El acuerdo mutuo fue no verse hasta que Verónica hablara con Daniela.
Ambas sabían que de encontrarse nuevamente, no serían capaces de detener sus instintos y ninguna se sentía moralmente lista para dar ese paso sin que nada, o más bien nadie, estuviese de por medio.
Eso provocó que los días subsecuentes Ana los pasara convertida en un manojo de nervios y de culpabilidad.
Lo primero, se debía al temor que significaba despertar y darse cuenta de que todo había sido un sueño, o de que Verónica abriera los ojos esa mañana y se diera cuenta de que estaba cometiendo un error y era a Daniela de quien estaba realmente enamorada.
Siempre que llegaba mensaje de buenos días, contestaba el suyo de buenas noches o intercambiaban textos o llamadas para preguntarse como había sido su día, Ana volvía a respirar tranquilamente, solo para repetir el mismo proceso por las 24 horas después.
Esta zozobra no era sana, pero estaba segura de que en cuanto pudieran resolver todo, iría disminuyendo poco a poco.
Si llevaba tres años aguardando por ella, qué más daba ya unos cuantos días más.
Lo segundo, la culpa, venía del remordimiento de conciencia que provocaba saber que ese alguien que se interponía entre ellas, era nada más y nada menos que a quien por años llamó mejor amiga.
Ana la seguía considerando de esa manera, pero sabía que había perdido el derecho en el instante en que tirara la precaución por la ventana y besado a Verónica como sentía debía haberlo hecho desde el primer día en que la conoció. Bueno, no ese momento exactamente, pero sí antes de que Daniela apareciera en el mapa.
Cuando Verónica volvió a su departamento, esta vez hecha un mar de lágrimas, supo que había sucedido.
Era la primera vez que la veía tan descontrolada y eso le hizo temer que quizá sintiera más por Daniela de lo que pensaba, pero el abrazo en el que se fundieron tan pronto abrió la puerta y el beso que la barista compartió con ella cuando pudo controlar su llanto, le ayudó a recordar que el error se había cometido muchísimo tiempo atrás, cuando su indecisión le llevó a no ser clara respecto a sus sentimientos.
— No me quiere volver a ver — murmuró Verónica con voz quebrada, mientras ambas permanecían recostadas en la cama.
Ana siendo la cuchara grande, como lo había imaginado tantas veces.
— Lo siento — la barista se hundió más en su abrazo, manteniendo el silencio — ¿Te arrepientes? — cuestionó por segunda, pero no última vez.
Esa pregunta se volvería una constante en su relación y Verónica nunca se cansó de responder con las palabras adecuadas.
— Nunca. Me siento terrible, porque yo la quiero, Anilla, mucho, pero... no es con ella donde pertenezco, nunca fue así.
— ¿Y a dónde perteneces entonces?
Verónica se giró lentamente, quedando frente a ella, le despejó la frente de esos pequeños mechones de cabello que habían caído y sonrió mientras le observaba de esa manera en que hacía saltar su corazón.
Su mano bajó lentamente hasta su pecho, colocándose justo sobre la fuente de aquel poderoso latido.
— Aquí, siempre aquí.
***
El siguiente paso, que Ana se sincerara con Daniela, se suspendió hasta nuevo aviso cuando la otra chica le informó con un mensaje que si la necesitaba estaría fuera de la ciudad por un periodo largo y probablemente iría a casa en Guadalajara, con su familia.
La capital mexicana ahora guardaba recuerdos que no quería y necesitaba reparar un poco su corazón antes de decidir si quería volver ahí.
Aquello envió a la fotógrafa en una espiral de culpabilidad por varios días que terminó cuando Verónica tomó el turno para hacer la pregunta que Ana no podía dejar de pensar.
— ¿Te arrepientes? — su voz se escuchaba firme, pero sus ojos mostraban la inseguridad que ella misma sabía causaba esa duda.
Ana caminó hasta la cama, sentándose con las piernas cruzadas, justo frente a ella.
— A veces me siento culpable por cómo sucedieron las cosas — confesó — pero ¿arrepentirme de estar aquí, contigo?, cero, Vero no podría, nunca, — le aseguró, ejerciendo aquel privilegio, disfrutando del sabor de sus labios con la paciencia de saberse libre de hacer esto cada vez que quisiera.
Aquella fue la primera ocasión en que hicieron el amor.
Ana nunca había sentido la necesidad de llorar mientras tocaba a alguien, mucho al usar labios, su lengua para aprender todos sus sabores y ni pensarlo siquiera al escucharla rendirse de placer contra su cuerpo. Sin embargo, esta vez había estado demasiado cerca.
Si algo la había detenido de deshacerse en llanto al saberla suya por primera vez, fue la intoxicante sensualidad de ver sus caderas moverse con ella dentro, sus ojos con aroma de café fijos en los suyos mientras la probaban y el sonido de su voz pidiéndole que se viniera por ella.
Cuando no pudo contenerse de derramar unas cuantas lágrimas, fue a la mañana siguiente, al encontrarla en su cocina, vistiendo una camiseta blanca que le llegaba hasta los muslos, preparando café de siempre.
Ana, al darse cuenta de que esta vez, estaba ahí por ella, para ella, no pudo contener el alud de emociones que se le vino encima y abriendo la zancada a lo máximo que daban sus piernas, llegó a ella apartándola de la estufa para envolverla en sus brazos, ocultándose en su cuello, aprovechando que la diferencia de estaturas era prácticamente nula cuando ambas estaban descalzas.
— ¿Qué pasa?, ¿estás bien? — preguntó Verónica con preocupación en la voz, al sentir el calor de las gotas que caían sobre la piel de su cuello.
La fotógrafa solo atinó a mover la cabeza positivamente, todavía negándose a apartarse.
— Estoy muy bien, Vero... — comenzó a explicar, cuando por fin logró reagruparse — mejor que nunca, es sólo que... te amo y jamás creí que, que...
Las palabras le estaban fallando. Eso no era común, pero tampoco tan extraño cuando de Verónica se trataba.
Ni siquiera tuvo que agregar nada más. La mujer que le secaba las lágrimas ahora mismo, entendía a la perfección a lo que se refería y en lugar de agregar nada, optó por unir sus labios para recordarle que todo aquello era real; que Ana, después de ser libre y de volar, había encontrado el camino hacia ella.
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I Can Be Better (VerAna)
RomanceEl amor que sentimiento tan extraño y confuso, pero solo es cuestión de encontrar el tiempo perfecto