Capítulo 31.

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Game over.

Narrador omnisciente.

El clan formado por los rumanos, Los Yakuza y Ethan Fernsby celebran su victoria gastando y tomando de todo lo que les pase por el frente y contenga alcohol. Mientras que, por otro lado, Matteo Beckett se mueve con agilidad por los árboles que rodeaban la mansión oculta en medio del bosque rumano.

Aitara Maxwell camina adolorida por cada rincón de su celda, ansiosa y sin saber cuál será el siguiente en entrar a su celda a luchar contra ella. Y deseando con todo su ser que los integrantes de su clan si hayan escuchado lo que les dijo hace unas horas.

Sabina y Maximilian Beckett se mantienen en una esquina de la sala donde los demás disfrutan. Ninguno está de acuerdo con esto, detestan a cada persona en esta sala, principalmente a Ethan y Domenico.

La rubia pasó de amar a odiar a su padre en dos segundos. Lloró noches enteras a sus hijos perdidos y también lloró por la culpa, y por no haber podido ayudar a Matteo a lidiar con la culpa que carga.

Su esposo enfureció al enterrase y quiso matar a Domenico, pero sería un intento inútil. Debían ser astutos, así que se fueron de su lado y entraron a su clan.

Sabina volvió al negocio familiar y se hizo la mano derecha de su padre, mientras que Maximilian se dedicó a las armas y cargamentos del clan, haciéndose de utilidad para ellos.

Están ansiosos por regresar con su hijo y mueren por ir a aquella celda y entrar a ayudar a Aitara.

La rubia no aguanta más y se escabulle de la fiesta yendo a la cocina por un plato de comida y agua, que saca de la casa con disimulo llevándoselo fuera.

Al entrar les ordena a los ejecutores que custodiaban la celda salir. Aitara se pone de pie como puede y palidece aun más al ver a la madre de la persona a quien ama estar del lado de sus enemigos.

—Sabina, ¿por qué estás del lado de ellos?

—No lo estoy —confiesa en un susurro, abre la celda y se acerca a Aitara—, pero necesito que ellos así lo crean para poder ayudar a Matteo desde adentro.

—Él pensó que ustedes eligieron creer la versión de Domenico.

La pelirroja debe sostenerse de Sabina para mantenerse de pie, la rubia la ayuda a sentarse y le ofrece el plato de comida y agua que ella acepta.

—Dios, tu cara... —dice la italiana acariciando su rostro con delicadeza.

—Debiste haber visto como quedó la otra. —Se burla Aitara con un tono de risa que acaba en quejidos.

—Sí, ya la vi. —Comenta Sabina, con el mismo humor—. Eres muy valiente para golpearla con sus hombres a menos de cuatro metros.

—Debí haberla golpeado más fuerte, es una perra maldita. —Se queja mientras come con velocidad.

Mientras dentro de la mansión, los que festejaban se sientan alrededor de la mesa donde sirven un cerdo horneado en pleno centro de la mesa. Domenico Beckett se mantiene en silencio en su silla y Razban Gheorghe es quien se pone de pie.

Levanta la copa de champaña y empieza a hablar:

—Por fin estamos empezando a joder a esos traidores a su clan. —Mira al cabecilla—. Don, nuestra lealtad se mantiene con usted y será así siempre...

Domenico se pone de pie con la furia y la desconfianza trazada en cada una de las facciones de su rostro. Todos observan atentos.

—¿Dónde está Sabina? —Se dirige a Maximilian.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora