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Austin

Desde hace un par de semanas, casi después de haber regresado a Londres, se ha vuelto una manía mía el mirar a los niños que suelen correr en el parque.

No sé exactamente qué es lo que me llama tanto la atención; quizá la euforia que expresan con algo tan insignificante como recolectar piedras, o la manera en que parece estar ajenos de todo mientras se encuentran ensimismados divirtiéndose y haciendo repelar a las nanas que están a unos metros charlando entre sí, porque saben que las madres detestarían ver a sus hijos llegar a casa cubiertos de tierra.

A estas alturas se ha convertido en una costumbre mirarlos mientras vuelvo a casa. No sé si es por el hecho de estar ya casado, pero; al mirarlos, no puedo evitar preguntarme cuando será el momento en que pueda ver a mi propio hijo siendo uno de esos niños que se corretean entre sí.

Me causa escalofríos materializar la imagen de un niño mío jugando en ese parque. Pero es algo que me ha hecho ruido desde hace mucho, porque es algo que me entusiasma y me aterra al mismo tiempo.

Me aterra porque no sé cómo ser un padre. Al menos, un buen padre. El mío ni siquiera quiere hablarme, y estuvo ausente toda mi vida. Jamás pude presenciar lo que es tener una figura paterna cerca, que me diera consejos o al menos una palmadita para darme ánimos cuando más lo necesitaba. Sé que me he jurado no caer en los mismos patrones cuando tenga a mi propio hijo, pero temo que, de manera inconsciente, sin percatarme siquiera, comience a seguir lo único que aprendí de mi padre: a no pasar tiempo con mis niños.

Hay temor, por supuesto, pero también una cálida esperanza de que yo podré ser diferente. Y esa esperanza, ha ido creciendo de apoco, hasta ser capaz de sobrepasar el miedo. Tanto ha sido así, que podría decir que ya es un anhelo poder tener a un pequeño en brazos. Un pequeño a quien ayudar para ocultar sus travesuras de su madre. Ser su cómplice, su soporte y su apoyo incondicional.

Es lo que me ha mantenido más que motivado. Pero, de alguna manera, presiento que es algo que está lejos de suceder.

Puedo sentir, en lo más hondo, que algo anda mal.

Por supuesto que soy consciente de que, muchas veces, hay parejas que no consiguen concebir un hijo por más que lo intenten o lo anhelen. Y, tomando en cuenta el tiempo que ya ha transcurrido desde nuestra luna de miel, se ha abierto la posibilidad de que esa sea nuestra realidad. Pero, presiento que eso no es precisamente lo que está sucediendo.

Mi instinto, y lo que he visto desde nuestro regreso, me han dado suficientes razones para sospechar que Brie ha estado ocultándome algo. Algo con respecto al porqué no ha quedado embarazada.

Juraría que ella no piensa lo mismo que yo con respecto al tema de tener hijos. Lo he visto en su cara cuando toqué el tema aquella noche. Pude notar lo mucho que pareció afectarle, y lo mucho que luchaba por hacer que me callara y dejara de hablar al respecto.

Sé que no debería desconfiar de ella, porque ella no me ocultaría algo así, lo sé. Pero necesito descubrir la verdad. No es algo que simplemente pueda pasar por alto y olvidarlo. Detestaría comenzar a sacar conclusiones equivocadas, porque habrá problemas entre nosotros. Y no quiero eso, no tan pronto.

Hoy, he decidido que lo hablaremos. Sé que sólo así llegaremos realmente a entendernos. He llegado bastante antes a casa. Me he desocupado, y por lo tanto conseguir el resto de la tarde libre. Estaba planteándome la idea de ir a Brooks's y pasar un rato relajante. Pero ha conseguido convencerme mucho más la idea de estar con mi mujer, y pasar el resto de la tarde en la habitación, sin molestias o interrupciones.

Bajo del carruaje, y me sobo el cuello mientras suelto aire por la boca. He estado tan ocupado, yendo de aquí para allá, que necesito un respiro.

Paso por el vestíbulo, pero no hay señales de ella. La señora Mills, el ama de llaves, parece escuchar mis pisadas desde algún punto de la planta baja, porque la veo entrando casi de inmediato.

Perfectos desconocidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora