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GRAN CORAZÓN SALVAJE
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Al rededor del mediodía Romeo, el muchacho dashnag, llevaba todavía a cuestas a Cherria y conducía a Wendy a través de una empinada ladera boscosa que bajaba hacia el interior de un barranco. Era lo suficientemente estrecho para que la cubierta vegetal no se abriera por encima de sus cabezas, y Wendy pensó que las pálidas ramas de los árboles damisela que se extendían en lo alto parecían brazos de doncellas unidos en un baile. A través de ellas penetraba la luz del sol, unas veces en haces brillantes y otras como un encaje moteado, verde y dorado, y siempre en movimiento. Pequeños seres alados vagaban y zumbaban desde las profundidades hasta las alturas de aquel pequeño barranco que era todo su mundo, y, abajo del todo, se podía escuchar un arroyo, alegre como una música.

Todo esto arderá, pensó Wendy saltando por encima de un montón de enredaderas, dando respingos y bajando la ladera de costado por detrás de Romeo.

Los incendios se encontraban todavía lejos y el viento del sur arrastraba el humo, así que ni siquiera lo olfateaban, pero habían ascendido varias lomas y vislumbrando el cielo ennegreciéndose tras ellos.

¿Cómo podían hacer aquello los ángeles? ¿Tan importante era atrapar o matar a unas cuantas quimeras como para destruir todo el territorio? ¿Para que lo querían, para saquearlo?

¿Por qué no nos dejan en paz?, Deseaba gritar, pero no lo hizo. Sabía que era un pensamiento infantil, que las guerras y odios del mundo eran demasiado grandes para que ella los comprendiera, y que en el orden del universo su vida no era más importante que la de aquellas y libélulas

Pero sí soy importante, insistió. Y Cherria también lo era, al igual que las polillas y las libélulas, y los huidizos escoteros, y las flores estrelladas tan pequeñas y perfectas, e incluso los diminutos bichillos mordedores que, después de todo, solo trataban de sobrevivir.

Y Romeo también era importante, aunque su aliento apestara a toda una vida de comidas sanguinolentas y huesos mordisqueados.

Las estaba ayudando. Cuando había agarrado a Cherria, Wendy no había pensado realmente que pretendiera  arrastrarla lejos y devorarla, pero resultaba difícil no sentir miedo cuando su pulso se aceleraba nada más verlo. Los dashnag comían carne. Eran así, igual que los bichillos mordedores eran bichillos mordedores, pero eso no significaba que tuvieran que gustarle. O que él tuviera que gustarle.

— Nosotros no comemos dama — le había dicho sin mirarla después de que lo hubiera alcanzado, lo que le resultó fácil ya que ella era mucho más rápida que él y Romeo iba cargando a Cherria — Ni ninguna otra bestia superior. Como seguramente sabes.

En teoría era así, Wendy lo sabía, pero resultaba difícil confiar en ello.

— ¿Ni siquiera cuando tienen mucha hambre? — había preguntado ella, escéptica y por alguna extraña razón deseosa de creer lo peor de él.

Tengo mucha hambre, y siguen vivas — había respondido Romeo. Eso fue todo. Él continúo avanzando, y a Wendy le costó seguir asustada porque Cherria dormía con la cabeza apoyada en el hombro de Romeo mientras él se mantenía erguido, sujetándola, cuando le habría resultado más sencillo soltarla y lanzarse en una de las largas carreras a grandes zancadas con las que los dashnag solían agotar a sus presas. Sin embargo, no lo había hecho.

Las había conducido hasta allí, y ahora que habían descendido gran parte del barranco, Wendy pudo oír y oler lo que él había oído y olido varios kilómetros atrás con sus agudos sentidos de predador: caprinos.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora