20| Roto

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Caleb

Creo que me estoy volviendo loco. Que Elena me está volviendo loco, porque es lo único en lo que puedo pensar: en ella y en los ratos que hemos pasado juntos.

No sé hasta qué punto estamos llevando este juego. De lo único que estoy seguro es de que no debería sentir esta opresión en el pecho cada vez que pienso en nosotros. Porque no existe. No hay un «nosotros». Y no puede haberlo. Hace días que no tengo un ataque de ansiedad y que no tomo ansiolíticos. Y sé por qué es.

Desde que paso tiempo con Elena, parece que todos los problemas desaparecen. O que puedo afrontarlos con más fuerza, al menos. Y no me gusta. No me gusta esta sensación de bienestar, porque eso significa que la caída será cada vez mayor desde este punto. Y entonces me recuerdo que estoy roto, y que por más que lo intente nadie va a rellenar los huecos de mis grietas.

Porque nadie querría lidiar con semejante mierda. Sé que Elena sigue adelante con esto porque no sabe nada sobre Jack. Y es mejor que siga siendo así. No quiero preocuparla con mis problemas.

El estudio es un lugar al que le estoy cogiendo cada vez más asco. Al igual que cada vez soporto menos a Christian. No puedo seguir así a escasas semanas de la gira, pero todo lo que está pasando últimamente me está afectando más de lo normal. Cuando entro, Elena se está mordiendo el labio inferior mientras mira la pantalla de su ordenador. Todo mi cuerpo se tensa en cuanto me mira a mí.

—Hola —dice.

—Hola —respondo mientras me acerco al mostrador y apoyo un brazo en él.

Elena frunce el ceño al verme aquí parado, sin decir nada más.

—¿Pasa algo?

—No —suspiro—. ¿Qué vas a hacer esta noche?

Su expresión se relaja, y por alguna razón, respiro con más tranquilidad.

—Nada. Irme a casa. —Se encoge de hombros.

Yo me limito a mirarla por encima de la pantalla de su ordenador. Tiene el pelo suelto y le cae sobre un hombro. Sus ojos azules no se ven tan claros como otros días, pero siguen siendo igual de bonitos.

—Espérame cuando salgas. Yo te llevo. —Elena asiente sin hacer preguntas, y tampoco espero que lo haga. Lo de llevarla a casa se está convirtiendo en un hábito.

No sé decir por qué lo noto, pero su expresión vuelve a cambiar a una más seria.

—Roxie está en la cafetería. Esperándote.

Mierda.

Cojo una bocanada de aire y asiento. Me alejo a regañadientes del mostrador y me dirijo a la puñetera cafetería. Roxie está sentada en una mesa con una taza de lo que intuyo que es café y un cuaderno abierto. A veces se me olvida que ella no tiene la culpa de nada de esto y puedo llegar a ser más cortante de lo que soy con normalidad, pero intento que no se note lo incómodo que me siento cuando me dejo caer sobre la silla que hay justo enfrente de ella.

Roxie alza la mirada enseguida y sonríe. Sus ojos son grandes y de un marrón bastante oscuro. Parecidos a los míos. Tiene el pelo liso y mucho más largo que Elena. Es inútil negar que es bastante atractiva, aunque no esté interesado en ella ni lo más mínimo.

—¡Hola! —dice animada—. Estaba leyendo las canciones que tengo mientras te esperaba.

Yo intento devolverle la sonrisa, pero sé que no me sale una tan sincera como la suya. Desvío la mirada al fondo y le hago una señal al camarero para que no venga. No me apetece absolutamente nada. Ni siquiera he desayunado antes de venir. Esta situación me revuelve el estómago. Cuando vuelvo a mirar a Roxie, sigue tan sonriente como antes.

Amor a media vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora