help! i need somebody. Help! not just anybody. Hel. Como de costumbre apague el despertador de mi celular antes de que los beatles pudiesen decir el tercer Help. Mire a mi alrededor y todo seguía exactamente igual que la noche anterior al irme a dormir. Los muebles viejos pintados de un claro verde pastel, seguían llenos de papeles con anotaciones incomprensibles hasta para mi y de latas vacías de Coca-Cola. Mi silla de madera y paja aún tenía sobre ella los pantalones de jean con tirantes y la remera color crema que me pondría aquella mañana. Lo único que había cambiado era que al mirar por mi ventana ya no se veía ese cielo repleto de estrellas y una luna que combinaba. Ahora se veía la pradera y el lago de Hollister. De repente comenze a escuchar el rechinido de los tablones de madera del pasillo, supuse que era Amber, mi fastidiosa hermana mayor que siempre buscaba el modo de compararnos y hacerme quedar mal, entró sin previo aviso en mi cuarto.
-Levántate pequeña monstruo-. Me grito muy enojada. -hoy te toca a ti hacer el desayuno y me estoy muriendo de hambre, más te vale apurarte-.
Sin obedecer a sus vacías amenazas puse boca abajo y acomode el almohadón sobre mi cabeza.
-te dije que te despiertes-. Grito como una idiota. Escuche que había largado un resoplido de derrota y se fue.
Yo estaba feliz saboreando de mi victoria cuando Amber volvió con un trapo amarillo lleno de agua sucia y lo escurrió sobre mi cabeza. Como si eso fuera poco el agua estaba helada.
-Amber que ladra si muerde- me dijo en un tono burlón la señorita perfecta.
-Ya veras- alcance a gritarle mientras temblaba y mis dientes rechinaban por el frió que tenia.
Fui al baño y me lave la cabeza con shampoo de nueces y miel. Luego me mire en el espejo. Mis rizos tenían tanta forma como siempre y no perdían ese rojo intenso que los hace destacar. Mis ojos siempre fueron uno de mis puntos fuertes, después de todo no muchas personas tienen ojos verdes. La nariz no destacaba, solo era un poco respingada y estaba rodeada de pecas rosaditas. En cuanto a mi cuerpo, nunca tuve mucha forma, siempre fui una pelota. Cuando era pequeña mis padres solía llamarme "la pelotita de alegría".
Por otro lado mi hermana era una versión paralela de mi. su cabello también era rojizo y rizado pero cuando cumplió 16 decidió teñirlo casi todo de negro, excepto por un mechón que coloreo de fuccia, y a diario usaba la planchita, no soportaba tener un mechón que no fuese lacio. Sus ojos habían sido claros pero con el tiempo se oscurecieron hasta ser tan oscuros como el azabache, y ella nunca tuvo pecas. Si había algo que yo podía envidiar de mi mal humorada hermana era su figura. No voy a negar que vivía haciendo ejercicio y yo no podría con eso, pero los beneficios eran muchos, siempre eran la primera y ultima a la que miraban, se ganaba más de 8 silbidos diarios, y el bañador la hacía parecer una modelo de sweet victorian.
En aquel entonces ella tenía 19 y yo 16. Nuestra relación como hermanas siempre fue bastante buena. Ella siempre me cuido y lo compartíamos todo juntas, lo que arruino nuestra relación fue la muerte de mi madre. Ella había muerto en un accidente automovilístico hacía un año y medio, cuando fue al pueblo a hacer las compras porque yo necesitaba papel celofán y temperas para un proyecto. Nunca me culpe porque se que no fue mi culpa, pero mi hermana si. Creo que en el fondo ella sabe que no tuve nada que ver pero que necesita alguien a quien echarle la culpa. Lo peor era que resultaba imposible no pensar en ella ni por un segundo. por un lado la casa seguía conservando su perfume de melón y por el otro yo era idéntica a ella.
-Vamos pelotita de grasa, muero de hambre- Amber se estaba impacientando. tome mi pañuelo favorito, uno azul Francia con lunares blanco, me lo ate, me vestí y salí de mi cuarto dispuesta a hacer el desayuno. Ya había tenido tiempo de planear mi venganza y al de Amber le pondría leche de magnesia. Haber si algún día se vuele a animar a tirarme agua sucia. Para mi sorpresa cuando llegamos a la planta baja el desayuno ya estaba preparado. En la cabezera de la mesa Había un café negro con una medialuna de grasa como le gusta a mi padre, del lado derecho había una banana y un kiwi y de mi lado había panqueques de dulce de leche y crema con un batido de helado y leche. La mire a Amber y tenia la misma expresión de perplejidad que yo.
Entonces llego mi padre. -niñas, tengo que hablar con ustedes-. su tono era serio pero conservaba un toque de amabilidad -lo he estado pensando bien y creo que ya no es sano que sigamos viviendo en la granja-.
-totalmente de acuerdo-. Dijo Amber a quien le molestaba vivir en la granja porque quedaba lejos de la civilización según ella.
Estaban hablando de irse del que había sido nuestro hogar durante toda mi infancia. De la hermosa granja en la que había crecido, con sus tejas rojas, los tablones de madera y el granero.
-no-. Grite desesperada,- no podemos irnos de la granja, es nuestro hogar-.
-Hija entiendo que te sientas aferrada a él pero estuve pensado en mudarnos al centro de san francisco. Con lo que ganamos en la granja apenas alcanza y los gastos cada vez son mayores-. se le contrajo la voz -se que es difícil, pero debemos afrontar que tu madre ya no esta y que oler su perfume constantemente no nos hace ningún bien-. Me di cuenta de que me había ganado la batalla.
-¿y cuando nos mudaremos?-. pregunto Amber justo después de explotar un chicle rosa que estaba mascando, como accesorio de su disfraz emo.
-En una semana-.

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El precio de la corona
No Ficción41% hambre 38% laxtantes 19% dolor 2% comida 0% limites (2014)