16.

202 14 0
                                    

Paso algunos días en cama, recuperándome. El médico cumple su palabra y sigue viniendo para drenar el veneno. Y sí, por supuesto que con cada visita nos recuerda que debemos pagarle. Eso, y las medicinas que utiliza para curarme.

Josie ayuda un poco, pero después mi madre se lo impide, asegurando que no debemos quitarle dinero porque su familia lo necesita; muy a pesar de que mi amiga le jura que un viejo reloj de su abuela les ha proporcionado una buena suma de dinero y que sus padres no dudarían en compartirnos un poco en un momento como este.

Aún así, mi madre se niega. Y, en cambio, veo que rebusca en un viejo baúl abandonado que solemos usar para poner ropa encima; y saca lo que parece ser un collar con una piedra brillante en el medio, y sale en busca de dinero que puedan darle por el. Es una joya que, por palabras de ella, fue lo único que se llevó de su casa. Y eso porque era lo que tenía puesto esa noche, antes de aceptar escaparse con mi padre.

Me confesó que los pendientes y el brazalete a juego los utilizó para algunos medicamentos que necesitó mi padre, y para algo de dinero extra. Al parecer él le hizo jurar que no usaría toda la joyería. Le pidió que guardara un poco por si algún día llegábamos a necesitarla.

¿Quién lo hubiera imaginado?

Mis padres viviendo toda una historia de amor. De esas que sólo se encuentran encerradas en las hojas de los libros de novela. Lo que creía tan descabellado y lo que Austin proponía antes de que me dejara, mis padres lo vivieron. Y sé que consiguieron una vida llena de felicidad y libertad. Lo sé, porque lo vi con mis propios ojos.

Una vida que mi madre quería para mí, a pesar de las carencias y limitaciones sociales. Me lo contó todo; la manera en que crían a las mujeres meramente para fungir un buen rol como esposas, el intercambio que hacen con ellas como si fueran ganado, las normas y presiones sociales. Las restricciones a las que las someten para ser considerada una mujer que valga la pena desposar. A lo que se ven sometidas una vez entradas en el matrimonio, la pesadilla a la que esa unión las condena. La falsedad, e hipocresía que tiñen cada rincón de la tan aclamada aristocracia.

Ella huyó de eso, de un matrimonio que sus padres arreglaron con un hombre muy mayor, pero que poseía de un montón de tierras, dinero. Y lo más importante para ellos, de un título.

Ella quería protegerme alejándome por completo de ese mundo.

No la juzgo. Y no me atrevería a hacerlo, porque si algo ha hecho toda mi vida, es ver por mi bien, y hacer todo para que yo esté a salvo. Aun así, ella se ha disculpado ya tres veces conmigo, asegurando que me arrebató la oportunidad de no pasar escasez. Pero sospecho que, aunque ella me hubiera dado esa vida, hubiera estado condenada a malos tratos y miradas juzgonas por el mero hecho de haber tenido a la hija de mi padre; un obrero de Bloomsbury que se enamoró perdidamente de la bella hija de la familia adinerada para la que trabajaba.

Mi madre parece tener esperanzas de que sus padres contestarán la carta que mandó hace unos días, y que podrán darle algo de dinero para pagar lo que ha pedido el médico. Pero no creo que sea la mejor opción, porque sé que pedirán algo a cambio. Algo muy grande. Y no pienso poner a mi madre en riesgo, no con el mal que ya padece.

La veo entrar al dormitorio, y deja con trabajo un plato con caldo de pollo y verduras, veo que sus manos tiemblan mucho más de lo normal. Definitivamente el estrés y el nerviosismo de estos días no ayuda en nada a su padecimiento.

No ha ido a trabajar todo este tiempo por estar cuidándome. Y parece más preocupada que de costumbre. Muy a pesar de que le he dicho del jarro con dinero que había bajo mi cama, del dinero que ya no me sirve de nada. Y del que le he dicho que estaba pensado para buscar un buen médico que pueda ayudarla a tratar lo de sus manos.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora