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SUFICIENTEMENTE ASUSTADA
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Wendy se despertó como sobresaltada por un trueno, con el angustiado y confuso tambaleo hacia la conciencia de quien se  ha quedado dormido vigilante. Cada átomo de su cuerpo y de su mente pasó violentamente del sueño al terror en lo que dura el crujido de una rama, y se puso alerta, mirando, escuchando.

Parpadeando. Estaba amaneciendo. Entre los bordes de los árboles, el cuello aparecía tenue y pálido. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Y el crujido de la rama, lo había ido o soñado?

Se sentó muy quieta, a la escucha. Todo estaba tranquilo. Pasados unos minutos, se relajó. Estaban a salvo. Cherria seguía dormida; no tenía por qué saber que Wendy se había quedado dormida, ya la regalaba suficiente de por sí. Con un suspiro, Wendy estiró sus patas delanteras que descansaban bajo su cuerpo. Eran delgadas como las de un cervatillo, con la piel aún ligeramente moteada; ella era la más pequeña de las dos, la más joven. La que solía salirse con la suya, la que no hacía su parte de las tareas.

Pero eso era antes.

Cuando regresaran a casa, sería perfecta. Se acabaron los días de ensoñaciones, o de esconderse de la llamada de su madre. Su madre. Lo preocupada que debía de estar, y toda la tribu; ¿sabían que los tratantes de esclavos las habían capturado? Solo habían salido a correr, las dos, porque necesitaban notar el viento en el pelo después de un día trabajando en los telares. Wendy, la más rápida, fué quien había continuado alejándose, demasiado lejos, muy lejos. No había dejado a su hermana otra opción que perseguirla. No podía abandonarla –las hermanas mayores no hacían ese tipo de cosas–. Esto era culpa de Wendy.

¿Pensaría la tribu que estarían muertas? Imaginar su dolor le provocó náuseas. Estamos bien, pensó; lo pensó con intensidad, deseando que el mensaje volara a través del territorio y alcanzara la mente de su madre. Las madres podían sentir cosas, ¿verdad?.

Estamos bien, mamá. Somos libres. ¡Nos liberaron!

Ansiaba contar cómo había sucedido, como los resucitados habían descendido del cielo igual que la venganza transformada en cuerpos. ¡Y qué cuerpos! Tan enormes, tan espantosos. Bueno, uno de ellos no le había parecido espantoso: uno alto con cuernos afilados que le quitó el cuchillo a un ángel muerto y se lo puso a ella en la mano; era guapo.

Oh, ¿quien había tenido jamás una historia semejante que contar? La explicaría deprisa, antes de que Cherria la interrumpiera. De todas maneras, ella contaba mejor las historias; recordando los detalles interesantes, como el modo en que todos los esclavos habían permanecido juntos, cantando. Eran todos de tribus distintas, pero todos conocían la letra de la balada del caudillo. El sonido de sus voces fundidas, pensó Wendy, había sido como el sonido del propio mundo: tierra y aire, hoja y arroyo, y diente y zarpa también. Y gruñido, y grito. Algunos de los esclavos la habían aterrorizado casi tanto como los tratantes, pero habían tomado caminos separados una vez que desaparecieron todos los grilletes. La mayoría se había dispersado había el sur, armados con látigos y espadas, dispuestos a matar a todo ángel que encontraran. La propia Wendy había aferrado su cuchillo —ahora estaba en su puño, demasiado grande para que su pequeña mano lo agarrara con firmeza—, pero ellas se habían dirigido hacía el noroeste.

A casa. Regresamos a casa.

Bueno,  una vez que Cherria hubiera mejorado.

Wendy se estaba mordiendo la mejilla, preocupada por la pata de su hermana —persibía el olor de la herida incluso a través del aroma herbal del ungüento que le había preparado—, cuando escuchó otro crujido. La piel se le congeló de golpe y escudriñó la espesura del bosque donde la noche aún se aferraba a las sombras de los densos árboles damisela.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora