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EL FIN DEL PERIODO POSTERIOR
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Y ese era el nuevo infierno de Natsu: que hubiera cambiado todo y al mismo tiempo nada.

Estaba de vuelta en Earthland, no estaba muerto ni en prisión, y seguía siendo un soldado de los Ilegítimos y un héroe de la guerra contra las quimeras: el célebre Terror de las Bestias. Era absurdo que se encontrara de nuevo en su antigua vida como si fuera la misma criatura de antes de que una muchacha con pelo dorado se cruzará con él en un callejón.

No lo era. Ignoraba qué tipo de ser era ahora. La venganza que lo había sostenido todos aquellos años había desaparecido, y en su lugar quedaba una extención de ceniza tan vaya como Álvarez: dolor y vergüenza, miseria infinita, y, en mis extremos, una sensación indeterminada de... algo imperativo. De propósito.

Pero ¿que propósito?

Nunca había hecho planes para cuando llegara este momento. <<La paz>>, eso era lo que se estaba festejando en el Imperio, pero Natsu solo podía pensar en ella como en un periodo posterior. En su mente, el final había sido siempre la caída de Álvarez y vengarse de los monstruos cuyas salvajes ovaciones habían acompañado la muerte de Ashley. Apenas había pensado en lo que vendría después. Seguramente había asumido que estaría muerto, como muchos otros soldados, pero ahora comprendía que la muerte resultaría algo demasiado sencillo.

Vive en el mundo que has creado, pensaba al levantarse cada mañana. No mereces descansar.

El presente era horrible. Cada día era forzado a dar testimonio de ello: caravanas de esclavos trasladándose de un lado a otro, construcciones de templos destruidos y profanados, aldeas arrasadas y tabernas abandonadas, persistentes columnas de humo elevándose en la distancia. Natsu había puesto todo aquello en marcha, pero aunque su deseo de venganza hacia tiempo que había desaparecido, el del emperador no. Las tierras libres habían sido aplastadas --un logro facilitado por el lamentable hecho de que innumerables miles de quimeras habían huido a Álvarez en busca de seguridad, solo para arder vivos en su caída-- y había comenzado la expansión del Imperio.

La popular zona septentrional de los territorios quiméricos era únicamente la cima de un gran continente salvaje, y aunque la gran parte de los ejércitos de Silver había regresado a casa, habían patrullas que seguían adelante, avanzando como la sombra de la muerte cada vez más al sur, arrasando aldeas, incendiando campos, esclavizando, dejando tras de sí cadáveres. Todo aquello podría ser obra del emperador, pero Natsu lo había hecho posible, y lo observaba con mirada sombría, preguntándose cuanto había visto Lucy antes de morir, y cuan profundo había llegado a ser su odio.

Si estuviera viva, pensó, sería incapaz de mirarla nuevamente a los ojos.

Si estuviera viva.

Su alma seguía allí, pero gracias a Natsu, el resucitador estaba muerto. En uno de sus momentos de desolación, la ironía lo empujó a reír y fue incapaz de parar; sus carcajadas, antes de reducirse finalmente a sollozos, estaban tan alejados de la alegría que podrían haberse considerado el reverso forzado de la risa --como un alma vuelta al revés para revelar su lado más crudo--.

Cuando sucedió aquello estaba en la cueva de los Kirin, y nadie lo escuchó. Había vuelto para recuperar el turíbulo, que había dejado escondido allí. Tras un día de viaje, se sentó junto al recipiente y trató de imaginar que era Lucy, pero al reposar la mano sobre la plata helada, no sintió nada, y lo inundó un vacío tan profundo que se permitió tener la esperanza de que adentro no encontraría el alma de Lucy --no podía ser--. Si fuera la suya, lo sentiría; lo sabría. Así que atravesó atravesó de nuevo el portal hacia el mundo de los humanos, realizó todo el viaje hasta Praga, donde miró a través de la ventana de Lucy como ya lo había hecho anteriormente, y vio... dos figuras durmiendo, entrelazadas.

Si esperanza fue como una ráfaga de aire helado --que duele--, e igual de afilados y repentinos fueron sus celos. En un instante sintió calor y frío, y cerró los puños con tanta fuerza que le ardieron. Un estallido de adrenalina recorrió su cuerpo y lo dejó temblando, pero no era ella. No era ella, y durante el fugaz destello de un instante, sintió alivio. Seguido de una aplastante desilusión y odio hacía sí mismo por la reacción que había tenido.

Esperó a que los amigos de Lucy despertaran. Porque eran ellos: el músico y la chica cuyos ojos competían en ferocidad con los de Erza. Los vigiló durante todo el día, esperando que Lucy apareciera en cada esquina, pero no fue así. Ella no estaba allí, y hubo un momento en el que su amiga permanecía inmóvil un largo rato, observando a la multitud desde el puente, los tejados, incluso el cielo --aquella mirada observadora le indicó a Natsu que ella tampoco sabía nada--.

En Earthland no se escuchaban susurros ni señas de rumores que insinuaran la presencia de Lucy; no había nada excepto el turíbulo con su singular y terrible mensaje.

Durante un mes, Natsu dejó que la vida lo arrastrara. Cumplió con sus obligaciones, patrullando el extremo noroeste de las antiguas tierras libres con su gran costa y amplios Montes de escasa altitud. Los acantilados y las cumbres estaban salpicados de fortalezas. Muchas de ellas, como en la que se encontraba en ese momento, habían sido excavadas en grietas verticales de la roca para protegerla de los asaltos aéreos, pero al final había dado lo mismo. El cabo Armado se había convertido en escenario de una de las batallas más brutales de la guerra --con una asombrosa cantidad de bajas en ambos bandos--, pero había caído. Los esclavos trabajaban ahora en la reconstrucción de los muros de la plaza fuerte, siempre cerca de los amos, que blandían su látigo, y Natsu se encontró observándolos, con todos los músculos del cuerpo tensos como alambres.

Él había provocado aquello.

En ocasiones, era lo único que podía hacer para evitar que el grito que atormentaba su mente encontrara el camino hacia el exterior, para enmascarar su desesperación en presencia de parientes y compañeros. Otras veces lograba distraerse: entrenando, desarrollando su secreta afición a la magia; o con compañía, tratando de ganarse el perdón de Gray y Erza.

Y podría haber continuado de ese modo durante algún tiempo si el final del... periodo posterior... no hubiera llegado al Imperio.

Sucedió de la noche a la mañana, y provocó en el emperador una furia tan descontrolada, una ira tan espeluznante y nefasta como para empujar las tormentas de vuelta al mar y arrancar los brotes de los árboles de sicorax, que derramaron su flores, similares a las de polilla aún cerradas, en los jardines de Crocus.

En el gran corazón salvaje del territorio que, día tras día, caía presa del dudoso ataque de las caravanas de esclavos y las masacres, alguien empezó a matar ángeles.

Y quién quiera que fuera, lo hacía muy, muy bien.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora