Capítulo 2

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Una semana después la casa estaba llena de de cajas de cartón cerrados con cinta, canastos y maletas. Afuera había un Mercedes Benz 608 esperando a que mi hermana saliese del baño, por lo tanto teníamos tiempo de ir a hacer un viaje de turismo a la India y volver. Mientras tanto mi padre recorría por última vez los pasillos de casa tratando de grabar en su mente cada detalle, los tablones viejos, las manchas de humedad, los muebles de madera repintados, la chimenea de piedra, las puertas que rechinaban y la desgastada escalera. Por mi parte yo decidí que mi último recorrido sería al granero, los animales se los habíamos vendido a un forastero por muy buen precio. Cuando Amber salió del baño mi padre le hizo una seña al camión y este arrancó. Nosotros nos subimos a Suzuki Fun 1.0, al que llamábamos suki.

-Pónganse los cinturones o no arrancó-. dijo mi padre observándonos por el espejo retrovisor.

-Claro, si en la carretera un auto nos choca se activara el super poder del cinturón y se creara una burbuja a nuestro alrededor que nos protegerá de todo y nos transportara a las Islas Bermudas.- Ese era el gran sarcasmo de Amber que se le había dado por ponerse en el papel de la rebelde intelectual y filosófica.

-No, definitivamente eso no pasara. Pero el cinturón si te salvara de morirte de hambre porque nadie saldrá de aquí hasta que no te pongas el cinturón-. Contesto mi padre con el tono más dulce e inocente del mundo.

-Pero si me lo pongo Abie se sentirá mal porque el cinturón no llega a cubrirle toda la panza, lo mío es un acto de caridad y comprensión. De nada.-.

-Hay Amber... eres tan inteligente, me encantaría ser como tu. Bueno, en realidad no porque no quiero reprobar el examen de admisión a la universidad.- Ella sabía que yo no estaba conforme con mi peso y lo utilizaba en mi contra, ella había estado llorando 2 días completos porque no la habían aceptado en la Universidad. Después de todo le había acabado de dar una cucharada de su propia medicina.

-Un insulto más y dejo aquí tu maquillaje Amber. En cuanto a ti Abie, tu castigo sera dar 8 vueltas manzanas cuando lleguemos a destino, sin una gota de agua-. Mi padre solía ser un hombre dulce, cariñoso y comprensivo pero si existía algo en el mundo que el no tolerara era que Amber y yo peleemos.


El viaje fue increíblemente extenso, los minutos parecían horas, los sándwiches cada vez tenían peor olor por el calor que se filtraba a través de la ventanilla y la carretera era como uno de esos fondo de caricatura en los que se repite una secuencia. En este caso la secuencia era, árbol, barro, montaña, árbol, barro montaña, árbol, barro, montaña.

No se cuanto tiempo habremos tardado en llegar. Lo que si sé es que fueron las horas más aburridas de mi vida, desde la última clase de álgebra, la diferencia era que por el movimiento del coche no me podía dormir, solo entrecerraba los ojos.

En una de esas sacudidas abrí los ojos y me dí cuenta de que estábamos cruzando un puente sobre un río o algo así, repleto de barcos, con barandas que subía y bajaban de color rojo. Me llamo la atención. Hice grandes esfuerzos por poder terminar de abrirlos y me dí cuenta de que estábamos cruzando el famoso puente de San Francisco. Al cabo de 8 u 11 minutos mi padre estaciono el auto y dijo.

-Niñas, bienvenidas a su nuevo hogar.-. Exclamó con los ojos llenos de esperanza.

- ¿Nuestro nueva hogar es esta pocilga?-. Fue la primera frase que dijo Amber desde que salimos de la granja.

Era un edificio de ladrillo, con ventanas bicolor, verdes y anaranjadas por el óxido, una escalera exterior gris y un basurero al fondo. No me esperaba algo mejor. Cuanto pagaría alguien por una granja, cuya casa tiene tablones flojos y manchas de humedad. Solo un grupo de aficionados que quieren construir una cancha de golf de alta dificultad.

-A mi me gusta, yo quiero el cuarto más grande-. Trataba de que mi padre no se viese afectado por los comentarios fuera de lugar de mi fastidiosa hermana.

-Estoy de acuerdo en que se los des. Después de todo ese culo no entra en cualquier lado-. Dijo Amber mientras terminaba de limarse la uña del anular de la mano izquierda.

Mi padre nos miro con desaliento y nos explico.

-Pensé que ya se los había comentado, compartirán habitación. No es muy grande y habrá que acomodarse pero con el tiempo se acostumbraran-.

Amber lo miro con amargura, se bajo del auto y cerro la puerta de un golpe. Luego se cruzo de brazos y se apoyo contra una pared suspirando y mascando su chicle rosa. Luego del viaje el chicle ya no debería tener sabor, pero no perdía su color, y sin un chicle la actitud de adolescente rebelde de Amber no estaría completa.

-Papi, ¿qué departamento es el nuestro?-.

-El 2C cariño. Oye, ¿estas desilusionada?-.

-Claro que no, no esperaba que nos mudáramos a una mansión con mayordomo llamado Jaime, y se que esta ciudad tiene muy buenas escuelas públicas, mejores que las del pueblo y tal vez hasta consiga un novio-.

-Gracias cariño. Me alegra el saber que cuento con tu apoyo-. y mientras lo decía me extendía su brazo para que le de mano.

-Y si algún día nos movemos-. Gritó Amber impaciente, que no soportaba ver nuestra escena de buena relación padre e hija.

-Si tienes tanto apuro encárgate tu-. Le conteste a la defensiva.

-Creo que tiene algo de razón, ya basta de ponernos sentimentales y comencemos a descargar-. Dijo mi padre secándose las lágrimas y abriendo la puerta del auto.

3 Horas más tarde habíamos terminado de desempacar y acomodar todo, incluyendo los muebles, que no fueron nada fácile de subir por la escalera interior. Por suerte los hombres de la empresa de mudanzas nos ayudaron y mi padre le dio 10 dólares a cada uno. El departamento era realmente pequeño. La puerta de entrada era color champaña y la perilla dorada. El suelo era de baldosas blancas. Al entrar estaba la cocina comedor, uno poco más a la izquierda entraban 2 sillones de 3 cuerpos y un televisor, que supuestamente era un living. El pasillo tenía tres puertas, una para el cuarto de mi papá, una para el baño y otra para el cuarto de mi hermana y mío. Todas las habitaciones estaban empapeladas en beige, excepto por el baño que tenía azulejos celestes. Todas las ventanas sin excepción tenían persiana y las puertas interiores eran todas verde musgo claro. Lo único en lo que se parecía a mi antigua casa era en que todos los muebles eran de madera. 





El precio de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora