12| La película

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Caleb

El apartamento de Elena está tan ordenado como siempre. Un olor afrutado inunda toda la estancia. No hay ni un rincón que se libre del olor característico de Elena. Ni siquiera yo. Intento relajarme, aunque no sé si esto ha sido buena idea. Aun así, sé que lo que necesita es distraerse. Si se quedara sola, lo único que haría sería darle vueltas al asunto de Andrew.

Qué hijo de puta.

En cuanto vi a Elena con los ojos rojos e hinchados supe que había pasado algo, pero no me imaginaba que iba a llegar tan lejos. No sé describir cómo me he sentido al verla así, tan frágil y sensible. La Elena que estoy acostumbrado a ver es fuerte, divertida y sarcástica.

No había nada de eso en ella cuando me la encontré en la sala de grabación.

Lo único que quería y quiero es ir y partirle la cara a ese gilipollas. Pero no lo haré, porque la única que puede y debe hacer algo al respecto es Elena. Tiene que ser ella quien demuestre lo fuerte que en realidad es. En el fondo, tiene que saber que es capaz de cualquier cosa. Yo lo he visto.

—Caleb, ¿estás bien? —La voz de Elena me devuelve a la realidad.

Ella tiene un brazo apoyado en el marco de una puerta y me mira desde allí.

—Sí. Estaba pensando en otra cosa —respondo.

En ella, para ser más exactos.

—Estaba diciendo que como puedes ver no hay tele en el salón. La única que hay está en mi habitación. Si quieres, podemos cambiarla...

—No pasa nada. —Sí que pasa. Vas a tener que tumbarte en la misma cama con ella. Mi conciencia me hace pensar que a lo mejor es ella quien se siente incómoda conmigo—. Si es por ti...

—No —me interrumpe—. No quiero que tú estés incómodo.

Me río por dentro. ¿Cree que me siento incómodo con ella? Me molesta y me tranquiliza a partes iguales. Me molesta porque no quiero que piense que no quiero pasar tiempo con ella, y me tranquiliza porque eso demuestra que no se está dando cuenta de nada. Mejor. No me gustaría arruinar nuestra amistad por un malentendido.

—Ven.

Sigo a Elena hasta su habitación. No es grande, pero tampoco pequeña. Tiene una estantería llena de libros. Supongo que después de todo sí que lee. Ella parece darse cuenta de que me fijo en los libros y se tensa, pero no entiendo por qué. Decido ignorarlo. Enciende la tele, cierra la puerta y cierra las cortinas, de manera que la habitación está completamente a oscuras.

Trago saliva cuando veo que se tumba en la cama. Quizás esto no haya sido buena idea después de todo.

Voy hasta el lado opuesto y me tumbo, con cuidado de no tocar a Elena. Pero sé que al final será inútil: solo nos separan unos centímetros, y en algún momento uno de los dos tendrá que moverse. Intento no pensar en eso.

—¿Qué película quieres ver? —pregunta, buscando alguna en Netflix.

¿Por qué ella parece tan tranquila?

—No lo sé. La que tú quieras.

—Mmmm —murmura, pensativa. Ella se sienta sobre el colchón, como si en esa postura se concentrara mejor. Como estoy tumbado, puedo ver su perfil izquierdo. Se está mordiendo el labio inferior.

Me obligo a apartar la mirada de ahí y pensar en otra cosa que no sean sus labios. Inevitablemente, acabo en su estantería.

—¿Es uno de esos libros el que estabas leyendo? —Ella frunce el ceño cuando me mira. Sigue mordiéndose el labio. Cuando lo suelta, vuelve a adquirir un tono rosado. Tengo que dejar de pensar en besarla—. Cuando estabas en la piscina —aclaro.

Amor a media vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora