La Belle Époque || Taste (+18) || Minsung|HanKnow

ⅩⅩⅠⅤ

No voy a poner TW porque todo el capítulo lo es, avisadxs quedáis 

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El cadáver de su madre yacía en aquella mugrienta silla como si su vida careciese de valor alguno, llenando el suelo de sangre. El ahogado llanto de sus amordazados hermanos le inundó los oídos, anulando cualquier tipo de pensamiento.

Jisung estaba paralizado.

Sin embargo, el par de hombres que tanto habían abusado de él en su más tierna infancia no querían perder el tiempo. Uno de ellos, el más alto y corpulento, aún aprisionaba sus muñecas, limitando sus movimientos

─ Los Han siempre habéis sido unos egoístas ─murmuró con voz rasposa el segundo, quien ocultaba uno de sus ojos tras un parche─. Eres igual de ruin que tu padre.

El mafioso se acercó a los gemelos con parsimonia. Tiró del cabello de Yunho bruscamente, obligando al menor a volcar la cabeza a sus órdenes. Sus quejidos, a pesar de estar opacados por la tela que le cubría la boca, impactaron contra los tímpanos de su hermano mayor.

─ ¡Déjalos en paz! ─chilló un muy desesperado Jisung.

Reaccionó a sus instintos y se retorció entre las manos de su agresor, intentando librarse del agarre que le mantenía encarcelado. Exasperado, le propinó una patada en la entrepierna, lo cual provocó que aquel titán se encogiese sobre sí mismo intentando paliar el dolor. Encones, pudo correr hasta casi rozar al pequeño Jongho con la punta de sus dedos.

Pero su rival fue más rápido. El sonido de una segunda bala instauró un silencio ensordecedor en la sala, ante lo que Jisung se detuvo de golpe. Aquel disparo hizo que varios escombros cayeran sobre sus cabezas.

─ Otro paso más y la siguiente no la apuntaré al techo ─escupió el mafioso, acariciando las sienes de sus hermanos con la candente punta de la pistola.

─ No... ─balbuceó─. No les hagáis daño a ellos, por favor... Haced lo que queráis conmigo, pero dejadlos ir.

Yunho y Jongho empapaban sus rostros con cristalinas lágrimas que rogaban piedad y socorro. El miedo que recorría sus espinas dorsales les provocaba temblores, y Jisung sentía la impotencia crecer en su pecho. No sabía cómo salvarlos. La única opción era su sacrificio.

─ ¿Acaso creías que dejar de pagar no tendría consecuencias? ─susurró en su oído el hombre anteriormente noqueado, ya recompuesto.

Aquello dejó en estado de shock a Jisung, quien no comprendía qué podía haber sucedido. Él había enviado el dinero por correo postal, como cada mes desde que había aterrizado en París. Su existencia se reducía a mantener a su familia con vida, por lo que dejar de pagar era un sinsentido. Debía tratarse de un error.

Europa aún estaba inmersa en la Guerra Fría. Todo era aparentemente estable, pero esa frágil y superficial paz podría corromperse con cualquier desliz. Por ello, todo el correo que se enviase a otro continente debía ser inspeccionado.

Aquel sobre blanco sin remitente a punto de reventar por su contenido era muy sospechoso, por lo que se mandó a investigar. Cuando el policía encargado de revisar las cartas halló tal botín, decidió apropiarse de él.

La avaricia de un desconocido había destrozado la ya tintineante vida de los Han.

Jisung cayó de bruces al suelo cuando el mafioso le empujó. Ató sus extremidades con una cuerda fina, dejándole totalmente inmóvil y a su merced.