No.
Esto no puede ser verdad.
Me quedo negando con la cabeza, en un mecanismo de defensa. Mi primera reacción, es negarlo. Negarlo, creyendo que si lo hago, no llegue a ser verdad.
Es tanto el desasosiego y el miedo, que me niego a creer siquiera en la posibilidad de estar embarazada.
Me pongo de rodillas en el colchón y comienzo a buscar con desesperación entre las sábanas algún rastro que pueda demostrar lo contrario. Alguna mancha de sangre que sobresalga en las telas blancas.
Las alzo con violencia, con la respiración agitada. La vista se me pone nublosa, mientras mi mente trabaja a toda máquina tratando de recordar la última vez que sangré. Pero nada acude a mi memoria.
Suelto las mantas con brusquedad, y siento que comienzo a temblar de los pies a la cabeza mientras la espantosa sensación de que no puedo respirar se hace presente.
Eso, más el terrible miedo y las lágrimas que me obstruyen la garganta, se convierten en una de las peores sensaciones que he experimentado en toda mi vida.
Comienzo a hacer sonidos horribles con la garganta, algo como sollozos mezclados con el sonido de mi cuerpo tratando de buscar inhalar el aire que exigen mis pulmones.
Y junto a mí, veo que la señora Weston se sienta a mi lado, y me mira espantada. Sin saber exactamente qué hacer.
—Sólo trata de tranquilizarte —dice asustada, mientras me toma de los hombros—. Inhala y exhala por la boca. Trata de calmarte.
No consigo hacerlo, sólo provoca que el terror crezca por dentro.
Ella voltea en dirección a la puerta.
—¡Alguien por favor venga a ayudarnos! —grita alterada.
De reojo, distingo que Rosalie entra apresurada. Me mira asustada.
—Señorita —dice, perdiendo la calma—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué tiene?
—Tráiganle un té para los nervios, eso ayudará —responde la señora Weston, es claro que no estoy en condiciones para pedir lo que sea—. ¡Date prisa!
Rosalie sale disparada de la habitación, la señora Weston aplica un poco de fuerza en mis hombros y me obliga a mirarla a la cara.
—Todo estará bien, sólo es una crisis nerviosa —me dice, luchando por sonar serena—. Me pasa todo el tiempo, sólo inhala profundo por la nariz y suéltalo por la boca. Estarás bien, lo prometo.
Mi mete se bloquea, y el miedo crece. Ella me sujeta con más firmeza.
—¡Concéntrate! —me exige—. Sólo respira, y trata de concéntrate en mí, no pienses en nada más.
Ella me mira, y respira profundo por la nariz. Trato de seguir lo que hace, la manera en que retiene el aire para después soltarlo por la boca. Lo hago, una y otra vez, buscando poder agarrar algo de oxígeno.
Ella se lleva la mano al pecho, del lado izquierdo, donde está el corazón, y hace un gesto con la cabeza para indicarme que debo hacer lo mismo. Lo hago, y sigo con las respiraciones, como lo está haciendo ella.
Lo hago un montón de veces, hasta que consigo calmarme lo suficiente como para entrar en razón.
Cuando por fin parezco conseguir un poco el control, no puedo evitar preguntarme... ¿porqué está ayudándome?
No tiene ningún sentido.
No confío en lo absoluto en ella, pero en el fondo le estoy agradecida. Porque, aunque no quiera admitirlo, me ha ayudado bastante a que esto no resultara algo mucho peor.
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Perfectos desconocidos
RomanceLos rumores son terribles y crueles, pero la mayoría de ellos son ciertos. O eso es lo que dicen. Nadie lo comprendería, todos juzgarían sin molestarse en buscar la historia detrás. Sólo se centrarían en el escándalo que significa una situación así:...