Ana volvió a su departamento por sus cosas cuando estaba segura que nadie estaría ahí.
Aún así, contuvo la respiración mientras abría la puerta, con el temor de tener que enfrentarlas. No se sentía preparada para ello y al final, terminó ausentándose dos días por el mismo motivo.
Además, tener cerca a su padre siempre le hacía bien.
— Princesa, ¿puedo pasar?
Ramón había tocado dos veces y abierto la puerta para meter la cabeza a su habitación y Ana soltó una risita divertida, recordando lo mucho que le molestaba que hiciera eso cuando era una adolescente.
'O sea, ya estás adentro, ¿no?'
Solía decirle con voz severa y una actitud que la Ana de hoy habría desaparecido de su versión más joven de una bofetada.
— Sí, adelante.
Su padre, un sujeto de casi 60 años, robusto, elegante, de abundante cabello cano, sonrisa agradable y cordiales ojos marrones que ella misma había heredado, entró a la recámara cargando un vaso en su mano derecha y vistiendo su pijama de algodón a cuadros negros y blancos.
— Toma — le ofreció el recipiente, cuidadoso de no derramar una gota de cualquier líquido que llevara ahí.
— ¿Qué es?
— Leche caliente.
Ana apretó los labios, porque sabía lo que significaba.
Desde pequeña, siempre que se sentía triste, su madre aparecía por la puerta cargando exactamente lo mismo que su papá le daba ahora para platicar con ella y hacer las cosas mejores.
Cada noche, luego de la muerte de que ella faltara, Ramón repetió la misma acción durante semanas, a sabiendas del estado de ánimo de la familia entera, tomando el rol de Isabelle para tratar de reconfortarla y, aunque ya no era una niña, el efecto seguía siendo el mismo.
— Gracias, papi — respondió, tomando el vaso de su mano, dando un sorbo al líquido, comprobando que seguía trayéndole la misma agradable sensación.
Liberado del peligro de derramar nada, Ramón se sentó en la cama, brindándole atención mientras bebía y ponía después el vaso en el buró.
— ¿Qué pasa? — preguntó Ana al notar la manera en que la observaba.
— ¿Me vas a decir qué tienes?
— ¿Yo?
— Sí. No me malinterpretes, me encanta que estés aquí, pero te quedas dos días luego de años sin pasar una noche en tu cama, no te veo saltando por los rincones como acostumbras, ni nadando con la música a todo volumen en la alberca, te encierras a trabajar en tu recámara y tienes esos ojitos melancólicos, es obvio que algo te sucede.
Ana guardó silencio, tratando de encontrar una manera de salir de esta, pero su necesidad de encontrar respuestas le ganó la partida.
— Papá, ¿por qué el amor tiene que ser tan complicado? — soltó de forma tan resentida que se sorprendió a sí misma con lo agrio de su voz.
— ¿El amor?
La chica ratificó su pregunta con un movimiento positivo de su cabeza.
— El amor no es complicado princesa, el amor se siente o no se siente, así de simple. Los que complicamos todo somos nosotros.
— ¿Cómo?
— Creyendo que el amor es perfecto.
— No entiendo.

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I Can Be Better (VerAna)
RomantikaEl amor que sentimiento tan extraño y confuso, pero solo es cuestión de encontrar el tiempo perfecto