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—Ahí está otra vez —insisto, volteo a verlo.

Él me mira, completamente perdido. Noto el esfuerzo que hace por querer confirmarlo. Y, aunque quiere hacerlo, termina siendo sincero:

—Yo no siento nada —asegura, y mueve la mano sobre mi barriga. La cual apenas se nota.

Bufo, me acomodo sobre el colchón y le tomo la mano para ponerla sobre el lugar donde sucedió el movimiento.

—¿Cómo qué no? —frunzo el ceño—. Es algo como un pequeño aleteo..., comencé a sentirlos esta mañana. Al principio creí que me lo estaba imaginando, pero tu madre ha asegurado que es el bebé moviéndose. No estoy loca.

Se le forma una sonrisa, me baja la falda del camisón.

—No lo sé, ¿qué no es demasiado pronto para sentirlo?

Alzo una ceja.

—Habla el médico en persona —me quejo, y lo escucho reír—. Jamás has estado en cinta, por lo que creo que debemos hacerle caso a tu madre.

—¿De verdad estás dándole la razón y prefieres en cambio discutir conmigo? —pasa un brazo por mis hombros, y me besa la mejilla.

Me encojo de hombros.

—Ahora que vive aquí, es con quien paso más tiempo —admito—. Me ha contado muchas cosas, y también me ha dado muchos consejos.

Sonríe ligeramente. Y parece que quiere decir algo, pero opta por quedarse callado.

Por supuesto que aún hay rencillas entre él y su madre, heridas y rencor. Pero él ha ido dejando ir esa carga de apoco. Y me alegra, porque sólo estaba envenenando su corazón.

El odio no deja nada bueno. Y, aunque a mí también me ha costado bastante trabajo, he ido dejando también a un lado mi resentimiento con ella. Porque no es una carga con la que quiera cargar por más tiempo. Incluso, de manera irónica, ella se ha vuelto la compañía que he pedido tener desde que llegué a esta casa.

A veces las cosas que pedimos llegan de la manera más inesperada. Y esta no ha sido la excepción.

Mi madre también viene seguido, mucho más ahora que sabe que estoy embarazada. Pero, últimamente paso mucho más tiempo con la señora Weston que con cualquier otra persona.

Austin me mira, y deja un beso en mis labios.

—Ya está creciendo más —me dice, sin apartar la mano de mi vientre—. Está fuerte y sano —se asegura de mirarme a los ojos—. Está a salvo.

Suelto un suspiro, asiento con la cabeza.

Es verdad. Sé que eso no asegura nada, y que más adelante, inclusive en el parto, pueda pasar algo trágico y termine perdiendo a otro bebé. Pero, verlo crecer, y sentir que se mueve, saber que es un movimiento de el, me ayuda a aliviar un poco el terror que me carcome por dentro.

Porque, con cada semana que pasa, al saber que lo sigo teniendo dentro de mí y se va fortaleciendo, es al menos una pequeña garantía de que todo va yendo bien.

A veces, durante la noche, el subconsciente hace de las suyas, y tengo pesadillas donde recuerdo la primera vez que perdí a un bebé. Y me recorre un escalofrio por todo el cuerpo de sólo pensar que eso puede volver a pasar.

Pero trato de mantener una actitud positiva, y atraer sólo cosas buenas. Como dice Josie, lo que pensamos a menudo muchas veces puede volverse realidad. Y no quiero que mis pensamientos sólo sean desenlaces fatales y desastrosos.

Austin me mira, y parece adivinar lo que hay en mi cabeza. Lo escucho suspirar, y me acaricia la mejilla.

—Quizá no logre percibirlo. Pero, si tú dices que has sentido un movimiento, te creo —dice seguro—. Y eso sólo muestra que está a salvo. Creciendo, preparándose para su llegada a este mundo.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora