Capítulo 9.

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Mi arte.

3 días después.

Aitara.

—¿Podríamos ir más lento? —Pregunto—. Estas botas resbalan.

—Te dije que te pusieras otra cosa y no quisiste.

—No sabía que me ibas a traer a... —mis pies flaquean en las escaleras deterioradas—. ¿Dónde estamos?

Debería venir más seguido a Sicilia, no conozco nada. Solo sé que estamos bastante alejados de la hacienda porque por aquí si hay más casas y hay muchas tiendas, pero ahora nos encontramos en un tipo de museo abandonado.

—Este es un lugar especial, venía aquí hace años —confiesa—. Está abandonado y es perfecto para lo que haremos.

—¿Haremos?

Mueve la gran puerta de madera vieja que nos deja ver el interior.

No puede ser.

Está todo lleno de pinturas, lienzos, pinceles y acuarelas. Detengo mi andar al verlo y él es quien avanza.

—Bienvenida.

—Joder, Matteo —me quejo enfurruñada—, no haré esto ni de chiste, ¿tienes idea de lo que cuesta este vestido? Y ni hablar de mis botas.

Pongo una excusa estúpida para no tener que pintar nuevamente. Hace años no lo hago y es porque es una viva muestra de mi fracaso y de que no estoy hecha para más que seguir los pasos de mi familia o quedarme en la empresa.

—Eres tan... tú —dice. Continúa haciendo lo que sea que esté haciendo y yo me quedo mirando mis botas con un signo de interrogación en la frente.

¿Qué significa ser tan yo? ¿Eso es bueno o malo?

—Mira, sabes que, yo me largo —empuño mi bolsa dándole la espalda lista para salir de este lugar.

Me detengo cuando siento el líquido frío mojarme la espalda. Que le ruegue a Dios o al diablo, en quien sea que crea, que no me haya ensuciado las botas, porque yo hoy lo mato.

Giro para ver qué me hizo y veo mi magnífico vestido blanco manchado de naranja goteando pintura que me ensucia la punta de las botas.

—¡Hijo de...! —Callo cuando me empapa el cabello de pintura naranja—. ¡Si no te mataron en la maldita mafia, hoy te mato yo!

Suelto mi bolsa yendo por el envase de pintura roja para vaciársela encima. Empieza a correr tomando el envase de la azul y lo persigo tratando de no matarme de una caída en el piso.

—¡Detente cobarde!

Corro tras él que solo puede dar vueltas por el amplio lugar, ya que no hay segundo nivel y otra salida más que la puerta y unas ventanas. Se detiene y logro lanzarle la pintura directo al traje azul oscuro que lleva puesto.

—Karma —dejo salir una carcajada al verlo lleno de pintura y ahora soy yo quien debo correr.

En mi intento de huir tomo la alternativa de salir por la ventana, así que suelto la pintura lista para salir. Pero apenas quiero poner un pie fuera para pasar por la gran ventana sin cristales, él me toma de la cintura apartándome y pegándome a él para que no huya.

Me echa la pintura azul en la cabeza y le pego en las costillas con el codo consiguiendo que aligere su agarre. Y quiero volver a correr, pero me toma del brazo consiguiendo que resbale con el piso lleno de pintura y nos vayamos de bruces al piso.

Las carcajadas de ambos no se hacen esperar.

Los dos sucios de pintura, riendo y olvidándonos de toda la mierda que nos espera en el exterior, es una imagen que quiero tatuar en mi mente.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora