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Las paredes del lugar retumbaban con el potente ruido de cuerdas, trompetas, voces y ¿en serio?, ¿cómo había podido conseguir un mariachi a estas horas de la mañana?

La pareja y otras personas dentro del café salieron a observar el espectáculo, mientras otros tantos transeúntes se detenían también a disfrutar de aquellas notas tan estridentes como populares.

Ana buscó de inmediato a Verónica en el exterior y en su gesto se arremolinaban la sorpresa, mortificación, diversión y dos que tres pizcas de incomodidad.

En cuanto Daniela puso el gigantesco arreglo floral en una de las mesas desocupadas y la tomó de la cintura para comenzar a bailar al ritmo de la música, su rostro se volvió solo sonrisas y una mirada de adoración para su novia que Ana envidiaba, antes de besarla como una pareja enamorada lo haría en su quasianiversario.

La fotógrafa aparto la vista, no queriendo ser testigo de aquella escena, decidiendo devolverla a la pantalla de su ordenador, continuando con su labor mientras el ruido de aquella celebración le acompañaba.

Sin embargo, Ana comenzó a sentir cierta inquietud. De esa que viene cuando percibes que estás siendo observada

¿Quién podría estar poniéndole atención ahora mismo, cuando allá afuera había ya más de una pareja bailando al ritmo del mariachi y un sinfín de cosas más interesantes?

La sensación no se retiró de su piel y por curiosidad, comenzó a escanear sus alrededores, en busca de quien podría estar generando aquel presentimiento.

Pronto, encontró un par de ojos marrones fijos en ella y una expresión que no podía leer en el rostro de su dueña.

Era casi como si, en medio de aquel mar de gente completamente inadvertida, Ana hubiese encontrado a alguien que sabía lo que pasaba en su interior.

Sin saber qué hacer, la fotógrafa alzó la mano, saludando a lo lejos a Socorro, la madre de Verónica, y ésta correspondió con un gesto similar, luego le sonrió tenuemente y devolvió la mirada al frente, en donde la gente aplaudía a los músicos que comenzaban ya a retirarse.

***

La tonelada de responsabilidades que cayeron sobre sus hombros al convertirse una de las fotógrafas de una campaña publicitaria tan importante, Ana la recibió con los brazos abiertos.

No sólo significaba un gran aporte a su currículum, sino que también le mantenía la mente ocupada al grado de no darle oportunidad de dedicar sus pensamientos a otra cosa que no fuera detallar a la perfección este proyecto y eso, eso era justo lo que Ana necesitaba.

Sus visitas a la cafetería eran esporádicas o de entrada por salida, la llegada a su departamento no era nunca antes de las diez de la noche, ya fuese porque el equipo creativo trabajaba de manera exhaustiva o por las salidas con el grupo de personas que este nuevo proyecto había traído a su vida.

Estaba Isaac, el otro fotógrafo que compartía tareas con ella, un chico de mediana estatura, alegres ojos color miel y sonrisa tímida, también Anel, que con su viva personalidad llenaba de carcajadas las extenuantes horas de trabajo, y Lucía Galán, una atractiva modelo argentina que siempre optaba por quedarse a esperar al resto, aún si su trabajo terminaba mucho antes que los encargados de la parte creativa.

La chica había sido requerida por la revista específicamente para la campaña, ella y las otras dos modelos que también formaban parte de este enredo de proyecto.

Lucía había captado la atención de Ana inmediatamente con su largo cabello pelirrojo tan lacio que parecía caer como una cascada eterna sobre sus hombros, su piel blanca que resaltaba exquisitamente con la luz del sol y esos ojos avellanados color marrón que la observaban constantemente.

Daniela solía burlarse de Ana por tener descompuesto lo que en la comunidad se solía definir como su 'gaydar', porque siempre que creía que alguien pertenecía al colectivo LGBTQ+ resultaba que no era así y si decía que tal o cual chica era definitivamente lesbiana, resultaba ser la mujer más heterosexual a kilómetros a la redonda.

Afortunadamente, con Lucía no había existido la necesidad de quebrarse la cabeza para tratar de definir si estaba interpretando adecuadamente todas sus señales.

Todo se aclaró directamente a dos semanas de empezado el proyecto, cuando después de una plática grupal durante un descanso cuyo tema principal fue lo malo que era el café de la mesa snacks, ellas dos se quedaron solas.

El silencio se sentía un poco incómodo y Ana estaba teniendo problemas para seguir una conversación; algo muy inusual en ella, a menos de que se involucraran las dos razones que lo explicaban, uno, ser un desastre gay dos el hecho de que Ana se sentía atraída hacia esta chica.

— ¿De donde viene tu nombre? — preguntó tratando de romper el extraño silencio.

Por la manera en que la chica rodó los ojos discretamente.

— Es de origen latino

— Que interesante... ¿tiene algún significado? — agregó ella, intentando avivar la plática.

— 'Brillante'

— ¿Disculpa?

— Mi nombre. Significa Brillante.

— Oh. Que cool. Me gusta.

Lucía tomó un pequeño racimo de uvas de la mesa de bocadillos y buscó conectar sus miradas con un gesto sugerente.

— Y a mí me gustas tú, Ana.

La modelo puso la fruta dentro de su boca y se alejó de ahí contoneándose con exageración, llevándose de inmediato la atención de todos los presentes, incluida, desde luego, Ana.

***

Su primera cita sucedió prácticamente al día siguiente.

Una cena en algún restaurante cercano, una plática amena y bastantes risas, crearon una sensación agradable dentro de la fotógrafa y por primera vez en mucho tiempo, el sueño llegó sin pensar antes en Verónica.

La sonrisa con la que se fue a la cama después de besarla dos o tres días después, permaneció en su cara por casi toda la semana, puesto que mientras su bocas se movían sensualmente una contra otra, la culpabilidad que la embargara cada vez que estaba con una mujer, nunca apareció.

Era estúpido sentir que traicionaba a alguien que no era su novia y era aún más estúpido que esa sensación le impidiera relacionarse con alguien que no fuera para cubrir sus necesidades.

Sentir los labios de Lucía sobre los suyos, percibir la fragancia cítrica de su perfume invadiendo sus fosas nasales, observar sus ojos marrones y que estos le hicieran pensar en sabor a chocolate en lugar de aroma a una taza de café, se sintió como encontrar un oasis en medio de un desierto que llevaba recorriendo en silencio por más de un año.

— Hey — saludó Ana, dirgiéndose a la cocina en donde Verónica preparaba algo para el desayuno.

Ahora que sus vacaciones de primavera habían comenzado, se estaba permitiendo quedarse algunos días con Daniela.

— Hola. Hice más café, creo que alcanza para todas — respondió la barista, su voz sonando un tanto extraña.

Esa no era la primera noche que Ana pasaba con Lucía.

En las otras, habían tenido la calma suficiente como para ir hasta el departamento de la modelo buscando la privacidad que le daba el no compartirlo con nadie.

Esta vez, sin embargo, el calor del momento, el hecho de que el restaurante de la noche anterior estaba bastante más cerca de su casa que de la de Lucía o simplemente porque Ana había de pronto recordado que aquel también era su departamento, le hizo traer a su acompañante a este lugar.

Tendría que haber imaginado que al despertar, Verónica estaría en la cocina.

— Uhm, gracias, pero no creo que-

Ni siquiera pudo terminar la frase.

I Can Be Better (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora