Principio

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Nuestra aventura empieza en un pequeño pueblecito costero de Irlanda llamado Ashford, en enero de 1839.

La vida era difícil, mi marido trabajaba en lo que encontraba y yo era ama de casa y ganaba un extra como costurera.

Hacía 4 años que nos habíamos casado, pero no conseguía quedarme embarazada.

Eso me entristecía mucho, ya que siempre había soñado con formar una gran familia.

El sueño de Rowan, mi esposo, era llevarme al nuevo mundo y empezar de cero.

Siempre decía que aquella tierra era como en la Biblia, una tierra que manaba leche, miel y oportunidades.

Desde que nos casamos, fui ahorrando a sus espaldas, para darle una sorpresa y finalmente, pude comprar, dos billetes rumbo al nuevo mundo.

En nuestro quinto aniversario de bodas le regalé los boletos y con la venta de nuestra casa, podríamos emprender una nueva vida.

Rowan se puso a bailar de alegría, me agarró de la mano y bailamos felices, hasta bien entrada la noche.

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Al llegar al nuevo mundo, invertimos nuestros ahorros en comprar una pequeña granja a las afueras de St. Louis.

Le pusimos el nombre de Little O'Neill.

Pero las desgracias se cernieron sobre nuestra felicidad y seis meses después de nuestra llegada.

Rowan pilló una fiebre y falleció.

Lo echo tanto de menos...

De repente me encontré sola y en una recóndita tierra.

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Finales de 1843

Durante mi primer año sola, aprendí a trabajar la tierra y cuidar de los pocos animales que pudimos comprar.

Los temporeros se negaban a trabajar en mi rancho, a excepción de algún vagabundo que trabajaba a cambio de comida caliente.

La entrada principal de dinero, era gracias a las prostitutas del salón, que me traían sus vestidos para hacerles arreglos.

Así fue como conocí a Abigail Brown, aunque todos la llamaban Abby.

Abby ya era una mujer curtida de la vida, tenía 30 años, una melena azabache, larga y lacia, con ojos verdes penetrantes y un busto generoso. Su piel era envidiable, cuidada y brillante. Ni una marca de nacimiento. Tenía una sonrisa amplia y unos dientes que parecían perlas.

Yo en cambió tenía 20 años, mi pelo era un remolino pelirrojo, mi piel muy blanca y llena de pecas, que de vez en cuando tenía que curarme quemaduras por trabajar al sol.

Desde que nos conocimos, la mujer mayor me llamaba pequeña Petirroja, cosa que odiaba, pero no quería que se enfadara conmigo y perder el único sustento fijo que entraba en la casa.

En mi ignorancia pensaba que las prostitutas eran mujeres muy vulgares, pero Abby me hizo cambiar la perspectiva.

Ya que descubrí en ella, como en muchas otras de las chicas, que solo eran vulgares en presencia de hombres vulgares.

Solían venir al pequeño rancho, una vez a la semana, hasta que empezaron a venir todas las tardes antes de ir al salón.

Solían traer unas botellas de licor dulce y me explicaban anécdotas de los hombres que pasaban por la ciudad

Todas las tardes se convirtieron en mi momento favorito.

Cuando las chicas tenían mucho trabajo por los buscadores de oro y comerciantes de paso, no podían visitarme, pero Abby venía igual, ya que la empezaban a considerar mayor y los hombres preferían la compañía de jovencitas.

Le propuse que dejara su actual trabajo, para que trabajara en las tareas de mi casa. No tenía mucho dinero para ofrecerle pero nunca le faltaría comida y una cama limpia.

Solo le pedí que si iba a aceptar, tenía que entender que mi casa era un lugar respetable.

Vi como se iluminaron sus ojos y me dió las gracias.

Me dijo que me ayudaría en todo lo que estuviera en su mano. Ya que al no tener clientes empezaba a costarle pagar la renta de donde vivía.

Al día siguiente, Abby llegó al rancho con un baúl, que nos costó horrores subirlo a la planta de arriba.

Sintió nostalgia porque sus 16 años viviendo en St Louis, solo tenía un viejo baúl con su ropa.

Me dijo que tiraría algunas vestidos, porque si no trabajaba de prostituta, la mitad no eran necesarios.

Le dije que en esta casa, no se tiraba nada, ya se le encontraría algún uso y en caso contrario siempre estaba la opción de venderlo.

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2 meses después Febrero de 1844

La verdad desde que Abby vivía en el rancho y se ocupaba de la casa, se me hacía más fácil trabajar el campo.

Las chicas del salón, seguían viniendo por las tardes y le decían a Abby lo mucho que la extrañaban. Sobretodo Jimmy, el barman. Abby siempre les respondía que Jimmy solo decía que estaba enamorado de ella porque quería follar gratis. Decía que era un pobre infeliz virgen y que ella necesitaba un hombre de verdad, no un niño.

Y todas nos reíamos.

Explicaba a las demás, que se sentía mejor que nunca viviendo con otra mujer

Así no tenía que preocuparse de que llegara borracha a casa o le pegara y tampoco estaba obligada a realizar sexo conmigo, entonces me miró, me guiñó un ojo y lanzó un beso.

Hizo que me saltaran los colores, las chicas se empezaron a reír y me molesté. Abby entre risas me abrazó y me dijo que era una broma.

Encolericé y dije que ese tipo de bromas eran inapropiadas.

Me despedí de las chicas, agarré mi sombrero y salí al campo.

Cuando regresé, era noche cerrada y vi una silueta masculina en el porche, hablando con Abby.

Estaba más que segura quién era el visitante.

Cuando me acerqué le dije al señor Jones que entrara y tomara asiento.

Abigail se acercó a mi, me pidió disculpas por la broma de antes y me dijo que había estado muy preocupada por mi.

Sentí como el corazón me dió un vuelco por sus palabras, pero en ese momento no entendí porque.

Ignoré mis sentimientos y le pedí que llevara el caballo atrás, mientras yo atendía a nuestro invitado.

Espero vuestros comentarios, para saber si continuo o no con la historia.

El Rancho de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora