ⅩⅩⅩⅠⅤ

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El pintoresco hombrecillo se alejó por el rojizo pasillo en busca del habitáculo que Jisung le había indicado, gozando cada segundo de la sensorial experiencia que el prostíbulo le ofrecía. Su deleite incrementó sobremanera al verse envuelto por una apasionada melodía compuesta por los fingidos gemidos de los demás trabajadores, quienes ya se encontraban ofreciendo sus servicios a mugrientos y pervertidos vejestorios.

Y él, siendo el protagonista de su propia fantasía, no cabía en sí de gozo por estar a punto de conocer a Hwang Hyunjin.

Un sudor manchado del color de su tintura se escurría sin permiso alguno por las sienes y nuca del muchacho de mechones rojizos, siendo esta una evidencia del candente ambiente que predominaba en el cabaret un día más. Hyunjin se escapó de la sala de espectáculos con la ropa desordenada, exponiendo sus clavículas como consecuencia del exótico baile que acababa de ofrecer a todos los presentes.

El entarimado estaba repleto de billetes de todas las cantidades y tamaños, los cuales habían llovido incentivándole a saciar la sed de lujuria del público. Siendo víctima de su propia sexualidad, Hwang no pudo sino sucumbir a los deseos que aquellas propinas ansiaban complacer.

Jeongin, agazapado sobre el escenario, se dedicaba a agrupar rápidamente todas esas ganancias en una bolsa transparente. Aquella rutinaria tarea era la que más molestaba al pequeño, pues debía detener todos sus quehaceres para dejar el entarimado impoluto con el fin de continuar con las demás actuaciones. Era su responsabilidad entregar este dinero a la madame, asegurándose así de que esta podría gestionarlo posteriormente y, en consecuencia, pagar a cada cual su correspondencia.

Aunque la propietaria perjuraba que siempre distribuía aquellos billetes íntegramente a sus empleados, ellos sabían que se trataba de una sucia mentira. Mas ninguno parecía darle mayor importancia. En el fondo eran conscientes de que vivían en una constante injusticia, pero no muchos osaban levantarle la voz a la solemne matriarca. De este modo, con su silencio otorgaban a la mujer el poder de controlarlo todo; ergo, ellos no eran más que simples marionetas cuyos hilos estaban ennegrecidos por la codicia y la desesperación.

─ ¡Isao! ─irrumpió en el vestíbulo Hyunjin, quien enjuagaba las gotas que se resbalaban por su frente con las manos desnudas─. Ya han pagado por mí, ¿no? ¿A qué habitación le has mandado? ¿A la de siempre?

El pelirrojo ni tan siquiera esperó recibir una respuesta para acudir al lugar al que se refería, simplemente continuó con su interiorizada rutina. Por ello, dirigió su marcha hacia el pasadizo destinado al placer ajeno.

Sin embargo, Han volcó toda su energía para acercarse a grandes zancadas hacia su compañero, el cual frenó la caminata al notar unos dígitos aferrándose al borde de su desaguada camisa.

─ ¡Espera, Hyunjin! ─asaltó al nombrado─. Tu cliente... Ha pagado tres mil francos por ti.

─ ¡¿Tres mil de los grandes?!

─ ¡No grites! ─le regañó a la par que cubría su boca, palideciendo─. Escúchame, creo que es peligroso.

─ Mmfhfm ─trató de vocalizar tras la piel de su mano.

─ Shh ─ordenó─. Ese hombre sabe quién eres.

─ ¿Mhfmh?

─ Conoce tu nombre completo ─respondió a la metafórica pregunta─. Y ha insistido muchísimo en verte.

─ ¿Mi nombre? ─indagó al escapar de su mordaza─. No jodas, ¿es una broma?

─ ¡¿Cómo bromearía con algo así?! ─exclamó Jisung, ansioso─. Esto es serio, Hyunjin.

La Belle Époque || Taste (+18) || Minsung|HanKnowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora