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ERAN ALTAS HORAS de la madrugada cuando grité a todo pulmón en busca de auxilio al reconocer una enorme figura masculina en mis aposentos. Se encontraba de pie al lado de mi cama, mirándonos fijamente, pero no distinguía nada. Edrick dormía tranquilamente entre mis brazos hacía horas, pero ahora estaba muy despierto. Al escucharme gritar, al igual que medio castillo, el hombre llevó sus manos contra mi boca y calló mis gritos que se ahogaron entre sus manos que comenzaban a asfixiarme. Cinco soldados entraron en seguida, tres de ellos con espada en mano, mientras los otros dos portaban unas enormes antorchas que iluminaron toda la habitación. La luz reveló el rostro del intruso, lo que provocó que los soldados se arrodillaran y yo me pudiera relajar en la cama. Ned apartó sus manos de mi boca en seguida, y se rió a carcajadas.

— Señores, retírense – Ordenó rápidamente a los soldados, quienes no tuvieron el valor para desobedecer a su señor y abandonaron la habitación en seguida.

Entonces me miró a mí manteniendo una gran sonrisa en sus labios tras una pequeña barba que había crecido en su cara. Edrick se apretó contra mi pecho mientras miraba con miedo a su padre. Con cariño acaricié su cabecita, e intenté tranquilizar al infante, aunque eso parecía ponerle todavía más nervioso.

— Vamos a tu habitación, pequeño cachorro mío – Le susurre contra su pelo para después dejar un beso en su frente.

Bajo la atenta mirada de Ned, que me seguía a todas partes, me levanté de la cama con mi hijo en brazos y salí de la habitación para dirigirme a la que estaba justo al lado, Edrick se removía un poco entre mis brazos, pero no tardaría mucho en quedarse dormido de nuevo. Con delicadeza dejé al niño en su cama y lo tapé con gruesas mantas de pelo, donde se acobijó un poco incómodo entre ellas. Evidentemente prefería dormir conmigo, pero no es que fuera algo diario, esa noche había sido una excepción por lo sola que me sentía. Pero era hora de volver a lo cotidiano.

Abandoné en seguida su habitación para dirigirme a la mía, donde, en seguida, los feroces y hambrientos labios de mi marido se estrellaron contra mi boca. Con su pie cerró la puerta dando un fuerte golpe, mientras sus manos estaban ocupadas en deshacer mi bata y quitármela de encima lo antes posible. Él ya estaba medio desvestido, solamente le quedaban los pantalones puestos. A empujones me llevó a la cama, y de un empujón me acostó en ella. Pero él, en lugar de lanzarse sobre mí, me observó desnuda sin ningún pudor a los pies de la cama.

— No puedes imaginar cuánto te he extrañado, esposa – Afirmó entre dientes, en una voz tan profunda que parecía un rugido.

Entonces se deshizo de sus pantalones, rompiéndolos en el proceso, para después lanzar los arapos de tela lejos. Reveló su miembro ante mis ojos, bajo la ténue luz que daba una sola vela encendida en mi tocador. Y, antes de que pudiera decir nada, estaba sobre mí, con toda su virilidad dentro mientras gruñía como un lobo hambriento en mi cuello.

Esa noche parecía que tan sólo buscaba reafirmarse como mi esposo, demostrar a todo el castillo que le pertenecía. Mis gritos de placer fueron inminentes, y entonces entendí por qué las norteñas eran tan escandalosas cuando fornicaban, había extrañado tantísimo el sexo durante este último año, que no me dí cuenta hasta que recibí lo que anhelaba. Después de tomarme cuatro veces como su mujer, nos acobijamos entre las mantas. No porque estuviera exhausto, porque mi estoico esposo parecía un hombre sediento de carne, sino porque acababa de amanecer y en seguida tendría que levantarme de la cama para atender a mis hijos.

Ned me abrazaba por la cintura, atrapando mi cuerpo entre sus brazos. Yo me refugiaba en su pecho y dejaba algún beso de vez en cuando, le había extrañado tanto como un lisiado extraña su brazo. Era reconfortante estar cerca de él, casi como si pudiera dejar caer mi fachada de señora imponente e inquebrantable que no era. Había pasado todo un año imitando las manías estoicas de mi esposo y su familia, y, para quien pudiera verme, había funcionado, pero esa no era yo.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora