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           SI DEBÍA MALDECIR una de mis cualidades, esa sería definitivamente mi fertilidad. Quizás en cualquier otro momento no fuera así, pero tres lunas de embarazo con un esposo al que no le hablaba, un niño que se acercaba más a su padre que a mí y un bebé que acaba de dejar el pecho no es el mejor momento para multiplicarme de nuevo. El Maestre Luwin me suministró cantueso, igual que en mis dos anteriores embarazos, pero este parecía más llevadero, y las dosis de infusiones eran menores. Este embarazo era un completo secreto que sólo compartíamos el Maestre Luwin y yo, y sería así hasta que se notara tanto que fuera imposible de ocultar. Llevaba una luna sin cruzarme con mi marido, y deseaba que siguiera siendo así.

Hoy estaba toda Invernalia repleta de señores y soldados norteños que se juntaban para celebrar las seis primeras lunas tras la guerra y que el invierno, finalmente, había terminado. Eso me dejaba con pocas opciones de evitar a Ned, y sabía que, por mucho que me humillara, debía permanecer a su lado.

Las doncellas me ayudaron a prepararme en un absoluto silencio en el que recogieron mi cabello en una elegante trenza norteña como las que yo solía hacerle a Lyanna, y me pusieron el vestido blanco que elegí para recibir a Ned cuando creía que volvería con el resto de los soldados.

Era un vestido ceñido en torso y mangas, con una larguísima falda con cola ligera. El pecho estaba lleno de pedrería brillante, y era bastante básico, pero muy elegante. Me pusieron una capa de pelo de oso blanco y me dieron por finalizada. Como anfitriona, debía llegar la primera a la celebración y recibir a los invitados. Por lo que, sin hacerme de esperar, cogí la mano de Edrick y nos dirigí al gran comedor. Wyla, una sirvienta a la que había nombrado nueva niñera de mis hijos, se quedó en mi habitación con Eddara.

— ¿Hoy vamos a cenar pavo? – Preguntó casi relamiéndose de imaginarlo, lo que me hacía reírme con ganas.

— Hoy podrás cenar todo lo que quieras, cariño – Le respondí peinando un poco su pelo rebelde.

Disfrutaba mucho de su compañía, me mantenía ocupada y distraída. Pero, últimamente, se había encaprichado con Ned, y solo quería pasar tiempo con su padre. En otro momento este hubiera sido mi sueño, pero no hoy.

Cuando llegamos a las puertas del cenador, Eddard ya estaba plantado a un lado y, a regañadientes, me puse a su lado, con nuestro hijo en medio, mientras le sujetaba de los hombros.

— Buenas tardes, padre – Saludó el infante esbozando una alegre sonrisa.

— Buenas tardes, mi cachorro – Saludó Ned de vuelta esbozando una enorme sonrisa orgullosa a su hijo antes de mirarme a mí, y atraparme mirándolo —Buenas tardes, mi señora esposa.

— Buenas tardes, Eddard – Le respondí, haciendo que el brillo en sus ojos se apagara y devolviera su melancólica mirada al frente.

Se fueron acercando todos los señores con ánimos alegres y festejantes, yo les recibía con recatadas palabras de agradecimiento y cercanos saludos con sus esposas, mientras Ned tan sólo asentía recibiendo los agradecimientos por el banquete. Yo no me encontraba nada festera, y solo deseaba que el banquete terminara para volver a mi habitación con mi bebé y olvidar que todo esto estaba pasando. Sin embargo, tuve que entrar al lugar al lado de mi esposo, quien llevaba en brazos a Edrick, saludando a todo el mundo.

Tomamos asiento uno al lado del otro en la mesa presidencial y, por suerte, Edrick entretuvo a su padre gran parte de la cena, por lo que no me miraba en absoluto. Disfruté de una cena silenciosa, en la que miraba a la gente comer y reírse, parecía el mejor día de sus vidas, se habían olvidado por un momento de sus familiares caídos en combate. Era agradable, y calentaba mi corazón emocionándome un poco. Pero, en seguida, distinguí también a la Señora Bolton y la Karstark murmurándose al oído, mirándonos sin ninguna vergüenza y, finalmente, riéndose entre ellas. Sabía cuál era la broma, yo. Yo era la broma. E, instintivamente, llevé mi mirada al fondo del lugar, donde la vieja Nana mecía al maldito bastardo que se había llevado con él el poco respeto que me guardaban estos norteños. Sin quitarle la mirada de encima, cogí mi copa de vino y me la bebí casi de un trago. Ni siquiera el vino me dio las fuerzas que necesitaba para apartar la mirada del engendro. Poco a poco me costaba más respirar, hasta llegar a un punto en el que sentía que me ahogaba y no entraba ni pizca de aire a mis pulmones. Mi pecho comenzó a encogerse y casi me sentía vomitiva, pero la comida no subía. Todo lo contrario, mi cuerpo parecía contraerse y empujar mis intestinos hacia el suelo.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora