Capítulo veinticinco

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Estaba enojado... Por no decir furioso, agradecía un montón a los años de práctica para poder controlar sus emociones, porque sino... ¡Que vinieran todas las personas que quisieran, pero a él jamás lograrían detenerlo! Por una parte se sentía muy molesto con la esposa de Izuku, al igual con él, pero eso era otra historia, además de estar enojado consigo mismo por no hurgar un poco más por tan bizarra situación en la que se encontraba.

Se encontraba en una desagradable posición, sabía mucho y a la vez tan poco... Por un momento se consideró loco cuando la vieja y polvorienta pizarra mental de corcho apareció en su mente. Tenía el misterioso caso de esa mujer que apareció de la nada, una mujer que tenía una gran vibra a que te iba a apuñalar cuando le dieras la espalda, después estaban las palabras de Kota, que le hacían ruido hasta en sus más profundos sueños, por último estaban las llamadas misteriosas, amenazándolo con dañar a su hijo.

— ¿En qué c*rajos me metí? — maldijo en voz alta, asegurándose antes que su pequeño no estuviera a la vista.

Vio su desordenado escritorio, la luz de su computador iluminaba la enorme pila de hojas que tenía, algunos informes terminados descansaban a ser entregados a su jefe, otros se trataban de los exámenes de Satoshi, los cuales tenían un gran avance en su salud, lo cual era algo que le aliviaba, pero que le angustiaba — no era algo normal para un niño con leucemia recuperarse tan rápido —, sobre todo porque el pequeño solía cansarse más de lo que acostumbraba, otros papeles se trataban de información de villanos, civiles con actividad sospechosa y más. Por un momento pensó que ese montón se veía tan cómodo...

Tal vez podría tomar una siesta allí...

...

Algo interrumpió su sueño, alguien enterraba su dedo en su mejilla por alguna razón, lentamente abrió sus ojos y pudo ver unos enormes ojos zafiros en ese lindo fondo negro. Cuando se incorporó se dio cuenta que dormir sobre su escritorio fue la peor idea que pudo tomar alguna vez, no recordaba tener tantos nudos en su cuerpo como aquel día, su cuello tronó con un fuerte sonido que provoco que Satoshi se espantará.

— Shouto-Otoosan, ¿estás bien? — preguntó preocupado el menor.

— Sí, cariño, no te preocupes... — respondió, mas el rostro para nada convencido del niño le hizo decir más — Solo dormí en una posición muy incómoda.

— ¿Si era incómoda, entonces por qué dormiste así? — volvió a cuestionar, esta vez no tuvo respuesta alguna.

— Mejor vamos a tomar desayuno, hijo...

El ex-peliazul mostró una sonrisa emocionada, la cual contrastaba con las profundas marcas de sus ojos. Salió corriendo en dirección a la cocina, seguido por Choko y Miyuki, el bicolor suspiró con diversión antes de seguirlos y decir:

— ¡No corras que te vas a caer!

...

El día transcurrió con tranquilidad, su hijo se fue a la escuela y él tenía cosas que terminar. Caminó por los callejones más oscuros de la ciudad, buscaba el antiguo contacto que su maestro le había dado, aquellos lados eran un asco, ¿es que el gobierno no podía hacer algo al respecto? Suspirando con pesadez siguió su camino hasta encontrar un vieja y polvorienta puerta que tenía un horrible cartel que apenas se podía leer su contenido. 

Mentiría si dijera que no estaba nervioso, su paranoia estaba hasta el límite, de vez en cuando se daba la vuelta para ver si alguien le estaba siguiendo, cualquier persona, una figura a lo lejos con ojos agudos y un odio inmenso... o tal vez un simple reportero que quiera echarle a perder su vida.

EngañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora