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Ella se despierta. Uno de los niños del fondo está llorando casi a gritos. Todas las cabezas giran para verlo. Los padres se disculpan con gestos mudos, tratando de tranquilizar al menor de sus hijos. Todavía falta media hora para llegar a la parada donde va a tener que tomar el segundo tren. En la ventana se ven distintos tipos de verde y algunos tonos café, de vez en cuando una que otra casa. A fin de cuentas, nada muy interesante. Se saca los auriculares y va al baño antes de que pasen a controlar los pasajes.

Regresa y, casi al instante, un hombre con uniforme azul y gesto serio aparece para revisar su billete y los de todos los demás en el vagón. Mira con cara de hastío al pequeño que aún no deja de gimotear. A ella le molesta, todos lloran y la pobre criatura es un pasajero que merece ser tratado como cualquier otro, ese gesto era completamente innecesario. Termina la corta vuelta y sale por la puerta para chequear los boletos de las otras personas en el tren. Que se vaya le da paz.

Ella se acerca a la familia para preguntar si necesitan algo. Agradecen el amable gesto, pero niegan con mucha cortesía. Saluda al niño y él sonríe entre sollozos. Vuelve a su lugar y abre el libro. Se escucha como poco a poco deja de lloriquear.

Cuando ya no escucha nada voltea otra vez. El pequeño está dormido. Los padres articulan un silencioso gracias y ella sonríe.

Decide aprovechar el poco tiempo que queda leyendo. La novela sigue manteniendo ese tono alegre que le deja caliente el corazón. En algún punto dio un giro imperceptible que la volvió sorprendentemente adictiva. 

7 Horas Para Conocerte (Él y Ella #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora