Capítulo 3.

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Aventura y conflicto.

Aitara.

Señor, tú sabes que yo no soy capaz de matar, no pongas tentaciones en mi camino.

Yo te apoyo, hay que matarlas.

Abro un ojo observando como las señoritas Rose Miller y Elizabeth Brown, alias, mis primas, abren las cortinas de mi magnífica y sagrada habitación.

—¿Qué diablos hacen? —me levanto de golpe al recordar que se supone que Matteo durmió aquí anoche—. ¿Dónde está...? ¿Qué hora es?

—Son las doce del mediodía. ¿Dónde está quién? —averigua Elizabeth.

Me pongo la almohada sobre la cabeza, ignorándolas como a todo el mundo que no sean mis padres. A de saber Dios si Matteo se fue a su habitación en la madrugada.

—Lárguense por ahí a contar ovejas —murmuro.

—¡Despierta! —insiste Rose—. ¡Queremos salir a pasear con Matteo y Zaid! ¡Nos dejarán si no te despiertas rápido!

—Oh, cuánto me duele —me giro poniendo una mano en mi corazón y mirándolas con una expresión dolida—. Creo que me dará un ataque de tristeza y moriré.

—Señor, ilumíname la mente y dame paciencia. —Ellie levanta las manos al cielo. Qué drama.

—A ver, las dos son bastante grandecitas y tiene sus coches, váyanse solas a donde quieran y, ¡déjenme dormir!

—¡Qué no! Levántate, no te vas a quedar echada todo el día.

Los golpes de la puerta llaman mi atención. Me levanto al instante, iracunda.

—¡¿Quién diablos jode ahora, caraj...?! —Las palabras mueren en mi boca cuando abro la puerta.

—Vaya, que buenísimas tardes —Matteo señala mi diminuto pijama. Se apoya en el marco de la puerta imponiendo su altura sobre la mía.

Pervertido maldito.

—¿También estás en el club de los molestos? —señalo a mis primas—. Lárguense sin mí, yo quiero dormir.

—De hecho, vine a despertarte, ya que estás dos no tuvieron éxito —las señala.

—¡Qué puta insistencia! ¡Que no voy!

—Si vas.

—Que no.

—Que sí.

—No. No. No. Y no.

—Si tú no vas, yo tampoco —pasa como si fuese su habitación y se acomoda en mi cama ensuciándola con sus zapatos—. Ven, Rosse, vamos a dormir tan cómodos como anoche. —Palmea la cama.

Se me descuelga la mandíbula y mis primas se miran entre ellas.

—No dormimos juntos. —Les aclaro y hablo más rápido de lo debido.

—De hecho, sí. —El imbécil me contrarresta.

—No.

—Sí. —Toma la almohada de la habitación de huéspedes que trajo anoche—. Esta se parece a mi almohada.

—Iré solo porque quiero, no porque me obligas, putain d'italien. —Lo maldigo en francés.

—¿Si sabes que también hablo francés? —Achica sus ojos mirándome.

—¿Por qué crees que te maldije en francés? —Lo miro mal.

Rueda los ojos ignorándome.

—Bien, lárguense —señalo la puerta contando mentalmente hasta diez—. Bajo cuando esté lista.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora