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        LA LLEGADA DEL Señor del Castillo se pudo escuchar desde mis aposentos, estábamos listos para recibir a Rickard Stark. Era entrada la madrugada, pero se escuchaba el alboroto del gentío, de sus soldados, de los abanderados. Sonaba a caos.

Temerosa, confié a Alys mi más preciado tesoro, mi hijo. Y, sujetando la mano de Ned, abandonamos la habitación. Sin un atisbo de duda, Ned nos dirigió en una caminata ligera al despacho de su padre. En el camino nos cruzamos a un sinfín de criados encendiendo todas las antorchas del pasillo.

Todo el Norte estaba despierto.

No tenía sueño, mis pensamientos no me dejaban descansar la mente. No dejaba de preguntarme dónde estaría Lyanna, si Rhaegar la estaba tratando bien o, si por lo contrario, la muchacha estaba siendo maltratada. Dioses, en qué cabeza cabía que un príncipe, el heredero al trono, fuera capaz de cometer un acto así.

Por otro lado, pensaba en Brandon y en lo mal que lo estarían tratando en esos pestilentes calabozos.

¿Le darían de comer?

Estaba muy angustiada, en mi corazón no cabía más dolor. Desde que había tenido a Edrick me notaba mucho más sensible, me imaginaba el dolor que debía sentir Rickard, al no saber dónde estaban sus hijos, y que su bienestar era un estado improbable. Mi pobre suegro debía estar roto.

Los soldados que custodiaban la puerta la abrieron en seguida, y entramos en el despacho. Era un lugar inquietante a tan altas horas de la noche. Todo estaba sumido en una negrura gélida, iluminado vagamente por dos antorchas y unas cuantas velas que parecían a punto de apagarse. La luz tenue me hacía estar más nerviosa y alerta. Pero, sin embargo, lo que me causaba escalofríos era el rostro colérico de Rickard. Sus cejas estaban fruncidas con una fuerza sin igual, su nariz estaba dilatada y se esforzaba por respirar, su mandíbula estaba apretada con una fuerza capaz de romper sus dientes. Y su mirada, dioses, en su mirada tan solo había fuego.

Nos acercamos a la mesa redonda y permanecimos de pie frente a ella. Los abanderados de Rickard parecían custodiarla con un enfado y una ansiedad en sus cuerpos sin igual. Estos ya no eran los estoicos hombres norteños que estaba acostumbrada a ver, eran hombres con sed de sangre y de venganza.

— Mi Señor – Saludé a mi suegro haciendo una profunda reverencia cargada de respeto, bajando incluso mi cabeza con una mueca fúnebre.

— Padre – Saludó mi esposo con un fuerte asentimiento, con sus ojos clavados en los de su padre.

       El hombre nos asintió sin emitir ni un solo ruido, sumido en ese silencioso aura que siempre lo inundaba.

— Al alba, viajaré a Desembarco del Rey – Informó entre dientes Rickard, con su mirada clavada en el mapa, con una intensidad que juraría que podría quemar el pergamino de la mesa —. Tendré un juicio con el Rey, y traeré a Brandon y a Lyanna de vuelta a Invernalia, de donde nunca debieron salir.

— Señor – Le llamó Lord Karstark, haciendo que todas las miradas se clavaran en él, pero el hombre no se movió ni un pelo. A veces me asustaba la rudeza de estos hombres —, mis hombres y yo le acompañaremos.

      Acto seguido, todos los demás abanderados se ofrecieron a acompañarle, y ofrecieron también a sus hombres.

— No será necesario – Aseguró quitándole importancia en seguida, apoyando ambas manos sobre la madera de la mesa —, tan solo me acompañarán aquellos cuyos hijos están en la misma situación que Brandon – Exigió rápidamente, volviendo su mirada al dibujo de la mesa —, para sacar a nuestros hijos de esos calabozos donde los tienen preso.

— Señor, si me permite – Musitó el Maestre Luwin, con un tono asustadizo —, desaconsejo que acudan tan pocos hombres. Si la situación no se encauza como es debido, necesitará las tropas.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora