiento en realidad, los sirvientes se movían de un lado al otro con prisa, organizando mil cosas a la vez. Vi que una de ellas mecía un pequeño bulto sangriento y me acerqué a mirar. Era un bebé, uno vivo. El niño sollozaba tranquilamente pero la sirvienta rezaba para que durmiera y se evitara a sí mismo el dolor de su propia pérdida. Fijé mi mirada entonces en la enorme cama de madera, donde distinguí una melena castaña y, ahogándome con mis propias lágrimas saladas, me encaminé hacia ella. Deseaba que aquella cuerpo no fuera el de mi madre, pero cada paso que daba disuadía la incertidumbre. Era su cuerpo. Sus vivaces ojos azules estaban escondidos tras sus párpados, sus cejas castañas mostraban la mayor de las relajaciones. Su pequeña nariz no se movía, y sus carnosos labios estaban entreabiertos, como si el aliento hubiera escapado de ella. Sus brazos se encontraban abiertos, y sus manos hacia arriba y abiertas, como si le hubieran robado algo a lo que se aferraba con fuerza. Sus pómulos habían perdido el rojizo color que solían tener, y ahora su piel era tan blanca como la más fina de las porcelanas.

— Lady Shaera – Me llamó una voz amable, pero tosca y varonil. Aunque no me hizo mover ni uno solo de mis músculos —, así no es como deseará recordar a su Señora Madre.

Sentí unas manos grandes y frías apoyarse en mis hombros, moví ligeramente mi cabeza y distinguí detrás de mí al Maestre Duncan. Su mirada era piadosa y condolente. Aunque en realidad tan sólo mostraba la pena por mí pérdida. Sin decir ni una sola palabra, abandoné el lugar rápidamente, volviendo a mis aposentos para encerrarme a llorar en soledad.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora