34.

158 10 0
                                    

Mi pie se mueve con nerviosismo mientras espero sentada.

No puedo con la ansiedad, pero me obligo a quedarme quieta. Porque, de todos modos, no hay mucho que pueda hacer.

Le echo otro vistazo a la puerta. Pero sigue cerrada.

Suspiro, me tapo la cara con las manos.

Si Austin llega y ve que su madre está aquí...

Bueno, no quiero siquiera imaginar su reacción.

Él no es de los que entienden razones cuando está enojado, sólo se centrará en el hecho de que permití que su madre entrara a la casa sabiendo lo resentido y cabreado que él está con ella.

Esto sólo añadiría más peso a la extensa pila de problemas que hay entre los dos.

No lo necesito, ni él.

Espero otro rato, y cuando siento que estoy a punto de enloquecer de ansiedad, el médico sale.

Me levanto de inmediato de la silla y me acerco.

—¿Qué es lo que tiene? —pregunto, me cruzo de brazos—. ¿Estará bien o es algo serio?

Se acomoda el sombrero sobre el cabello cubierto de canas, y agarra el maletín negro con más firmeza.

—Se recuperará —asegura—. Sólo necesita descanso y comer bien. Ha sufrido una especie de crisis nerviosa, por lo que debe estar tranquila y sin ningún estrés. Especialmente por las fuertes jaquecas que ha sufrido últimamente.

Asiento con la cabeza.

—Gracias doctor.

Genial, lo que faltaba.

Él lo ha dicho, la mujer necesita reposo. ¿Ahora cómo la echaré a la calle?

Seguro ella lo hubiera hecho conmigo sin pensarlo si me encontrara en sus condiciones. Pero yo no soy igual a esa horrible mujer. No soy cruel, y mucho menos inhumana.

El hombre se marcha, no sin antes tomar el borde del sombrero para hacer una breve reverencia.

También quiero irme, a cualquier lugar de la casa. Pero, por alguna razón, me quedo quieta, con la mirada clavada en la puerta de donde él acaba de salir.

Surge una pizca de curiosidad, mezclada con el irresistible sentimiento de la tentación.

Sería una locura acercarme. Porque, ¿qué ganaría con ello?

Sólo llenar mi corazón del veneno que representa el odio y el resentimiento. Revivir la tragedia, y seguramente enfrentarme a comentarios detestables de esa mujer. A que me mire con desdén, como si estuviera viendo a la peor persona del mundo.

Sería algo estúpido. Bastante.

Aún así, a pesar de saberlo bien, y mucho antes de siquiera analizarlo, mi mano ya está tomando la perilla y girándola para abrir la puerta.

La empujo despacio, tratando de hacer el menos ruido posible.

Encuentro a la mujer en la cama, con los ojos cerrados. Tiene el cabello suelto, y por primera vez puedo percatarme de que lo tiene un tanto despeinado y descuidado, con bastantes canas a la vista.

No la conozco mucho, y no me interesa saber más de ella, pero apostaría lo que fuera a que es de ese tipo de damas que siempre lucen impecables. Y que su peor pesadilla es lucir como ella lo hace ahora mismo. Aun así, eso no parece haberle importado en todo este tiempo.

Me tenso al advertir que abre los ojos, y mucho antes de que pueda retroceder y esconderme, su mirada va directo a mí.

Me quedo quieta, obligándome a no darle la satisfacción de demostrarle de manera errónea que le temo.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora