25.

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Suelto el aire que tengo contenido en los pulmones mientras mis ojos pasean por el frondoso jardín que se oculta tras la ventana.

Noto que regresa el peso de la pequeña cadena plateada que vuelve a descansar sobre mi pecho. Y con el, también vuelven las preocupaciones que solían pesarme tiempo atrás.

Sólo que ahora es diferente. Ya no tengo que esperar por Austin, ni torturarme una infinidad de veces cuestionándome si él había decidido no volver porque se había arrepentido de su decisión de escaparse conmigo. Pero, ahora, cargo con el peso de la condena que ha caído sobre nosotros.

Noto que vuelve la tensión a mis hombros al recordarlo, vuelve la extraña sensación que produce el exilio.

Exilio.

No hay una palabra que podría definir mejor cómo es que vivimos ahora. O, más bien, la manera en que transcurre mi día a día.

No convivo con nadie, ni siquiera puedo salir a dar un paseo, o asomarme para ver rostros distintos a los de las personas de servicio.

Vivo prisionera. Libre, sin la carga de responder por los Farrington, pero presa del desdén de la sociedad.

Estoy segura de que Austin también ha sido alcanzado por las garras del juicio pretencioso de la aristocracia, pero él no puede darse el lujo de quedarse escondido en casa. A él jamás le ha importado la opinión de la gente. Además, es hombre. Jamás lo juzgarán como a mí.

La peor parte de un escándalo siempre se la llevan las mujeres. No entiendo precisamente porqué. Es como una estúpida norma social, culparnos por todo.

Mientras voy conociendo más a estas personas, me doy cuenta cada vez más de que este no es mundo para nosotras. Los hombres son los que se llevan la mayor parte de los privilegios, mientras las mujeres no somos más que un accesorio que se prepara toda la vida solamente para poder darle una imagen respetable al hombre que decida ponernos un anillo en el dedo.

Sé lo crueles que pueden llegar a ser estas personas. He presenciado en carne propia las miradas de menosprecio cuando trabajaba de costurera, y dudo poder soportarlo si son más de un par de ojos los que me observan de esa manera.

Llevo ya una semana viviendo en esta casa, pero me ha costado bastante adaptarme. Austin decidió que debíamos irnos cuanto antes de la reunión campestre de los Abott. Y al llegar a Londres, consiguió una mansión, una enorme, que se encuentra bastante lejana de los círculos cercanos de Mayfair.

Parece que no nos iremos a Kent después de todo. Él insiste que es mejor para nosotros quedarnos en la ciudad.

Pensé que al llegar del campo, mi madre vendría a vivir con nosotros. Pero, a pesar de que Austin le ha dicho que no hay problema con que ella se quede, ella ha decidido vivir aparte. Al principio no llegué a comprender del todo su decisión, pero ella insistió que no es lo ideal vivir con nosotros ahora que vamos a casarnos, porque necesitamos privacidad. Su idea era regresar a Bloomsbury, pero Austin ha sido tan generoso que le ha conseguido una casa no muy lejos de aquí, por lo que la veo a menudo a la hora del té, y muchas veces se queda a cenar.

Aún así, paso casi todo el día sola. Quizá es por eso que me siento más como una prisionera que una residente en este lugar.

Mis horas transcurren en esta enorme casa, buscando siempre en qué mantenerme ocupada, esperando que llegue la cena, y con ella Austin o mi madre, para así poder aliviar un poco la necesidad de compañía que cada vez late con más fuerza en mi pecho.

Austin casi no está en casa, se va mucho más tiempo del que me gustaría. Todos los días se marcha desde muy temprano y llega después de la puesta de sol. Tiene que atender asuntos con las tierras que posee y los negocios que maneja.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora