15| Sinceridad

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Elena

Me quedo congelada cuando veo a Caleb leyendo el libro. Él ni siquiera se inmuta. Solo aparta la mirada de la página que estaba leyendo. Ni siquiera lo suelta. Ni lo cierra.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, aun siendo totalmente consciente de ello.

Joder. Ha tenido que abrirlo por un postit rosa. Solo marco con rosa las escenas eróticas.

—¿Esto es lo que lees?

—No —miento. Pero sé que es demasiado tarde cuando mis mejillas empiezan a arderme.

Él sonríe.

—¿Y quién ha marcado todas estas páginas? —No respondo. En su lugar, me acerco a él, le quito el libro y lo cierro. Le doy la espalda e intento tranquilizarme—. No entiendo por qué te pones así. Solo es un libro.

Ese es el maldito problema: que no es solo un libro. No he vuelto a leer nada desde el día de la piscina porque sigo imaginándome todas esas cosas con él.

—¿Te ha gustado? —le pregunto. Cuando me doy la vuelta, creo que yo estoy tan sorprendida como él—. ¿Qué has leído exactamente?

—Estaban haciendo cosas bastante interesantes —responde—. Sabría qué página era si no lo hubieras cerrado.

—¿Qué tipo de cosas? —insisto. No sé adónde quiero llegar con esto.

—¿De verdad quieres hablar de eso? —pregunta con ironía. Noto el momento exacto en el que sus músculos se tensan.

—¿Qué tiene de malo? Es solo un libro, ¿no?

—Sí, por eso mismo. Es solo un libro. —repite. Caleb se aleja de mí y se acerca a la ventana. Se queda callado unos segundos, pero después vuelve a hablar—. Espera un momento. —Él se da la vuelta para mirarme—. Eso es lo que estabas leyendo el día de la piscina, ¿verdad?

Noto un tirón en el estómago.

—No —vuelvo a mentir.

Él se apoya contra la pared. Todavía lleva puesta la ropa de la boda. Se ha desabrochado varios botones de la camisa, dejando parte de su pecho expuesto. También tiene las mangas subidas hasta el codo, dejando a la vista sus tatuajes. Trato de no fijarme en sus manos, que me hacen pensar en cosas que no debo.

—Mientes de pena —dice mirándome fijamente—. Te pusiste igual de roja que ahora. Solo podías estar leyendo una escena de esas.

Vuelvo a imaginarme la escena de Jared y Jessica, pero sigue siendo la cara de Caleb la que aparece. Yo intento calmarme, pero sé que es inútil ocultar el rubor.

—No tienes ni idea —es lo único que digo, y doy la conversación por zanjada.

Pero Caleb parece que no puede resistirse.

—¿Qué estabas leyendo entonces? Tenías que haberte visto, Elena. —Ignoro el estremecimiento que me provoca que diga mi nombre.

Yo empiezo a hartarme de la situación. Empiezo a cansarme de fingir que solo lo quiero como amigo, cuando lo único en lo que pienso es en besarlo. Siento que voy a explotar en cualquier momento, por eso suelto el libro donde estaba y me acerco a él hasta que solo nos separan unos centímetros.

—Creía que no querías hablar sobre esto —le recuerdo.

—He cambiado de opinión.

Yo sonrío con ironía. Acabo de llegar al límite. Lo único que me apetece es cerrarle la boca de una vez.

—¿De verdad quieres saberlo, Caleb? —Él asiente. Creo que traga saliva en algún momento. En esos segundos de silencio, lo único de lo que soy consciente es de lo fuerte que me martillea el corazón en el pecho, como si quisiera que terminara con esta tensión de una vez por todas—. Estaba leyendo una escena parecida a esa. Creo que era incluso peor. Pero no es por eso por lo que me encontraste así. El problema, Caleb, está en mi cabeza. Porque tú y yo éramos los protagonistas —estallo.

Amor a media vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora