Capítulo 32.

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Sangue e vendetta.

Matteo.

La camioneta no ha terminado de detenerse cuando abro la puerta y salgo de ella. Me arden las puntas de los dedos, mi nariz huele la sangre alrededor y mi mente la pide como si fuese mi néctar de vida.

Necesito matar.

Y eso voy a hacer.

Mi padre baja junto a mí, pero lo pierdo de vista apenas entramos a la mansión. Donde antes solo se escuchaban lluvias de balas ahora hay un silencio sepulcral y mis oídos solo captan la punta de las botas que resuena al tocar el piso.

La polaca sale delante de mis hombres, más de la mitad, a decir verdad, gran parte sobrevivió.

Aitara logró su cometido, entrar fue más fácil con ella aquí, la guardia estaba alta aun, pero no fue problema.

En especial porque gracias a no entrar con los bombardeos como lo planee mis padres están vivos y la muerte de estos cerdos no será nada agradable.

—Los tenemos a casi todos, están de camino a la hacienda —se acerca a mi observando mi rostro, me está analizando.

—Suelta lo que quieres decir.

—Uno de ellos logró huir.

—¿Cuál?

—Tu abuelo.

Cálmate, no entres en crisis.

—¿Dónde está Biagio? —Pregunto, haciendo acopio de todo mi autocontrol.

—Esa es otra cosa, tu caporegime está más muerto que vivo.

—¿Domenico lo hizo?

—Si. —Confiesa.

—¿Y cómo mierda si Domenico estaba inconsciente?

—Ese hijo de puta es como las cucarachas, no se muere nunca. —Dice con todo el veneno que corre en su interior y con el acento polaco presente en cada palabra.

—Estoy harto de ser tan jodidamente compasivo, se acabaron las condescendencias y los regímenes de lealtad anteriores. A partir de ahora o eres de este clan o eres su enemigo y se considera traición. O eres útil o te mueres. Y así serán tratados los hijos de perra que deben estar llegando a la hacienda.

—Estoy totalmente de acuerdo.

Caminamos lado a lado hasta llegar cada uno a una camioneta diferente y tras nosotros veo como la mansión explota y las llamadas queman todo a su paso dejándome claro una vez más, que de mis enemigos no quedara más que sus cenizas.

Al llegar a la hacienda me niego a ir a la habitación donde están madre y Aitara. Mi padre hace lo mismo y me sigue a la gran habitación casi vacía y apenas alumbrada con un bombillo de luz tenue donde Ethan se mantiene colgado al igual que una vaca y a su lado se encuentran Razban y Hiroshi.

—Ethan, estoy teniendo un deja vù —dice padre con un deje de burla, se acerca al rubio que lo ve como si quisiera matarlo—, ¿no crees lo mismo? Hace veintiún años estabas justo así y yo tomaba whisky mientras Theo te volvía mierda las costillas.

—Hablando de la mierda, ¿dónde está el cobarde de Theo Maxwell? —Dice, apenas puede levantar la vista.

Tiene la cara molida a golpes y me da tanta satisfacción saber que el dolor que sufre lo cause yo. Me da un maldito placer verlos sufrir a todos, por eso me acerco a la mesa metálica y tomo el cuchillo totalmente afilado.

Hiroshi me ve directo a los ojos cuando me planto frente a él.

—Mátame de una maldita vez.

—Como líder de los yakuza deberías saber más que nadie la vergüenza que debe ser para ti morir así de indefenso. Y pudiese soltarte y batirme a duelo contigo y sé que puedo matarte sin preocupaciones, porque tu aun razonas mientras matas, y yo no lo hago. —Admiro el cuchillo afilado—. Pero no, prefiero que mueras así, humillado, torturado y sin honor.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora