꧁Cap. 41꧂

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Himiko se dirigía a la cámara del rey donde había sido llamada para una audiencia con él. Tenía algo realmente importante que decirle.

Aun no dejaba de pensar en la desicion que había tomado hacer un par de días. ¡¿En que demonios estaba pensado para decidir aquello?! Ella odiaba a Katsuki y a su reina, no había más en su relación que odio y dolor. Desde aquel día en que vió como su hermano se olvidó de ella al enamorarse de aquella esfinge y como fue expulsada del Nirvana de los Mares sin remordimiento alguno, juró que se vengaria de ellos y de su rey haciéndolos sufrir el peor de los infiernos al momento en que Katsuki muriera con el filo de sus dagas, pero... Había algo que le impedía cometer su venganza.

Las pocas veces que había hablado con Katsuki, en su mirada... Se reflejaba culpa y remordimiento por el pecado que había cometido para trasformarla en un monstruo y, aunque intentara negarlo, en lo más profundo de su mirada, había cariño dolido como si él en verdad la quisiera a pesar de todo lo que había hecho hasta ahora y... La verdad era que ella, aunque lo negara tambié, también lo quería.

Lo quería, amaba a su hermano aunque la vida le hiciera creer lo contrario. Tal vez por eso quería verlo feliz como ella nunca pudo hacerlo, porque en el fondo, solamente quiere lo mejor para él ya que, inremediablemente, ella nunca se lo pudo dar.

Sintió de pronto un nudo en la garganta que hizo detener su caminata y como una lágrima traicionera caía de sus ojos mientras otras más caían de sus orbes de oro que tenía por ojos. Apretó fuertemente su pecho mientras trataba que los sollozos no salieran de su boca... para que nadie supiera, que lloraba por el enemigo.

"A pesar de todo lo que te he hecho, a pesar de todo lo que te he dañado, mi querido Katsuki... aún me sigues queriendo, hermano mío y yo... también lo hago"

(...)

Tardó un poco más en recuperar su compostura y en llegar al salón donde el rey Uraraka lo esperaba.

Tocó suavemente la puerta y espero a que el guardía le diera paso, mostrando un bello salón con ventanales gigantes y cortinas rojas, alfombras de terciopelo y cuadros enormes adornando las paredes blancas y brillantes estando sentado al final de esta el rey Uraraka en su trono de oro y plata.

Himiko se acercó él y se inclinó mostrándose su respetos al rey mientras besaba si mano y pronunciaba con tono firme y fuerte:

—Larga vida al rey de Yūeii. Qué su nombre se conozca en las fronteras de lo conocido y su reino sea temido por los inmundos ingratos— cuando Himiko pudo enderarse y escuchar atentamente a lo que dijera el rey, este sonrió y dijo mientras acarisiaba gentilmente su cabeza.

—¡Ay, joven niña hecha teniente! No confío en nadie más que en tí para pedir este favor que ahora estoy por darte. Tú eres la persona adecuada para cumplir esta tarea ya que tú campturaste al rey del Nirvana y rescataste a mi hija de sus fauses trayendola devuelta a su reino y cómo regalo por ese gran milagro que me hisiciste, Himiko, te doy el honor de matar al rey y traer su cabeza ante mi para yo dársela a mi hija como regaló de bodas, para que su alma pueda reposar en paz al lado de su nuevo amor— Himiko sólo asintió sin decir nada mientras su mirada era oculta por su cabello. Aunque ella ya lo sabía mucho antes que el rey se lo dijera, aún así, aunque estuviera preparada... Duele, duele demaciado. Tener que matar a su propio hermano con sus propias manos para cumplir una estúpida venganza es... más difícil de lo que pensó.

El Nirvana de los Mares (Kacchako)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora