Esa noche, Ana hizo exactamente lo que Verónica le aconsejó.
Guardo silencio para escuchar a su corazón y éste repetía fuerte y claro una sola palabra: peligro.
Peligro de volver a sentir, de volver a caer, de volver a sufrir.
Pasar la noche en vela, pensando en ojos verdes y que estos volvieran a ser tener aroma de café en lugar de sabor a chocolate, le ayudó a tomar la decisión por la mañana.
Estaba mal abandonar su vida entera para escapar de un sentimiento. Estaba mal aferrarse a una chica solo porque era su tabla de salvación, pero no quería renunciar a aquella quimérica felicidad y regresar a padecer la angustia que había sido su día a día por tanto tiempo, así que poco tiempo después, y con tres valijas de tamaño impresionante, Ana se despidió de todos sus seres queridos y abordó el avión que le ayudaba a huir de su realidad.
***
Los primeros meses el plan surtió el efecto deseado.
Poner distancia entre ella y Verónica le ayudó a encontrar la calma que tanto necesitaba.
Ahora sus días, sus tardes y sus noches le pertenecían a Lucía y su corazón se sentía tan en paz con aquello, que por momentos llegó a pensar que, aún si había tomado la decisión de mudarse a esta ciudad por las razones equivocadas, los resultados estaban siendo los adecuados.
Cierto era que seguía en comunicación con la barista, pero no se sentía una interacción distinta a la de dos amigas intercambiando mensajes y bromas a través del teléfono de cuando en cuando, sobre todo considerando que además de la amistad que la unía a ellas, estaba la que compartía con Daniela desde años atrás.
Lo único que le causaba cierto malestar, era la sensación de que Lucía ya esperaba de ella algo que no estaba segura que podía darle.
Quizá era la forma en que la miraba, o cómo la tomaba de la mano dejando un beso sobre sus dedos antes entrelazarlos juntos y recorrer de esta manera cualquier sitio que visitaran; podría ser esa tendencia a darle siempre la razón, aún cuando no la tuviera; o tal vez la manera en que hacía planes para ellas que sonaban a un futuro bastante lejano.
Ana se esforzaba en alimentar los deseos de Lucía, en creer que a su historia juntas le faltaban muchísimas páginas por escribir, pero para ella incluso mañana seguía siendo incierto.
Con aquello en mente, el primer impulso de la fotógrafa había sido buscar su propio lugar en la ciudad, pero Lucia insistió en que no tenía caso, sobre todo cuando compartir un lugar en una sitio cuyas rentas estaban por los cielos, convenía a ambas.
Solo cuando Lucía le dio aquel argumento, fue que recordó lo poco que le había compartido de su vida.
¿De verdad había olvidado mencionar que el dinero no era un problema para ella?
De todos modos, dividir el pago de renta y servicios concordaba bastante con su plan de abrirse paso por sí misma, así que terminó aceptando la propuesta. Además, tener a alguien familiar en un sitio prácticamente desconocido era muy reconfortante.
Esa convivencia, el despertarse desnuda a su lado, ir de la mano a los lugares que Lucía quería mostrarle, que sus amigos la conocieran como la persona con la que salía, la domesticidad que compartían, le hacía reflexionar en qué tanto de aquello era conveniencia para ambas y cuánto estaba involucrando sentimientos de verdad.
Ana sentía cariño por Lucía, mucho.
Incluso había momentos de su vida, instantes de su día, llegar del trabajo y encontrarla cocinando para ambas, verla tomar un café asomada por la ventana, esperar con ansias los fines de semana para salir a lugares nuevos en busca de aventuras o encerrarse en casa a hacer nada más que ver televisión y estar desnudas recorriendo el cuerpo de la otra, que le hacían darse cuenta de que aquello que palpitaba dentro de ella al pensarla, podría llegar a ser algo más que simple afecto.
