Capitulo 7. En el ojo del huracán.

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Luego de una maravillosa platica sobre el pasado, que se extendió por poco más de una hora; Emilia volvió a tener una recaída. Simplemente, se sintió cansada y mareada de un instante a otro, tanto; que se requirió de la intervención de los médicos por qué su fatiga parecía muy severa.

Le comenzó a faltar el aire; quizá por haber estado hablando por un buen rato sin parar, fue como si el oxígeno se le acabará y sus pulmones ya no pudieran funcionar correctamente como antes.

Temerosos de que la mujer pudiese tener una difícil noche; nuevamente la sedaron, pero esta vez no despertaría en unas cuantas horas, despertaría hasta el día siguiente. Le administraron suero, algunos medicamentos intravenosos y se aseguraron que el tanque de oxígeno estuviese funcionando correctamente, para darle privacidad al alfa de cuidar a la mujer como él lo había solicitado.

Y Scott nuevamente se quedó en soledad y silencio, rodeado de oscuridad total, mientras observaba el suelo de la habitación, sentado en un mueble cercano a la camilla; asegurándose personalmente de que su madre estuviese bien.

No puede negar que teme dejarla sola. Quiere dormir y volver a despertar viendo a su madre susurrarle cálidamente que todo estará bien.

Pero parece que no es algo que se pueda repetir otra vez. Así que las esperanzas se desvanecieron muy rápido. Instantaneamente diría yo.

Aquel momento tan tranquilo que vivió un par de horas atrás; quizá fue de los últimos de su tipo.

Soltó un suspiro pesado mientras se perdía entre pensamientos decadentes y dejó caer sus hombros relajándose. Es una noche maravillosa; fresca, con brisa calidad que atraviesan por la ventana y hace que las cortinas blancas revoloteen con hermosura.

Si no fuese por las circunstancias, Scott podría jurar que es una noche de ensueños; hermosa en toda la extensión de la palabra, con una luna enorme justo frente al balcón, a las espaldas del alfa, y a la vez, detrás del mar.

"Tu padre siempre se sintió orgulloso"— recordó el joven hundido en sus pensamientos.
"El padre que yo conozco jamás diría tales palabras, el hombre al que yo conocí está alejado de su época dorada y de dar palabras orgullosas."

Apretó los puños con rabia, con tanta rabia que sus uñas se encajaron en sus propias palmas hasta dejar marca.

"El padre que yo conozco era un santo con todos y un monstruo con sus hijos…"

[Toc, toc, toc, toc, toc]

En la gruesa puerta de la habitación sonaron cinco golpes ligeros que buscaban solo llamar ligeramente la atención del único hombre en la habitación. No tuvo que esperar un “pase” para entrar; sabe la situación que hay en el interior de la habitación y que puede entrar con libertad.

Más si lleva más malas noticias consigo. Terribles en realidad.

Se acercó a pasos pequeños, pero rápidos; esta vez se movió con sigilo, haciendo hasta lo imposible por no hacer ruido. Hasta que finalmente llego.

Su rostro se ve serio, tiene una expresión de nerviosismo e incluso unas cuantas gotas de sudor caen desde su frente. Scott la puede ver tragar, grueso, como si hubiese un terrible nudo en su garganta que quisiera rebanarla desde dentro.

Soltó una bocanada de aire, siente un poco de frío, aun así se incorpora con rapidez y dice con firmeza:

—Señor, el rey del norte está en la entrada, y demanda verlo ahora mismo. —La mujer retrocedió un par de pasos un poco, no, más bien; muy nerviosa.

Pudo ver claramente como si hubiese llamas invisibles alrededor de Scott. Soltó un suspiro pesadísimo; como un toro enfadado y apretó él descansa brazos con sus manos rasgando el tapizado de cuero.

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