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CUANDO LLEGAMOS A Invernalia, todos nos esperaban ya allí. Y, en la primerísima fila, junto a Benjen, se encontraba mi marido, Eddard. Sabían los dioses que no había sido capaz de perdonarle, no todavía. Pero todo mi cuerpo se estremeció al verle. Tenía unas enormes ojeras debajo de sus ojos muy marcadas, y una barba desaliñada. Llevaba puesto su atuendo de entrenamiento, y supuse que era lo que estaba haciendo antes de que los guardias de las murallas le informaran de que habíamos vuelto. Tras ellos, todos los trabajadores y soldados del castillo me observaban bajar de la carroza con un bebé de siete lunas sobre mis brazos y un niño que acaba de cumplir sus dos días del nombre detrás de mí.

Eddard casi temblaba sobre su lugar, y mucho me temo que por mucho que las palabras de mi hermana se hubieran metido en mi cabeza, en realidad eran los latidos de mi corazón lo que me traían de vuelta a Invernalia. Un engaño así no podría perdonarlo en la vida, menos todavía cuando la niñera de mis hijos, la Vieja Nana, llevaba al bastardo en sus brazos, y ya era mayor. O crecía más rápido que el resto de niños, como solían decir de aquellos de su clase. Sin embargo, con una porte recta y elegante me acerqué a mi esposo, lo que hizo que sus ojos se iluminaran durante solo un momento antes de que su brillo se desvaneciera cuando pasé de largo hacia el interior del cálido castillo. Casi podría haber jurado que vi sus ojos llenarse de lágrimas.

Dentro, me recibió el maestre, a un pasillo del vestíbulo. Y el hombre se inclinó ante mí con respeto.

— Mi señora, me alegra que haya vuelto – Me dijo con mucha sinceridad en su voz y una pequeña sonrisa creciendo en sus labios.

Di un pequeño asentimiento a sus palabras, aceptándolas. No me quedaba de otra. En realidad, todo mi orgullo y, seguramente, el respeto de los norteños se había desvanecido con la llegada del bastardo.

— ¿Se encuentra usted y los señoritos Stark en buen estado tras el largo viaje? – Preguntó observando a ambos niños con la misma sonrisa que me había dedicado a mí antes.

— Por suerte, la salud de todos sigue siendo fuerte – Respondí cortamente, un poco desorientada con todo lo que me rodeaba, incluido el castillo que llamaba hogar.

— Me alegra saber que no soy el único sureño en Invernalia – Quiso ser amable y animar un poco los ánimos, pero sus palabras martirizaban mi mente.

El bastardo era más sureño que ninguno de nosotros, seguro. A pesar de querer morirme aquí y ahora, forcé una sonrisa tortuosa, intentando corresponder la amabilidad de este pobre hombre que tan solo intentaba ser gentil.

— Si me disculpa, desearía volver a nuestros aposentos – Me excusé rápidamente, queriendo salir de esta situación lo antes posible, tanta incomodidad hacía que toda mi piel se erizara. El hombre tan sólo asintió varias veces —. Si fuera tan amable de avisar a las cocineras de llevar nuestra comida a las habitaciones del señor, se lo agradecería muchísimo.

— Por supuesto – Afirmó antes de marcharse por donde había venido.

Suspiré pesadamente, cerrando los ojos con fuerza antes de encaminarnos a las escaleras y subir hacia las habitaciones de los señores del castillo, la cual jamás habíamos utilizado. Siempre habíamos dormido en la que fue la habitación de Eddard, y yo misma había asignado la de Brandon a Edrick. Pero no quería volver a la habitación de mi esposo, solo quería estar sola.

Sin ningún pudor entré en las que fueron las habitaciones de Rickard Stark, y las nombré como las mías. Si iba a ser una imbécil con tierras y castillos, lo iba a hacer bien. A partir de ahora iba a ser la Señora de Invernalia con todas las letras del título. Dejé a Eddara en el suelo, quien en seguida gateó hacia todas partes y me lancé sobre la cama, de todas formas Edrick iba a jugar con ella. Miré el techo de piedra y deseé que se cayera encima de mí en este momento.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora