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—No vas a creerlo.

Desvío la mirada de la aguja que atraviesa el borde de la falda púrpura de muselina, y entrecierro los ojos mientras intentan centrarse en la imagen de Josie. Algo que no resulta precisamente fácil por toda la luz solar que se cuela detrás de ella, y mucho menos después de haber pasado horas con la mirada fija en los bordados del vestido.

Los labios se le estiran en una gran sonrisa, que deja al descubierto sus dientes. Y lee con atención el panfleto de papel brilloso que tiene en las manos. Se pasa una mano por el cabello oscuro, intentando echar hacia atrás los mechones que se le escapan de la coleta y que le caen sobre la cara.

Me echa una mirada, y se sienta en el suelo. Junto a mí.

—Una clienta lo dejó olvidado en el recibidor, ¿puedes creerlo? Acabo de leerlo y... —abre el panfleto y señala un párrafo en específico—. No creerás todo lo que esta mujer escribe sobre las señoritas que suelen venir aquí.

Suspiro, y me muerdo la lengua para evitar echarle bronca otra vez.

No es la primera vez que intenta distraerse con algo y en cambio deja el trabajo botado.

Si no nos apuramos, otra vez saldremos tarde. Y ella volverá a meterse en problemas.

—Si la señora Hadley te ve sin hacer nada, seguro...

Hace un gesto con la mano, quitándole importancia.

—Le das demasiado poder —me dice, pero no despega los ojos de las palabras impresas—. Cuando le pierdes el miedo, dejas de permitir que te trate como se le da la gana.

—Ya quiero ver que sigas hablando así cuando descubra que te has robado un pedazo de sus telas —señalo el listón verde de seda mal amarrado que tiene en el cabello.

—No lo robé —afirma, y se lleva la mano libre a la cabeza —. Es un sobrante que iba a tirar directo al cubo de basura. No es la gran cosa.

—Oh, claro. Por eso lo luces como si fuera la cosa más especial del mundo.

Se ríe, y vuelve a señalar otro párrafo.

—Mira, aquí dice algo de las Brentwood —me lo entrega—. Sabía que algún día le pasaría algo a alguna de ellas por lo ajustado que siempre piden sus corsés.

Tomo el panfleto y leo. No puedo ocultar la sonrisa que me aparece en la cara con todas las cosas que tiene escritas. En especial con las críticas nada sutiles que abundan en el texto.

—Qué terrible que la expongan de esta manera —me río—. Aunque puedo imaginar a la señorita Brentwood desmayada en pleno baile mientras su acompañante se le quedaba viendo.

—Yo pienso que es la hermana de en medio —señala—. Es la que tiene un par de kilos demás, y quien siempre le pide a la señora Hadley que le ayude a reducir un par de tallas para lucir una de esas cinturas que tanto anhelan las señoritas de Londres.

—Admito que tiene sus ventajas trabajar aquí —bajo la voz, al percatarme del inquietante eco de la bodega—. Siempre hay buenos chismes rondando por ahí.

Reímos, y ella sigue leyendo. Intrigada por saber más.

Noto que le aparece un brillo en la mirada, como si se encontrara entusiasmada por leer las desgracias de la alta sociedad londinense.

Ya van casi cinco años desde que la conozco. Ella lleva aquí un poco más de tiempo que yo, pero desde entonces, sólo hemos sido nosotras dos las que trabajan para la señora Hadley. Y desde el primer día supe que Josie era toda una rebelde nata, y la única de las dos que no le teme en absoluto.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora