35.

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—Austin —lo llamo, pero él avanza más deprisa por el pasillo.

Intento seguirle el paso, pero no consigo alcanzarlo.

—¡Austin!

Por fin voltea, pero no parece nada contento. Todo lo contrario, tiene la cara tensa por el enojo, y en sus ojos no hay espacio para nada más que cólera, y más que nada, indignación.

—¿Qué? —exclama exasperado, perdiendo por completo los estribos.

Mi respiración se acelera en respuesta a la agresividad que expide todo él. El impulso de querer contestarle de la misma manera se hace presente, pero me obligo a calmarme. Porque nada bueno resultará si los dos nos permitimos perder la cabeza.

—Trata de tranquilizarte...

—¿Cómo quieres que me calme? —no consigue sosegarse, alza los brazos exasperado—. ¿¡Por qué está ella aquí!?

—Sólo llegó a la casa —me muerdo la mejilla, luchando para no gritar, porque sé que menos me escuchará si también comienzo a alzar la voz—. Se desmayó y...

Arruga la frente, me mira indignado.

—¿Y la dejaste entrar?

—¿Qué querías que hiciera? —cuestiono incrédula—. ¿Qué la dejara tirada en la calle?

Niega con la cabeza, riéndose con amargura.

—¡Es un clásico de ella! —se pasa las manos por el cabello de manera frenética, claramente harto—. ¡Es la mujer más dramática que jamás he conocido en la vida!

Se aprieta el puente de la nariz, como intentando apaciguarse antes de que el enfado logre consumirlo. Suelta un largo y pesado suspiro.

—La quiero fuera ahora mismo —dice serio, frunciendo mucho más el ceño—. Y estoy hablando enserio.

Lo miro incrédula, porque sé que no puede estar hablando enserio.

Entiendo mejor que nadie el odio que tiene por esa mujer, y lo horrible que ella ha sido. Pero es más que claro lo enferma que está. Correrla en estas condiciones puede llegar a ser fatal, y sé que si a ella llegara a pasarle algo malo por esto, por más que Austin llegue a negarlo, sería algo que jamás se perdonaría a sí mismo.

No puedo permitir que él tenga esa carga en la conciencia de por vida. No lo permitiré, no a pesar de lo renuente que se ponga.

—Austin —lo llamo, tratando desesperadamente de hacerlo entrar en razón—. Ella está muy mal, el médico dijo que debe guardar reposo. No nos hará daño que se quede en una de las habitaciones para invitados...

Me mira desconcertado, como si estuviera frente a una persona completamente diferente. Frente a alguien que acaba de enloquecer, y ha perdido por completo la cordura. Es como si no consiguiera reconocerme.

—No puedes estar hablando enserio —un relámpago de rabia le atraviesa la voz—. ¡¡Es la mujer que asesinó a nuestro hijo!!

—¡¿Crees que no lo sé?! —también alzo la voz, se me forma un nudo en la garganta—. ¡¡Pero está muy mal!! Si es la forma en que quieres vengarte, te digo que no es lo mejor...

—¿Insinúas que pretendo asesinarla? ¡¡Sólo no quiero estar cerca de ella!! ¿No puedes entenderlo?

—¡No estarás cerca de ella! ¡Está en una habitación muy lejos de nosotros y...!

—¡Por eso estaba husmeando en nuestra habitación! —me corta—. No entiendo cómo pudiste hacerme esto —señala el pasillo—. Después de lo que esa mujer te hizo, de lo que nos hizo a ambos... No logro comprender por qué estás haciendo esto por ella.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora