• El trabajo •

173 52 61
                                    

Tras ese inolvidable rechazo de parte de la joven líder de la representación estudiantil, acompañado de una dosis de furia e impotencia, Angelo regresa al aula para comenzar con su segunda clase.
Detrás de él, se acerca el profesor de historia, un hombre que supera la edad de 50 años, y que a simple vista puedes intuir la edad por su escaso cabello, y su vestimenta antigua de camisas a cuadros y pantalón de gabardina.

—¡Silencio! —grita reflejando una autoridad imponente que deja a todos sin emitir sonido alguno.

—Buenos días. Hoy harán trabajos en parejas. Al finalizar la clase deben dejar en mi escritorio las respuestas de las primeras 5 preguntas que les dictaré, y para la próxima, deberán entregar el resto—asegura el hombre con una seriedad extrema, mientras comienza a comunicar las actividades.

Todos, con bastante barullo, empiezan a ordenarse en parejas, para iniciar con las actividades, aunque algunos sólo lo hacen para dialogar, sin darle importancia a la clase de historia.

Ya están casi todas las duplas definidas, pero hay dos personas que están sentados individualmente, y en los extremos opuestos en el aula. Angelo y Diana.

—Disculpe profe, mi amiga Mariana no ha venido hoy ¿puedo entregar la primera parte del trabajo hoy colocando su nombre y después ambas entregamos la próxima clase?

—No. Si faltan y no entregan ningún certificado médico, tendrán castigos. Ellos harán este trabajo sólos, con 10 preguntas extras. Vos realizá el trabajo con el nuevo—asegura serio señalando a Angelo con la mirada.

El joven descendiente del político pensó que ella lo invitaría para irse hacia adelante, pero al escuchar la orden de su profesor, lo único que hizo fue comenzar a escribir ignorandolo por completo.
Él, por su parte, se levanta y traslada su banco evitando causar mucho ruido.

—Hola, decime en qué te puedo ayudar—asegura él con una sonrisa.

—Yo puedo hacer el trabajo sola, así termino más rápido y luego lo entregamos—susurra seria.

—Eso no sería justo.

—Me causa un poco de risa, que el hijo de un político argentino me diga lo que es justo—responde ella un poco molesta mirándolo fijo a sus ojos.

—Mi familia es justa, yo soy justo...la que está ejerciendo corrupción en una simple tarea de historia sobre la guerra fría sos vos— afirma Angelo un poco menos simpático que antes.

—Toma, respondé las últimas dos preguntas, luego yo paso en limpio con mis respuestas para entregarlo—ordena Diana tratando de que se callara de una vez por todas.

Él, evitando discutir, acepta lo que él consideró "petición" comenzando a resumir para luego transcribir en sus hojas.

Durante toda la clase, ellos dos permanecieron en silencio, cada uno concentrado en lo que debían hacer, evitando incluso el contacto visual.

A cinco minutos de culminar el horario de la asignatura, Diana coloca sus nombres y entrega las cuatro hojas desarrolladas.

—Tenemos que terminar de responder las consignas ¿te parece esta tarde?

—Lo puedo terminar sola—responde ella nuevamente cortante.

—No dejaré que lo hagas. La consigna es sencilla. Trabajo en dúos.

—Me parece curioso que un privilegiado que practicará el nepotismo, quiera cumplir al pie de la letra, cada regla impuesta, incluso si debes gastar tiempo en ello.

—No por ser hijo de un político argentino seré corrupto. Y mira, mientras más me insistís en que el trabajo lo harás sola, menos te librarás de mí. Tengo contactos, puedo averiguar tu ubicación, así que si no me decís, iré a tu casa sin previo aviso, aunque sea para molestarte.

—Hazlo, no pienso atenderte.

—Ok—responde él, con una sonrisa carismática, retirándose de ella para asistir al atrio, segundos después de escuchar el timbre.

La política del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora