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ASIMETRÍA
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  La luz se cuela entre sus pestañas.

  Lucy solo finge estar dormida. Las yemas de los dedos de Natsu recorren sus párpados, se deslizan suavemente por la curva de su mejilla. Lucy siente su mirada como un resplandor. Que te mire Natsu es como estar frente al sol.

  - Sé que estás despierta - le murmura él cerca del oído - ¿Crees que no me doy cuenta?

  Ella mantiene los ojos cerrados pero sonríe, delatándose.

  - Cállate, que estoy soñando.

  - No es un sueño. Es real.

  - ¿Cómo puedes saberlo? Tú ni siquiera apareces en él - Lucy se siente juguetona. Abrumada por la felicidad. Por aquello sensación de perfección.

  - Estoy en todos tus sueños - dice él - Es donde vivo ahora.

  Ella deja de sonreír. Durante un instante, no puede recordar quién es, ni en qué momento está. ¿Es Lucy? ¿Ashley?

  - Abre los ojos - susurra Natsu. Las yemas de sus dedos regresan a los párpados de Lucy - Quiero enseñarte algo.

  De repente, ella recuerda, y sabe lo que quiere que vea.

  - ¡No!

  Trata de apartarse, pero él la sujeta. Natsu intenta abrirle los ojos a la fuerza. Sus dedos aprietan y escarban, sin embargo su voz no pierde la suavidad.

  - Mira - la persuade, apretando, escarbando - Mira.

  Y ella lo hace.

***

Lucy jadeó. Era una de esas fantasías que invaden el intervalo entre segundos, demostrando que el sueño posee sus propias leyes físicas --allí el sueño se expande, las vidas transcurren en un parpadeo y las ciudades arden hasta convertirse en cenizas en un simple batir de pestañas-- Al incorporarse, ya despierta --o eso creía-- se sobresalto y dejó caer el molar de tigre que sujetaba. Sus manos viajaron hacía sus ojos. Aún podía sentir en ellos la presión de los dedos de Natsu.

  Un sueño, solo un sueño. Maldita sea. ¿Cómo había conseguido entrar? Sueños acechando como buitres, volando en círculos, esperando el instante en el que se quedara dormida. Bajó las manos, tratando de calmar los violentos latidos de su corazón. No quedaba nada a lo que temer. Ya había visto lo peor.

  El miedo era fácil de olvidar. La rabia era otro caso. Sentirse invadida por aquella explosión de perfección después de... Era una asquerosa mentira. No había nada perfecto en Natsu. Ese sentimiento se había colado procedente de otra vida, cuando ella era Ashley de los Kirin, que amó a un ángel y murió por ello. Pero ya no era Ashley, ni una quimera. Ella era Lucy. Un ser humano.

  O algo parecido.

  Y no tenía tiempo para sueños.

  Sobre la mesa frente a ella, pálido a la luz de un par de velas, descansaba un collar. En él se alternaban dientes humanos y de ciervo, cuentas de coralina, limas de hierro octogonales, largos tubos de hueso de murciélago y, dotándolo de asimetría, un único molar de tigre --otro había rodado debajo de la mesa al dejarlo caer--.

  La asimetría, cuando se trataba de collares de resucitados, no era algo positivo. Cada elemento --diente, hueso y cuenta-- era esencial para el cuerpo resultante, y el más pequeño error podía tener consecuencias catastróficas.

  Lucy arrastró la silla hacía atrás y se arrodilló para buscarlo a tientas en la oscuridad bajo la mesa de trabajo. En las grietas del frío suelo de tierra sus dedos tropezaron con excremento de ratón, trozos de cordel y algo húmedo que deseó fuera únicamente una uva podrida --mejor que siga siendo un misterio, pensó, dejándolo pasar-- pero ni rastro del diente.

  ¿Donde estás, diente?

  No tenía ninguno de sobra. Ese lo había conseguido en Praga unos días atrás, la mitad de un par a juego. Lamento que te falte una pierna, Gildarts, se imaginó diciendo. Es que perdí un diente.

  La idea desató su risa, que sonó sorda y exhausta. Podía imaginar cómo sería recibido aquello. Bueno, Gildarts probablemente no se quejaría. Era un soldado quimerico sin sentido del humor que había resucitado en innumerables cuerpos, así que Lucy pensó que se lo tomaría con calma --ajá-- y aprendería a manejarse sin una pierna. Sin embargo, no todos se mostraban estoicos respecto al avance de su aprendizaje. La semana anterior, cuando había fabricado unas alas para el grifo Macbeth demasiado pequeñas para soportar su peso, su actitud no había sido indulgente.

  - Acnologia nunca hubiera cometido un error tan ridículo - había exclamado, furioso.

  Vaya, había querido replicar Lucy con toda la gravedad y madurez que hubiera podido reunir. No me digas.

  Para empezar, lo que hacía no era una ciencia exacta, y las proporciones entre ala y peso, bueno, si Lucy hubiera sabido a lo que se dedicaría cuando fuera mayor, podría haber escogido otras materias en la escuela. Era artista, no ingeniero.

  Soy una resucitadora.

  Aquel pensamiento surgió insustancial y extraño, como siempre.

  Se arrastró un poco más debajo de la mesa. El diente no podía haber desaparecido así como si nada. Entonces, a través de una grieta en la piedra, una brisa se deslizó por sus nudillos. Había una hendidura. El diente debió haber atravesado el sueño.

  Se sentó y se recostó. La invadió una calma helada. Sabía lo que tendría que hacer ahora. Bajar las escaleras y pedirle al ocupante de la habitación de abajo si podía buscarlo. Una profunda resistencia la clavó al suelo. Lo que sea menos eso.

  Cualquier cosa menos él.

  ¿Estaría en la habitación? Creía que sí: en ocasiones pensaba que podía sentir su presencia mirándola desde abajo a través del suelo. Probablemente estaría dormido --era tardísimo--.

  Nada la empujaría a presentarse frente a él en medio de la noche. El collar podía esperar hasta mañana.

  Al menos ese era el plan.

  Entonces, en su puerta: un golpe. Sipo en seguida de quién se trataba. Él no tenía ningún problema en acudir a ella en plena noche. Fue un golpe suave, y esa suavidad la perturbó más que nada --parecía íntimo, secreto-- Lucy no quería secretos con él.

  - ¿Lucy? - su voz era dulce. Lucy se puso tensa. Ella sabía mejor que nadie la trampa que escondía aquella amabilidad. No contestaría. La puerta estaba atrancada. Dejaría que pensara que estaba dormida. - Tengo tu diente - dijo él - Acaba de aterrizar sobre mi cabeza -

  Mierda. No podía fingir que estaba dormida si acababa de dejar caer un diente sobre su cabeza. Y tampoco quería que pensara que se estaba escondiendo de él. Maldición, ¿por qué su presencia seguía afectandola de aquel modo? Seria, con la espalda recta y la trenza oscilando en una cuerda dorada sobre su espalda, Lucy se acercó a la puerta, retiró el antiguo marco --que era ante todo para defenderse de él-- y abrió. Extendió la mano para reclamar el diente. Lo único que él tenía que hacer era soltarlo en su palma y marcharse, pero Lucy sabía --por supuesto que lo sabía-- que no sería tan sencillo.

  Con el Lobo Negro, nunca lo era.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora