La siguiente, fue la mañana más despejada que había tenido en días.
Estaba de regreso en su departamento y decidido no salir en todo el día, porque tenía el propósito de deshacerse de todas las cajas de cartón que seguían ocupando espacio en su piso para dejarlo completamente habitable.
No quiso ir por un café, porque su corazón seguía demasiado susceptible como para intentar un nuevo sitio cuando la nostalgia de su amor imposible continuaba llenando cada espacio de su ser.
Aún así, llevaba años sin experimentar la ligereza que sentía ahora, y le dio la bienvenida a la melancolía que venía con la sensación de estar preparada para dejar ir.
Quizá no hoy, ni mañana, pero pronto.
Pero si la vez anterior que Verónica se presentara en su departamento le había propinado una gran sorpresa, esta segunda ocasión la hizo revisar más de una vez la imagen que le devolvía la mirilla, tallarse los ojos y hasta pellizcarse la piel del brazo, con tal de comprobar que no estaba soñando.
Sus dedos temblorosos sacaron el seguro electrónico de la puerta y abrió con calma, mucha calma, en caso de que Daniela estuviera escondida a un costado, sosteniendo un bate de béisbol o alguna otra arma.
Ni siquiera pudo saludarla, en cuanto sus ojos se centraron en los de ella, el aliento abandonó sus pulmones y con él, la capacidad de pronunciar palabra.
— ¿Puedo pasar? — preguntó la barista, al ver que Ana no reaccionaba.
— Cla-, sí.. claro, pasa.
Ana se hizo a un lado, permitiéndole entrar al departamento y Verónica avanzó cautelosamente, dando dos, tres pasos hasta quedar en el espacio entre la cocina y la sala, justo detrás de su sofá.
—¿Te puedo ofrecer algo?, ¿un café?, no creo que me salga tan bien como a ti, pero puedo intentar — habló la fotógrafa, siempre ansiosa de acabar con los silencios.
La otra mujer miró hacia la moka italiana sobre la parrilla de inducción de su cocina que continuaba filtrando el líquido hacia la cámara superior del aparato.
Luego sacudió la cabeza rechazando su oferta.
— Yo sólo... quiero hablar.
— Okay, ¿Nos sentamos? — volvió a proponer y Verónica repitió su respuesta — Bien, te escucho.
— Lo siento — murmuró Verónica, tras desesperantes segundos de silencio.
— ¿Sobre qué?
— Soy una tonta, una estúpida.
— ¿Qué?, ¿Por qué?
Realmente no estaba entendiendo la disculpa ni los reclamos para sí misma.
— Porque yo sabía, Ana, yo sabía.
— Verónica, te juro que no te estoy siguiendo — advirtió, acercándose un poco a la otra chica.
— Siempre me gustaste, Ana — soltó de pronto, desesperada por detenerla de avanzar más, logrando su cometido al instante — yo, lo sabía... y fue desde el primer momento, también. Ver tu carita despistada, tu sonrisa, perderme en tus ojos cada vez que llegabas. Hasta me inventé esa tontería de que los días lentos llevábamos las ordenes a las mesas, solo porque quería platicar contigo.
Su sonrisa era irónica y triste a la vez.
— Me gustaba mucho la emoción que te causaba ver el dibujito del día y, yo quería que siempre me miraras así, así que lo hice mi tradición del día. Pasaba las noches recordando todos tus detalles, para que no se me fuera ninguno al momento de dibujarte. La forma de tus labios, el huequito que aparece en tu mejilla cuando ríes, encontrar la manera para poder representar otras cosas que en un dibujo era complicado, como ese sonido agudo que haces a veces.
Delfines.
La primera vez que los pequeños dibujos de esos animalitos acompañaron a 'Sí' en el vaso, tuvo que preguntarle su significado.
'Son tus grititos' fue su respuesta.
Desde luego que ella supo a qué se refería, quedándose para siempre entre ellas como una broma privada.
— Yo, esperé y esperé a que hicieras algo. Dejé de salir con otras chicas, me compré una pulsera con los colores de nuestra bandera para dejar muy claro de que, en caso de que esa tensión que sentía entre nosotras se debía a lo que yo pensaba, no quedara duda de que podía convertirse en algo más.
Una lágrima escapó finalmente, pero la secó ella misma antes de que Ana pudiera hacer nada.
— Y sé que yo también podría haber hecho algo, pero... Anilla. Tú me preguntaste que si me había visto en un espejo, ¿lo has hecho tú?, Ana eres la persona más bonita que conozco. Una fotógrafa que parece modelo, talentosa y además, perteneciente a un circulo social del que yo nunca podría formar parte, heredera de un apellido poderoso y una fortuna impresionante. ¿Quién era yo?, ¿una estudiante de modas con un futuro incierto?, ¿Una barista de medio tiempo con sueños más grandes que sus posibilidades?
— Vero... — habló Ana, porque ¿cómo era posible que estuviera diciendo esto sobre sí misma?
La mujer más fascinante, determinada y trabajadora que existía, eso era Vero para ella.
La otra mujer no le permitió interrumpirla.
— Y luego pasó lo de Daniela. Yo... me siento mal, Ana, porque la usé — la otra chica frunció el ceño — te pregunté si me recomendabas tener una cita con ella porque quería que me dijeras que no, que mejor saliera contigo. Continué con esa locura, con la misma esperanza, que... que hicieras algo al respecto.
La fotógrafa caminó hasta otro de sus sillones, recargándose en el descansabrazo del mismo, incapaz de sostenerse.
Esto no podía estar pasando.
— Con el pasar de los días me convencí de que estúpido plan no funcionó porque había mal interpretado las señales. Es decir, yo ni siquiera sabía que eras gay hasta que Dani lo mencionó, y eso me sirvió de confirmación. Si te gustaban la chicas, entonces muy probablemente yo no era de tu agrado, porque nunca me habías visto más que como una amiga, así que me obligué a aceptar esa realidad, a apreciar lo que tenía con Daniela, a tratar construir algo real porque me agradaba estar con ella también y yo... aprendí a quererla, al grado de convencerme de que ya no sentía nada por ti.
¿Qué?
— El día que te fuiste con Lucía me quedé vacía, Ana. Había este hueco en mi pecho que no podía llenar con nada y me dio miedo aceptar que venía de tu ausencia. Me dio pánico que todo lo que creía tener en realidad no existía y todos estos años los había desperdiciado y ahora no podía hacer nada porque estaban en San Francisco, con alguien más. Cuando Dani me pidió que me casara con ella, dije que sí, porque creí que eso me ayudaría a encontrar aquello que me hacía falta, a suplir con una falsa emoción lo que no sentía y me equivoqué, por supuesto que me equivoqué.
Por instinto, Verónica alzó su mano izquierda, comenzando a tocar el dedo donde debería estar la sortija de compromiso.
— ¿Tu anillo?
La barista reconectó sus miradas.
— Lo dejé en casa de mi madre. No pude soportar más el peso de lo que significa — explicó — no puedo casarme con ella.
Ana se pudo de pie nuevamente, no dudando en acercarse a Verónica, haciéndolo lentamente, procurando no asustarla.
— Verónica... tú, ¿la amas?
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I Can Be Better (VerAna)
Любовные романыEl amor que sentimiento tan extraño y confuso, pero solo es cuestión de encontrar el tiempo perfecto