Desde luego, aquella linda ilusión de una vida plena, llegó a su fin el día que vio aquella nueva entrada en la cuenta de Instagram de Daniela.
Era un sábado cualquiera sin otro plan más que ir a Dolores Park a asolearse un poco hasta que la neblina hiciera de las suyas convirtiendo una mañana agradable en una tarde más fresca de lo que ella disfrutaba y luego ir andando a Castro, el vecindario LGBTQ+ más famoso del mundo a beber algo y luego a bailar al sitio favorito de Lucía, 'Bad Lands'.
Ana no era una fan de bailar, pero le agradaba el ambiente de aquel sitio que no era pretensioso como los clubes de Ciudad de México y podía concentrarse únicamente en pasarla bien junto a Lucía o con los amigos de ésta, a quienes ya creía poder llamar suyos, también.
Su mala costumbre de revisar el teléfono apenas abriera los ojos fue la causante de que su día se arruinara por completo,
Debajo de la imagen había varios puntitos que indicaban la existencia de más fotografías en el mismo post y su curiosidad obtuvo lo mejor de ella, haciéndole deslizar su dedo hacia la izquierda para revisarlas todas, encontrando a Verónica y sus hermosos ojos con aroma de café mirando a la cámara pletórica de felicidad, mientras Daniela le daba un beso en la mejilla.
Mientras más recorría las imágenes, más acrecentaba la desagradable sensación dentro de su estómago.
Con bruscos y torpes movimientos, Ana dejó el teléfono en el buró de la cama, se despojó de las mantas que le cubrían el cuerpo y, sin molestarse en dejar un beso en la mejilla de Lucía como hacía cada mañana, corrió al baño azotando la puerta con brusquedad, tratando de llegar lo más pronto posible al inodoro.
El ardor del ácido gástrico subiendo por su esófago le llenó la boca de un sabor amargo al ser expulsado de su cuerpo; uno que concordaba a la perfección con el sentimiento que le invadía el pecho.
Aunque no se sentía bien, se negó a cancelar los planes con Lucía, porque no quería estar en casa, no quería pensar, necesitaba distraerse, creer que su vida podía seguir después de esto.
Tendría que haber sabido que aquello era imposible.
Ana terminó arruinando por completo el día de la modelo.
Tomando ventaja de las relajadas restricciones en cuanto al consumo de alcohol que todo el mundo sabía existían en aquel famoso parque de la ciudad y en general todo el distrito latino 'Mission', la fotógrafa empezó a beber absolutamente todo lo que sus amigos pusieron en sus manos.
Los años le habían enseñado que embriagarse a ese nivel traía un efímero furor que terminaba por dejarte más vacía que antes, pero en aquel instante, sentía necesitar las horas de olvido que el mezcal pudiera proporcionarle.
Para cuando llegaron a Bad Lands, a Ana ya le costaba hablar sin enredar su lengua y continuó cayendo en su espiral decadente acabando hasta la última gota de todos los cocteles a base de ron que el bartender preparaba para ella, hasta que este mismo, al ver su estado, llamó a Lucía para decirle que la llevara a casa, puesto que la cantidad de tragos que había consumido rebasaba por completo lo que consideraba pertinente proporcionarle a cualquier persona.
Ana no tenía ni la conciencia ni la fortaleza física de negarse a aquello.
A la mañana siguiente, la resaca le dio la excusa perfecta para quedarse en cama todo el día y la molestia de la modelo la justificación que necesitaba para no interactuar con ella por horas.
Ganarse su perdón le costó varios días de disculpas sinceras, chocolates, bromas tontas, ramos de flores y un maratón de sexo que no terminó hasta muy entrada la madrugada y que dejó a la modelo completamente satisfecha y a ella sintiéndose tan vacía como desde que se enterara que la chica de la que estaba enamorada se casaría con alguien más.
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I Can Be Better (VerAna)
RomanceEl amor que sentimiento tan extraño y confuso, pero solo es cuestión de encontrar el tiempo perfecto