Capítulo 5.

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Beckett.

Matteo.

Todo mi cuerpo pesa. Sorbo la nariz y abro los ojos tratando de ubicarme, pero no reconozco donde estoy, parece la mansión Maxwell, pero no es la habitación donde me estoy quedando.

Me levanto como puedo. La cabeza me da vueltas, este es el puto problema de la heroína: te sube al cielo y luego te arrastra a los peores rincones del infierno. El ruido sordo en el balcón me pone en alerta, tomo el arma.

Camino apuntando, listo para disparar haciendo caso omiso a los temblores en mi mano como consecuencia de la droga, mi dedo se posa en el gatillo y debo frenarme a mí mismo al ver de quien se trata.

—¿Aitara? —Me observa asustada, deja de lado el café que sostenía.

—Soy yo, calma —pide en un susurro.

—¿Qué hacemos aquí? —Bajo el arma, guardándola. Sus ojos dudosos recaen sobre mí.

—¿No recuerdas nada? —Pregunta.

Quisiera decirle que sí, pero mi cabeza es como un rompecabezas, uno que perdió varias piezas. Me esfuerzo en recordar, pero cada intento solo envía un latigazo de dolor a la parte trasera de mi cabeza.

—No —admito—. ¿Qué hacemos aquí?

—Creo que deberías sentarte —susurra, toma mi mano guiándome a una silla del balcón—. Matteo, ayer... ayer tú...

Pasa saliva y por primera vez desde que desperté me mira directo a los ojos, puedo notar los hinchados y rojos que están los suyos. Esto no me gusta nada. Toma mis manos entre las suyas y se sienta frente a mí.

—Habla ya. —Pido ansioso.

—Anoche llegaste al pico de la abstinencia y te vi... —se detiene a sí misma.

Siento como se me hubiesen echado un balde de agua fría en la cabeza. La película de recuerdos vuelve a mi cabeza. La falta de aire, el sudor excesivo, la desesperación calando cada hueso de mi cuerpo... ella corriendo detrás de mí... eso es lo último que recuerdo.

—¿Qué sucedió luego de que salí de la mansión? ¿Me viste...?

—¿Drogarte? Sí, lo hice —da un apretón en mis manos—. Me ofrecí a ir por ella y lo hice, Ileana me la dio y cuando te la entregué me pediste que me fuera. Me aparté, más no me fui, no podía dejarte ahí solo...

Toma una pausa respirando hondo.

—Estabas eufórico, frenético, y ansioso con esa maldición, tanto que yo no pude sola y tuve que pedirle ayuda a mamá —admite con vergüenza, desvía la mirada viendo cualquier cosa que no sea yo—. Ella te empapo de agua tratando de bajarte la euforia, y lo logro, pero cambiaste de frenético a agotado, estabas mal... te montamos en tu auto y vine a la casa contigo.

Se planta frente a mí y lo siguiente que hace es arrodillarse frente a mí tomando mi cara entre sus manos. Su barbilla tiembla y tienen el rostro rojo.

—Perdón, perdón por contarle a mi mamá, sé que no querías que nadie supiera, pero no podía sola... yo... estaba demasiado impactada para reaccionar por mí misma.

Las lágrimas se deslizan en sus mejillas haciéndome sentir más culpable. Su barbilla tiembla aumentando mi culpa. Deslizo mis pulgares por sus mejillas limpiándolas.

—Perdóname, perdóname por ponerte en esta situación, te juro que he intentado dejarla, pero es demasiado para mí... es, es lo peor, pero es lo único que me hace olvidar —le veo directo a los ojos—. Entre en ese estado de abstinencia porque estaba intentando dejarla, pero fui más débil que mis ganas de drogarme —confieso—. La heroína es una de las más fuertes, es de las más difíciles de dejar...

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora