1| Problemas

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Caleb

—Siempre hacemos lo mismo —se queja Ben.

—Y tú siempre estás quejándote. —La voz de Alexander llega hasta nosotros acolchada al estar dentro de la pecera todavía—. ¿Por qué no propones algo, si tanto te molesta? En mi opinión, son temazos.

—¿Que proponga algo? —Ben enarca las cejas, siguiendo los movimientos de Alexander.

Cuando sale y está frente a frente con Ben, imita su gesto y asiente. Su mirada marrón combate la azul de Ben.

—Sí, eso he dicho.

—No empecéis -interviene Chris—. Ben tiene razón, y Alexander también. Siempre hacéis lo mismo, pero al final siempre acabáis en el número uno de todas las listas. Tenéis millones de reproducciones y muchas más ventas de las que puedo llegar a contar. Pero innovar también está bien, ¿no?

Nunca me he parado a pensar demasiado en el trabajo que hacemos diariamente. Solemos tocar canciones del mismo tipo, oscilando entre el pop y el rock. Son canciones compuestas por alguien externo a nosotros. Jamás he compuesto una canción para el grupo. Para que la escuche el resto del mundo. Tampoco creo que sea buena idea.

Como si me hubiera escuchado los pensamientos, Christian me mira y sonríe de medio lado.

—¿Por qué no pruebas a componer una canción, Caleb?

—No. —Mi respuesta es tajante, fría y calculada.

—No seas así —repone.

—No —repito con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Y tú? —le pregunta a Alexander.

—A mí no me mires. Si hay alguien en el grupo capaz de componer una canción es Caleb. Yo toco la batería y Ben el bajo. No sabríamos... ni por dónde empezar. Pero Caleb, además de tocar la guitarra, es el vocalista.

Ben asiente con energía junto a Alex. Qué capullos.

—No he sido yo quien se ha quejado de que siempre hagamos lo mismo —repongo—. Además, no estamos mal como estamos, ¿verdad, Christian? -Lo miro y él pone los ojos en blanco—. Acabas de decir que tenemos millones de reproducciones y más ventas de las que eres capaz de contar.

—Sé lo que he dicho, pero...

—Pero nada -lo interrumpo—. No pienso componer una canción —farfullo mientras me largo de ahí.

Cuando paso por la entrada, le pido a Nick, que se encuentra al otro lado del mostrador, que ponga todo en orden cuando los demás se vayan. Él asiente y sigue tecleando en el ordenador. Cuando las puertas de cristal se abren al detectarme, me doy cuenta de que Christian ya ha pedido que traigan mi coche a la puerta del estudio. Sabía de sobra que iba a rechazar su oferta y que me iba a poner de mal humor.

Capullo.

Acepto las llaves que me tiende el cochero y me subo antes de ser detectado por alguien. La esencia de limón me llega hasta los pulmones, y ese olor a limpio me recuerda los dos meses que llevo sin fumar. En situaciones como esta, me fumaría un cigarro. De hecho, necesito un cigarro. O dos. Quizá tres.

Suspiro y enciendo la radio. Repiqueteo los dedos sobre el volante al ritmo de la música, intentando deshacerme de la ansiedad, pero no sirve para absolutamente nada. Cuando me doy cuenta, estoy apretando el volante con demasiada fuerza.

En el asiento de al lado, el teléfono empieza a vibrar. En la pantalla del coche aparece la imagen de Christian. Vacilo, pero al final decido pulsar el botón verde.

Amor a media vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora