꧁Cap. 36꧂

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El olor de un lugar familiar junto con el suave brillo plateado de la luna llena, la hizo despertar suavemente notando que ahora se encontraba sobre la cama abultada de su habitación con el silencio de una nueva mañana por delante.

Suspiro mientras se sentaba, esperando encontrar algo diferente, el olor peculiar de la ceniza ardiente.

"¿Acaso... todo fue un sueño?" Para su mente era lo más probable al encontrarse ahí sin ningún daño o enfermedad ya que recordaba estar acostada en una jaula con una enfermedad que la consumía por dentro.

Y eso significaba, que Katsuki... Nunca fue real.

Sintió una punzada en el corazón al pensar aquello. Un pensamiento de que tal vez su primer y último amor, su rey se ojos rojos... su muchacho de ojos tristes... su querido Katsuki... no fue más que una ilusión formada por su mente. Un simple sueño que fue su realidad por mucho tiempo pero... no fue más una fantasía.

Sintió como sus ojos comenzaron a picar al recordar aquella sonrisa que mostraba sus colmillos y parte de sus encías, aquellas miradas de devoción y cariño que le decía que era la única mujer que amaría, su voz tan masculina y grave que la estremecia con sólo escucharla y aquellas promesas que se mumuraron juntos bajo el manto de la soledad y la confidencia de ellos mismos.

Rápidamente se limpió sus lágrimas y se levantó de la cama con intenciones de dar una caminata nocturna atra vez del pasillo y corredores de su hogar y tal vez, sentir un poco el aire fresco antes que Iida la encuentre y la sermonee por deambular sola a mitad de la noche... Pero... creo que ahora lo necesitaba más.

Tocó el piso sintiendo la frialdad de esta en sus pies descalzos y comenzó a caminar abriendo su puerta suavemente para no causar ruido y se dirigió a donde sus pies la llevarán en el silencio y la oscuridad de su castillo. Todo se veía tan extraño y familiar al mismo tiempo como si ese ya no era su hogar pero a la vez, lo seguía siendo.

Camino un par de minutos hasta que una misteriosa puerta se abrió de la nada asustandola un poco pero al ver el enorme piano de cola color blanco que era iluminado por la luna tiñendose de platino, Uraraka aparto la mirada sonrojada. Por alguna extraña razón, ese piando parecía ser la definición de celstial y puro, tal vez como si estuviera hecha con el mismo material del arpa que David le tocó a Saúl.
Tal vez, solo fue un momento, solo un momento en que cerró los ojos para calmar su corazón afligido de tener tal pureza frente a ella, pero, cuando los volvió a abrir, se encontraba sentada frente al banquillo del piano y sus manos ahora tocaban una melodía que reconoció de inmediato olvidanfose de haber profanado tal artefacto celestial y se dejaba encolver por aquellas notas que parecían salidas del mismo cosmo, como si tuvieran las repuestas de la vida y la muerte, el pasado y el futuro, el amor y el odio y sin poder detenerse más, comenzó a seguir la melodía con su voz, simplemente cantando aquella canción que se encontraba prisionera en su garganta, aquella que explico tanto de su amor al rey del Nirvana que lagrimas bajaron de sus ojos y su corazón se escogió de tristeza.

Ni una simple sonrisa, ni un poco de luz en sus ojos profundos
Ni siquiera reflejo de algún pensamiento que alegre su mundo
Hay tristeza en sus ojos, hablando y callando, y bailando conmigo
Una pena lejana que llega a mi alma y se hace cariño

Cantaba Uraraka mientras sus dedos se movían en la teclas.

El muchacho de los ojos tristes
Vive solo y necesita amor
Como el aire, necesita verme
Como al sol, lo necesito yo

El Nirvana de los Mares (Kacchako)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora